12
POLÍTICA
EL PAÍS, jueves 7 de diciembre de 1978
El día que se aprobó la Constitución
Los votos, bajo la lluvia, pusieron fín a la transición posfranquista
El salto a un nuevo día
Ayer fue el miércoles 6-D. La historia española de estos últimos años se nos
está llenando de siglas numeradas. Ayer fue el 6-D y fue un día que para muchos
duró 48 horas. Ayer todo se salió de la rutina y se impregnó de vértigo y
espera. A Felipe González se le olvidó el cumpleaños de su hijo David, bloqueada
su memoria paternal con papeletas. A Martín Villa se le olvidó el carnet de
identidad en el colegio electoral: a cada cual se le olvida lo más significativo
y sintomático. A Suárez no se le olvidó nada en todo el día, desde que desayunó
con su mujer, allá a las ocho. El Rey tuvo calma como para preparar discursos
para el próximo domingo. Fraga se comparó con las madrugadoras y muy cívicas
monjas. Carrillo tuvo que sudar una bronquitis febril que le impidió fumar sus
múltiples cigarrillos. Leizaola estuvo preparando en París el archivo del
Gobierno vasco para regresar a España. Y es que, quizá, con el 6-D volveremos de
una vez todos a casa.
Ya está el maldito despertador destrozando el ánimo y el oído, como siempre.
Como ayer se acostó más tarde que de costumbre (la chávala, los troncos, unos
cubatas), Manolo el Vespa se siente hoy particularmente desgraciado, casi sin
fuerzas para afrontar el madrugón. Bueno, como hoy sólo hay curro hasta las doce
podrá dormir más tarde.
Las seis y media. Hay que levantarse a las seis y media para llegar a tiempo al
taller mecánico en el que trabaja, allá por la avenida de Aragón, lejísimos de
la casa paterna, que está en el barrio de Tetuán (Madrid). Pero el taller es de
un familiar, y ya se sabe lo difícil que está la cosa del empleo, asi es que
Manolo lleva varios meses ahí de aprendiz.
A Manolo -diecinueve años, abundante pelo rizado, una estatura escasa que él
refuerza con botas de tacón- le han puesto los compañeros el sobrenombre de
Vespa porque lo que quiere es ser como Angel Nieto, un campeón de las dos
ruedas, y durante mucho tiempo no ha tenido pasta mas que para una Vespa
costrosa, y la gente es muy guasona, ya se sabe. Ahora, eso sí, se acaba de
agenciar una Ducati 250 cc., de segunda mano, pero que revisada y repintada por
él ha quedado la mar de maja. Pero hoy, por si faltara, algo para este maldito
día. está lloviendo y se va a mojar a lomos de la moto.
Está de mal humor hoy Manolo, está deseando que pase de una vez el dichoso
referéndum, que los amigos le han estado dando la paliza de mala manera, que el
Paco, ese del taller, el que está en CCOO, ha estado comiéndole el coco una
inmensidad, que si tienes que votar, macho, que si lo que quieres es que los
fachas nos coman el terreno. Pues, no, Manolo el Vespa no vota. Aunque sea la
primera vez que puede hacerlo. Que ya se sabe que los políticos son todos unos
chorizos que lo único que hacen es jugar con la gente mientras van a lo suyo.
Unos manipuladores, como diría El Chepa, que es anarquista. Asi es que Manolo no
vota, vaya. Y ya va siendo hora de levantarse, que después de todo va a llegar
al curro tarde.
Próximo a la plaza de Roma, poco antes de las siete y media de la mañana, Juan
García Carras («abogado, patriota, sindicalista y falangista de José Antonio»,
como él mismo dice) despereza sus 108 kilos y se dispone a dar el salto a un
nuevo día. Y es la de hoy una fecha significativa: «Aún es posible evitar la
desmembración de España; aún no se ha consumado la operación conjunta UCD-
marxismo; aún no se ha aprobado la Constitución.» Ha descansado bien: anoche,
como la televisión estaba aburrida, se acostó pronto. Gracias a eso hoy se
encuentra perfectamente lúcido, dispuesto a cumplir su responsabilidad
ciudadana: trabajara un poco en su despacho y luego irá a depositar su muy
sincero no a las urnas.
A las ocho menos cuarto, Rodolfo Martín Villa se despierta en Castellana, 5 (eso
de haber tenido que dejar su bonita casa de la zona del paseo de La Habana para
vivir aquí, por razón del cargo, por trabajo y seguridad, es una pena, pero...)
y piensa que hoy le espera un día largo y agotador. Ha dormido bien, sin
embargo, el ministro del Interior, tiene una sorprendente capacidad para
conciliar el sueño -esas siete horas que le son tan necesarias- pase lo que
pase. Y hay que reconocer que a él le pasan muchas cosas. Bueno: lo primero es
echar una mirada a los periódicos, recibir ios sucesos y, sobre todo, tomar
contacto con el Gabinete de Información de Orden Público, ese gabinete especial
para el referéndum, que funciona desde las doce de la noche del día 4. Está
previsto que se le manden informes de dos en dos horas, a las nueve, a las once,
a la una, asi sucesivamente. Hoy va a tener que estar atado a su silla de
despacho, que también están ahí en constante funcionamiento las líneas directas
telefónicas con todos los gobiernos civiles. Claro que tiene que ir a votar.
En principio, puede marchar tras el informe de las once. En su colegio, en la
calle de Honduras, estará esperándole su mujer, Maripi, que está de interventora
por UCD. Hoy no van a poder ver a los niños, a Gonzalo y Rodolfo, o Popi, como
le llaman en casa, y con eso de que no tienen clase pueden dar una guerra
infernal a sus cuidadores. Todo está a punto: el rostro de Martin Villa,
mientras sorbe su café mañanero, adquiere esa expresión de reconcentrado
enfurruñamiento que le es tan propia en momentos de actividad y urgencia.
En este miércoles lluvioso el país se ha puesto madrugador. Algunos arrastran
por sus colegios ojeras de vigilia. A primera hora de la mañana se han reunido
Suárez y el teniente general Gutiérrez Mellado. Después, sobre las nueve y
media, han salido a votar, cada uno con su mujer respectiva; es un deber
familiarmente compartido. Amparo, la mujer de Suárez deposita primero su
papeleta: son las diez de la mañana. Inmediatamente después, el presidente.
Luego tiene que responder a las preguntas de los informadores, ya se sabe,
«vislumbramos un futuro optimista que...», «conseguiremos llevar a este país a
las cotas de libertad...», esas frases coyunturales que Suárez expresa con
firmeza y en un tono sabiamente impregnado de serenidad - y - confianza - en -el
- futuro. Se ha levantado a las ocho y hoy ha de hablar con Manuel Ortiz. con
Meliá, con Martin Villa, con Rosón... A última hora de la mañana despachará con
el Rey, quizá se quede a comer incluso en La Zarzuela. Por ahora, parece que
todo marcha bien.
La cara empolvada
Presurosos y algo húmedos, los ministros, los ministrables, la posición y la
Oposición se acercan a las mesas electorales. Son los protagonistas de las
primeras horas, porque en esta mañana temprana no hay muchos votantes,
realmente. Los políticos sí. Los políticos acuden como un solo hombre. Rosón
inaugura su colegio. Oreja no ha sido reconocido y ha tenido que enseñar su
carnet de identidad a la mesa, perdone usted, señor ministro, pero es que...
Fraga, enfundado en un abrigo beige, vota a las nueve y diez, bien rodeado por
sus guardaespaldas.
Democráticamente, Fraga Iribarne ha guardado cola. Después, saluda con enérgicas
sonrisas a los vecinos que se acercan a hablarle. Los fotógrafos disparan sus
flashes. Unas monjitas, con sutiles y evangélicos codazos, han logrado situarse
junto al líder en el momento de los retratos. Fraga está exultante: «Soy un
ciudadano responsable», dice, orgulloso de su germánica puntualidad. «Aquí hay
ciudadanos responsables que madrugan: monjas, profesionales, yo mismo.» Cuando
se desprenda de las monjitas se trasladará a la sede de Alianza Popular (AP) a
seguir las incidencias del día. Un breve descanso previsto: una comida con
amigos. Todos de AP, por supuesto.
Hay monjas por todas partes, sí. Suárez saludó a unas en su colegio electoral.
Las religiosas de clausura del Real Monasterio de las Huelgas, en Burgos, van
saliendo a votar al mundo ancho y ajeno de dos en dos, sucesivamente, para que
la clausura sea sólo rota en plazos. ¿A quién escucharán más estas monjitas, al
cardenal primado de España, Marcelo González, que mandó su no por correo el
pasado jueves? ¿A Tarancón, quizá?, que al votar a las diez de la mañana ha
dicho que la Constitución significa la confirmación de la democracia? Un
periodista ha preguntado a Tarancón si Dios ayuda a quien madruga: es una
pregunta que apunta a Fraga. Y el cardenal ha contestado: «Dios está para otras
cosas.»
La vida española carece hoy de fuertes tensiones. ¿Aburrimiento? Sí, quizá
sobrenade cierto aburrimiento popular en el ambiente. En el colegio Divina
Pastora, en la calle García Morato, de Madrid, un joven moreno preside la mesa,
Eso no es extraordinario. Lo sorprendente, el pasmo, comienza al ver su
indumentaria: sombrero de fieltro negro, camisa ibecenca, pajarita amarilla,
traje negro y chaleco. Tiene la cara empolvada y en ella se pinta una amplia
sonrisa blanca de payaso. Algunos votantes se indignan: «Sí, sí, a ese le
conocemos, es un simpatizante de Fuerza Nueva.» Enrique Herranz, sin embargo,
dice que no pertenece a ningún partido. Estudia Arquitectura y está a punto de
terminar la carrera: «Yo no conecto con organizaciones sino con la gente,
¿sabes? Me he pintado así porque creo que es más adecuado, ¿no? Su claque, unos
cuantos amigos que han venido a acompañarle, le animan y jalean unos metros más
allá. Y como suplente de su misma mesa está su padre, el rostro serio y
enfadado. «Se conoce que el señor no quería presidir una mesa», comenta un cabo
de la Policía Armada de la puerta, señalando al blanquecino presidente, «pero
como es muy educado y no arma follón y sólo protesta asi, pues nada, ahí está».
En toda España se vota. En Tarragona, una empresa ofrece a sus trabajadores
2.000 pesetas en lugar de las cuatro horas de permiso para no interrumpir la
cadena de producción, pero sólo aceptan dos obreros.
En Granada, capital y provincia, jóvenes con brazaletes rojiazules de Fuerza
Nueva revolotean por los colegios: miran amenazadoramente, algunos votantes
tienen miedo y se retraen. En Fuentevaqueros (la patria chica de García Lorca) y
en Cijuela, incluso, una decena de muchachos han intentado echar del colegio
electoral al apoderado del PSOE: gritos, empujones, tensiones. Al final, no lo
consiguen. Empiezan a aparecer papeletas extrañas y volanderas por toda España:
dicen si, han sido repartidas en los buzones, y el papel está teñido de rosa o
azul celeste. Son unas papeletas que invalidarían el voto; se habla de una
maniobra de dispersión amparada en esa delicada trampa de color.
En Barcelona, una señora de avanzada edad se presenta en su colegio con tres
papeletas de no en la mano: «Tiene usted que utilizar una sola», dice el
presidente de mesa, «un solo no, señora». A lo que ella responde: «¡Pero si lo
que yo quiero es votar si!»
"Os vais a mojar"
En el Poblado de la Alegría -irónico nombre para un poblado madrileño de miseria
y chabolismo- noventa familias esperan la llegada de su líder, Antonio, el que
trabaja con Juan de Dios, el diputado gitano, que es el que sabe de estas cosas.
Sólo esperan que la Constitución les arregle las casas. « Nos las dieron por
cinco años y ya llevamos catorce. Y mi casa se me cae», dice una gitana
arrugadita, mostrando su chabola. Son, sin embargo, franquistas estas familias
gitanas: prefieren no tener jaleos, han mascado mucho miedo. «Lo primero, que
nos arreglen lo de la vivienda. Después, lo de la cultura. Y ahora esperaremos
al Antonio; cuando venga, por la tarde, votaremos.» Amparados unos con otros en
ese cobijo mutuo del marginado.
Madrid está atascado por un tráfico perezoso y erizado de bocinas. Martín Villa
espera la llegada del Rey al colegio de El Pardo durante más de media hora; ha
cambiado sobre la marcha sus planes del día, con tanto tapón de coches, con los
retrasos. Al fin llegan los Reyes, sobre las once y cuarto. Sigue lloviendo y se
protegen con paraguas y gabardinas. «Os vais a mojar», dice don Juan Carlos a un
grupo de niños que le miran tímidamente.
Ahora, el Rey ha de volver a La Zarzuela, tiene citado a Adolfo Suárez. Por la
tarde, aprovechando que hoy en principio no hay audiencias previstas, puede que
se dedique a trabajar en el discurso de recepción del presidente de Finlandia,
que llegara a España el próximo domingo. Y esperará los resultados.
Después de acompañar al Rey, Martin Villa parte presuroso a su colegio. Maripi,
su mujer, le besa: es un publicitario beso de interventor ucedista. Con las
prisas -se ha hecho ya tarde, tan tarde- el ministro del Interior olvida en la
mesa el carnet de identidad. Es Maripi quien ha de alcanzarle y devolvérselo. Ha
de volver a su despacho. Leyendo los últimos informes, ya sentado en su conocido
sillón, comenta: «Hay mucha tranquilidad.»
¿Qué pensará doña Carmen?
Tranquilidad y alto abstencionismo, también, en el País Vasco. Se habla de un
posible boicot a las votaciones por parte del PNV: ¿esos presidentes de mesa que
no admiten votos cuando el carnet de identidad está caducado, esos colegios
electorales que tardan infinitamente en despachar las inquietas y enfurecidas
colas de votantes?
Hoy, con 78 años, ha muerto la madre de Juan María Bandres, el senador de
Euskadiko Ezkerra.
En zonas conflictivas del país, como en el País Vasco, ha sido aplicada la fase
alarma del plan especial de seguridad. En el resto de España se vive la fase
alerta, que no altera en modo alguno la vida cotidiana. En la plaza Mayor de
Madrid varios equipos de obreros han comenzado a instalar las casetas de venta
de futuros y navideños confetis, serpentinas, pastorcitos y bolas plateadas.
José Fonseca, cabo primero de la Policía Armada, madrileño. 46 años, cumplirá el
que viene sus bodas de plata con el Cuerpo. Ha entrado de servicio a las siete
de la mañana por tiempo indefinido: «Con el otro referéndum nos pasó lo mismo:
hasta que no se recuentan los votos no podemos irnos a casa.» Es un largo día y
una agotadora noche, por tanto, lo que le espera por delante. Pero, por lo
menos, todo está en calma: «Está saliendo todo muy bien, ¿verdad?», comenta
Fonseca, «yo voté ayer por correo, como cualquier otro ciudadano».
Como cualquier otro ciudadano ha ido a votar José María de Areilza, por la
mañana, a su colegio de Aravaca, cerca de Madrid. Pero su nombre no figuraba en
el censo. Con buen humor volvió a su casa. Al poco, ha llegado un atribulado
agente de la autoridad, disculpe usted, se ha tratado de un error... Y hay que
volver a desplazarse al colegio.
Santiago Carrillo, mientras tanto, cuida sus bronquios en la cama, esos
bronquios castigados por tantos años de cigarrillos. Hoy se ha levantado febril
y enfermo, afónico de los mítines, tiritón de quizá cercanas gripes. Así es que,
tras ir a votar a las nueve de la mañana, bien envuelto en una bufanda
abrigadora, ha decidido (o han decidido los compañeros de Castelló, calle en la
que se encuentra la sede del PCE. por donde ha pasado un momento) meterse en la
cama. Como su mujer, Carmen, está de interventora en su mismo colegio, Santiago
ha de contentarse con rumiar en solitario su bronquitis. El termómetro no es
nada alentador: el mercurio ha alcanzado los 39 grados.
En la sede del PSOE, en García Morato, todo habría estado hoy perfectamente
tranquilo si no fuera por la barahúnda que organizan los muchos niños que hay
allí. Tal parecería que los ejecutivos del partido han sido este miércoles
sustituidos por sus delfines. Pero es que los niños de socialistas -ellas y
ellos-, que hoy están sin colegio y con unos padres extremadamente ocupados, han
de recogerse en algún sitio. Precisamente hoy es el cumpleaños de David, el hijo
mediano de Felipe González, y cuando éste se ha levantado a las nueve y media de
la mañana ha recordado el dato familiar con espanto: con tanto trajín se había
olvidado de la fecha y no hay nada previsto para festejar al pequeño. Menos mal
que ahí está ese personaje tan valioso, Juanito, el chófer-secreta-rio-amigo-
confidente, que se encargará de comprar tarta, regalos, velas, todo lo necesario
para dar a David un cumpleaños constitucionalmente normal.
A las once fueron a votar Felipe y Carmen, y los vecinos han empezado a
canturrear a su paso: «Que se vea, que se vea.» El voto, claro está. Asi es que
Felipe ha enseñado su si impreso, antes de depositarlo en la urna, antes de
regresar a casa. Hoy piensa pasar en casa la mañana y para festejar el día
invita a sus cuatro policías y a los dos compañeros del PSOE que le siguen a
todas partes -esa escolta obligada- a tomar con él un café y una copita de
coñac. Tras unas cuantas risas, los cuatro policías se han levantado en
combinada acción: «Bueno, también nosotros nos vamos a votar, volvemos luego.»
Hoy es uno de esos extraños y felices días en los que Felipe González va a poder
comer en casa.
Carmen Polo de Franco, que ha votado en El Pardo, también come en casa con su
hija y alguno de sus nietos. No piensa salir hoy: la votación ha sido y será la
única incursión en el Madrid lluvioso. ¿Qué pensará doña Carmen? ¿Qué habrá
pensado durante la campaña del referéndum, «para acabar con las leyes del
franquismo»?
Blas Piñar. Blas Piñar, por ejemplo, fue a votar a primeras horas de la mañana a
su colegio. Casualmente le toca el situado en la Fundación Generalísimo Franco.
Llegó sobrio y serio, dijo que su voto «ha sido un no con el tamaño que permite
la papeleta, porque sí no hubiera sido mayor».
Y García Carrés. Después de trabajar durante tres horas en su despacho (ese
retrato de Girón al óleo, esas fotos múltiples de Franco, de uniforme o de
paisano, esa instantánea en la que se ve a García Carrés, voluminoso y atento,
dando el pésame a la señora de Meirás) ha salido a eso del mediodía a votar: con
su no intentará ganar la última batalla contra la nueva democracia. Por la
calle, camino del colegio, dos señoras le detienen: «Seguro que habremos votado
lo mismo usted y yo», dice una, sonriente. Es un saludo-consigna. «La
popularidad no me molesta», comenta, afable. García Caires. «A mí me quiere
mucha gente.» Ya en el colegio, «la vida es un pañuelo, tengo que votar en la
Mutualidad de Actividades Diversas», García Carrés explica su voto negativo con
algunos amigos: «Dudo que los resultados sean sinceros... ¿Cómo te puedes fiar
de estos demócratas de hoy que, en mis tiempos, me pedían que les incluyera en
las audiencias que me concedía Franco? Porque a mí Franco siempre me distinguió
en sus audiencias. Me llamaba a despachar con mucha frecuencia. De pronto, sus
ayudantes me llamaban y me decian: que su excelencia quiere verte. Y yo iba a El
Pardo y charlábamos durante mucho tiempo. Le preocupaba, fundamentalmente, la
situación de los más humildes.»
Dinero a cambio del "no"
Dice García Caires que él llegó a las Cortes por el sindicalismo: «A mi un día
me llamó Carrero y me dijo: "Convendría que tú estuvieras en las Cortes." Yo le
dije: "Pues que el Caudillo me haga consejero nacional." "No es posible -me
respondió-, ya están cubiertos." Entonces me ofrecieron el Sindicato de
Actividades Diversas.» Y
cuando ha de depositar el voto, García Carrés pregunta si es necesario cerrar el
sobre. La presidenta de la mesa contesta con una sonrisa. «Seguro que ha pensado
que no era necesario», dice Carrés, «pues sabe que he votado no».
Jóvenes ultraderechistas, mientras tanto, han escamoteado en diversos colegios
electorales las papeletas del si.
Dicen que en Almería; en el barrio obrero de Pescadería, la pareja de la Policía
Armada que abrió el colegio retiró al mismo tiempo las papeletas afirmativas con
discreta eficacia. En la casa del pueblo del PSOE en Madrid un grupo poco
numeroso de militantes derechistas han intentado forzar la fuerta. Revientan la
cerradura, pero no consiguen abrirla. Algunas amenazas de bomba, repartidas por
España: luego son mentira.
Y en Valladolid, la nota nostálgica y estentórea que protagonizó esa señora de
edad madura, la que se dirigió a la urna para depositar su voto componiendo una
extraña figura de ballet sin música, el brazo en alto y gritando «Viva Franco y
Arriba España.» Y en Barcelona, en el barrio San Gervasio, han denunciado el
sinuoso comportamiento de algunas personas que, apostadas a la puerta del
colegio, ofrecían dinero a cambio de votos con el no.
«Yo no he votado.» Lo dice Eleuterio Sánchez, el Lute. Y no es que no quiera
hacerlo, no. La Constitución le gusta, le parece un paso importante. Pero El
Lute, nómada cuando no ha sido preso y preso cuando no ha sido nómada, no está
en ningún censo. En esta situación se encuentra la mayoría de los presos. Asi es
que entre esto y que los que están censados pasan de Constitución, hay en las
cárceles de Madrid un clima de abstención generalizada. Como dice ese viejo
recluso anarquista: «En la cárcel vemos las cosas como presos. Y la Constitución
no mejora nuestra vida, incluso la empeora. Prohibe los indultos generales.» Los
presos de Carabanchel han podido votar por correo. Para informarles se han
repartido cuatrocientos ejemplares del texto constitucional y han tenido la
prensa, la radio, la televisión. «Pero muchos días estamos sin luz. Un día sí y
otro no, por no decir más.» Total, que de Carabanchel no han salido más allá de
diez votos. Patxi Etxebarria será juzgado el próximo día 11, acusado de
terrorismo. Está en el sumario del asesinato del anterior director general de
Prisiones, Jesús Haddad, aunque no como ejecutor. «Me detuvieron a tiros. A poco
no me matan. Un guardia resultó herido.» Patxi está en contra de la
Constitución: «Soy de los GRAPO. Somos los representantes de los presos
políticos y estamos en huelga de hambre desde ayer, como protesta contra esta
Constitución. Con ella sólo se acentúan los poderes represivos del Estado. La
Constitución es otra manera de ejercer la represión sobre nosotros, como la
cárcel.»
También están en huelga militantes de ETA, y los de la Copel. Y mientras tanto,
Carabanchel muestra sus dos galerías restauradas y todavía vacías hasta que
estén totalmente terminadas, y otras dos casi completamente derruidas, en las
que se encierran más de novecientos presos, el triple de su capacidad real,
viviendo este día gris, de abstención casi total, este dia que se impregna de la
monotonía carcelaria.
La aldea de los cuatro votos
La sección abierta de Alcalá de Henares tampoco vota mucho. Alcalá, como dice el
recluso David. «es la presería de lujo». Y añade: «Dentro de una cárcel con 36
millones de presos, nosotros somos los que estamos en celdas de castigo. Y no
hablo por Alcalá, hablo por los presos en general.»
En el Palacio de Congresos y Exposiciones, donde está el Centro de Prensa del
Referéndum, la tensión va aumentando, y se espera que el máximo de concurrencia
e intensidad sea a la 1.30 o dos de la madrugada, cuando se den los primeros
resultados generales. De todas formas, la tensión ya se ha cobrado la primera
victima: a eso de las once de la mañana. Salvador Echave, de dieciocho años,
empleado en el servicio de reprografia del Centro de Prensa, se ha tragado nueve
grapas en un momento de aturdimiento constitucional, mientras archivaba unos
comunicados de prensa con las fatídicas grapas en la boca. Trasladado al
botiquín del Palacio de Congresos el médico de guardia le ha recetado que se
coma una buena cantidad de espárragos para facilitar la expulsión de los objetos
metálicos. Y dispuesto a devorar toda la tarde. Salvador se dio la baja y se
marchó a su casa.
Corre la voz por Madrid: mucha abstención en el País Vasco; mucha, también, en
Galicia. En un colegio electoral de Oroso, en la provincia de La Coruña, la mesa
electoral está instalada en una escuela destartalada. En otra mesa cercana a la
de la urna, un grupo de personas está montando un nacimiento navideño, ajenas a
todo. En la pared, Franco y su testamento, también el Rey y el mensaje de la
Corona. Tres horas y media después de ser abierto el colegio de Oroso, sólo han
acudido a votar 47 personas, de un censo de 1.140, Dominga Raña, una mujer de 68
años de la aldea de Trasmonte que ha tenido que viajar cinco kilómetros para
llegar aquí, comenta: «Vengo a votar para ver lo que pasa: el que sale de casa
siempre ve algo.» Hay otra mujer, mayor también, que se enfada porque no le
cogen los votos que traía de parte de varios familiares y vecinos. Es esta una
práctica muy común en Galicia, y se permitió todavía en algunos casos en junio
del 77. Está aún pendiente de los tribunales de justicia un caso en el que
votaron tres muertos y varios emigrantes que tienen su residencia en América
desde hace muchos años a raíz de las pasadas elecciones de Cámaras Agrarias en
la provincia de Orense.
Y en Murcia. En Murcia, en el municipio de La Unión, el presidente de mesa Rufo
de Garra exige a sus padres que le muestren el documento de identidad,
cumpliendo asi quién sabe qué secreta venganza filial o respetando con
milimétrica conciencia las leyes electorales.
En algunos sitios las votaciones ya han terminado. En los municipios pequeños,
en las aldeas, como Penalcázar, en Soria; son sólo cuatro vecinos, de modo que
tres formaron la mesa electoral -todo un despliegue democrático frente al cuarto
vecino-, y luego de recibir el voto, depositaron ellos mismos, unos tras otros,
su papeleta. Ni una sola abstención, curiosamente.
Tarradellas, que votó por la mañana, ha recibido después al duque de Kent. Una
charla distendida, muy a lo gentleman. Más tarde, almuerzo de la Cámara de
Comercio, Industria y Navegación, Y después, una tarde presidencial repartida
entre el despacho y el descanso doméstico.
Xirinacs, un voto y dos películas
Lluis María Xirinacs, en cambio, ha preferido ofrecerse a sí mismo una tarde más
amena en esta Barcelona común. Se ha levantado pronto Xirinacs y ha estado
trabajando, analizando el proceso de elaboración del Estatuto de Autonomía de
Cataluña. Después fue a votar, como a las doce. Un voto, como proclamó a todos
los periodistas «que es y será secreto». Aunque en las Cortes haya votado no.
Ahora, Xirinacs se va a. permitir una tarde de asueto. Se va al cine, al Ars, a
ver un buen programa doble: Winstanley, de Browlow, y Jonas cumplirá los
veinticinco en el año 2000. Y después, naturalmente, una cena temprana y bien
acompañada en el restaurante Casal de la Pau. junto con los miembros de un
colectivo de no-violentos, por supuesto.
Gonzalo Martín Vivaldi. periodista, profesor de Redacción, está algo alicaído en
este día. Lleva desde el lunes con una fuerte gripe y sin salir, pero pese a la
fiebre va a acercarse al colegio electoral, a decir si. Si, entre otras cosas,
para que no se reproduzcan las situaciones que vivió en aquel año 47, cuando el
referéndum de Franco. Cuando él fue nombrado -bien a su pesar- suplente de uno
de los adjuntos de la mesa. Después el adjunto falló y él tuvo que ir al
colegio, allí, en el barrio de Figares, de Granada, un colegio electoral de
gente acomodada, de burguesía media. Y bueno, alli fue testigo, cuando se cerró
la urna, del recuento. Apenas el 50% de síes, increíble. En una mesa de gente
más bien acomodada. En un sector en el que se esperaba la afluencia de votantes.
Y allí, alli también, Martin Vivaldi fue testigo inerme y escandalizado de la
solución tomada por el presidente de la mesa: había que llegar a un porcentaje
afirmativo superior. Y el presidente y otros dos compañeros rellenaron
pacientemente papeleta tras papeleta. Aquel colegio dio el 92% de votos
afirmativos. Y Martín Vivaldi, hoy, sí vota.
De su misma época, de parecidas vivencias por tanto, pero decididamente
abstencionista. Eduardo Prada, vicepresidente de Acción Republicana Democrática
Española (ARDE), ha ido a trabajar como todos los días a la compañía de seguros
en la que está empleado. No vota, pero permanece atento a la radio y a la
televisión.
Mantenerse al tanto de los acontecimientos es una labor política.
«Hola. ¿Dónde se vota?». Gloria Hernández, dieciocho años recién cumplidos,
estudiante de Medicina en la Autónoma de Madrid, ha abordado al guardia de la
puerta con su pregunta. El agente la mira unos segundos: «Pero, qué sección
tiene usted?» «¿Yo? Creo que la mesa B». «Pero, ¿y la sección?», insiste el
policía. Gloria ha de salir de nuevo a consultar las listas y vuelve a entrar:
«Oiga, que lo de la sección no lo pone». «Lo tiene que
poner, mujer». La hermana de Gloria, Macu, de diecisiete años, que ha venido en
plan de acompañante, comenta con ceño fruncido; «Pues si van a empezar a poner
inconvenientes... armamos la de Dios es Cristo», termina expeditivamente la
frase Ana. una amiga adolescente. Son los nuevos votantes, los que están a
estrenar sus costumbres democráticas, los jovencísimos, los dieciochoañeros.
Unos han pasado por las urnas. Otros se abstienen. Como El Chepa, el amigo
anarquista de Manolo El Vespa. Manolo el Vespa no.
Manolo ha decidido votar, al fin. derrumbado ante la insistencia de algunos
compañeros, abrumado por las palizas verbales que le han dado. Y dispuesto a
votar sí, marcha a la búsqueda de su colegio.
Los de la galaxia
Empieza a caer la tarde. La mayoría de los que querían votar ya lo han hecho. El
país comienza a esperar. Esperar los recuentos, los primeros datos, las primeras
noticias. «Ojala que esta vez no pase como con las elecciones, que fueron tan
pesados y tardaron tanto...». «Quita ya, hombre, esta vez es todo mucho más
sencillo». Los camareros de la cafetería Galaxia, de Madrid, la mayoría
afiliados a CCOO, han votado sí en bloque: «No queremos salvadores de la patria
como los que se reunieron aquí... Nosostros estamos contra los fascistas-
capitalistas. Aquí, por la zona, viene mucho facha. Antes venían los del
Ministerio del Aire, pero desde que se supo lo del complot no han vuelto a
aparecer.»
El ex comandante Luis Otero, que fue de la UMD (Unión de Militares Demócratas)
está convencido de la importancia de esta Constitución: «Aunque la mentalidad de
las Fuerzas Armadas no vaya a cambiar de la noche a la
mañana por la aprobación constitucional, este texto las hace depender de la
soberanía popular, ya que la dependencia del jefe del Estado es más bien
simbólica». Otero votó si, claro está. Ha abandonado la oficina a las once de la
mañana, para recoger a su mujer y sus dos hijos; el pequeño acaba de cumplir los
dieciocho años y ha tenido que acreditarlo.
Javier Solana, secretario de información del PSOE, que ha votado muy temprano en
su colegio de Majadahonda (Madrid), se ha encerrado después en los locales de la
ejecutiva. «A ver si puedo trabajar hoy algo, sin tantas reuniones.» Quizá pueda
darle vueltas al proyecto de declaración que, en estrecha colaboración con Gómez
Llorente, será presentada a la ejecutiva una vez sean conocidos los resultados
del referéndum. Es una declaración que, probablemente, tiene que tocar el tema
de la Monarquía. Pero las horas pasan muy aprisa y en los locales de la
ejecutiva, al caer la tarde, ha empezado a reunirse ya mucha gente. Se va a dar
una copichuela, una tortilla, esas cosas, a la espera de los resultados. Y así
no hay quien trabaje.
Ramón Rubial, presidente del PSOE y del Consejo General Vasco, empieza a sentir
el cansancio de la tarde. Se ha levantado hoy muy pronto. Ha sido un dia muy
importante («Es uno de los días más emocionantes de mi vida.») y Rubial, tornero
de profesión, pero político de hecho, se ha puesto un elegante traje gris,
corbata granate y camisa rayada. Acompañado por su hija se trasladó al hospital
de Cruces, para visitar a su esposa: le han tenido que hacer una delicada
intervención quirúrgica y está ingresada. «Mi mujer no tiene salud, si no
estaría aquí para votar.» Para votar si, naturalmente. También votó si la hija,
«no por disciplina familiar, sino por disciplina ideológica».
Mientras tanto, en París, Jesús María de Leizaola, presidente del Gobierno
vasco, ha dedicado una mañana apacible a ordenar los materiales de archivo del
Gobierno vasco, con objeto de prepararlos para un eventual traslado a Euskadi:
«Volveremos cuando se apruebe el Estatuto de Autonomía y haya un Gobierno vasco,
al que entregaremos nuestros poderes. El día, pues, no está muy lejano.» No ha
estado muy preocupado por el referéndum en todo el día Leizaola, no lo ha
estado. Como dice su secretario, el presidente se muestra «impertérrito» ante la
Constitución. Sin embargo, sobre las tres de la tarde, Leizaola ha comentado:
«Reconstruir la paz es tan difícil como terminar la guerra. La Constitución es
un preparativo importante para la paz final.»
Conversación en los vestuarios
Sin embargo, Telesforo Monzón, que apoya la coalición Herri Batasuna, piensa lo
contrario que Leizaola, desde su casa de San Juan de Luz; «No me interesan los
resultados del referéndum. Ni siquiera he escuchado la radio. Cumplí lo
prometido cuando dije que no me acercaría a menos de 150 metros de las urnas.
Dije y digo que no voto esta Constitución porque es una Constitución
extranjera.» Tampoco ha volado Iríbar, El Chopo, miembro de la junta de apoyo de
Herri Batasuna. Y hoy. en el entrenamiento matinal del Athlétíc de Bilbao, en
sus instalaciones de Lezama (Vizcaya), ha faltado su presencia. En las duchas,
tras los entrenamientos, los futbolistas comentaban el posible voto: «A mí no me
interesa la política y me voy a abstener», dijo Rojo. Dani comentó: «Yo me lo
voy a ir pensando en el camino de vuelta a Bilbao.» Pero Irureta mantuvo su
secreto: «Mi decisión de voto es personal e intransferible.»
A las siete y media de la tarde, cerca de cuatrocientas personas hacen cola en
el colegio Arias Navarro, en Torrejón de Ardoz (Madrid). Sólo hay una mesa
electoral y los sufridos votantes han de alinearse en una escalera, pese a que
las aulas están vacías. «Esto no puede ser», comenta una de las víctimas, «el
personal, aburrido, se está marchando. Se conoce que los que han organizado esto
no tienen mucho interés porque, en cambio, en las elecciones del 15 de junio
pusieron tres mesas. Yo he ido ya tres veces y nada, me he tenido que marchar
sin poder votar. Pero voy a insistir. Cuando lleguen las ocho nos tendremos que
meter en el colegio y aunque cierren las puertas no nos moveremos de alli hasta
que lleguemos a la urna».
Son horas de rumores, de últimas anécdotas, de comentarios. En algunos
periódicos madrileños se
comenta ahora una temprana y amable llamada que han tenido algunos directores de
prensa: era Adolfo Suárez, dando las gracias, las gracias por la ayuda al
proceso constitucional.
La novena y la espera
En Villalón de Campos (Valladolid) una anciana de ochenta años ha pedido el
certificado de haber votado porque hace colección de ellos. Es analfabeta y
empezó la recopilación cuando la República -inocente colección de cromos
políticos-, y comenta su tesoro muy ufana: «A pesar de que me mataron al marido
y a mí me corlaron el pelo los nacionales, la he mantenido siempre, incluso
conservo el resguardo de cuando voté en el cuarenta y tantos, cuando estaba en
el colegio de pago, o sea, la cárcel». Y en Encinazejos, ese pueblo de Córdoba,
han votado 246 personas de las 250 que componen el censo. Al conocerse la falta
de estos cuatro votos, los jóvenes de Encinarejos se han lanzado a la caza y
captura de los abstencionistas dispuestos a conseguir una cifra redonda y
completa de votantes: se ignora todavía sí ha sido una búsqueda fructuosa.
Una señora de Albacete ha preguntado al presidente de su mesa: «Oiga, ¿es verdad
que es de pobres votar sí?». Y en Melilla, Guillermo García Pezzi, secretario
general de Fuerza Nueva, ha arengado a los vecinos de su mesa con grandes
gritos: «No, no, no». Sin embargo, la jornada ha sido bien tranquila en toda
España. A pesar de esas tensiones, esa leve contracción muscular que muchos han
sentido en el estómago durante todo el día. Una tensión que quizá provocó que en
Pamplona se hiciera un gran despliegue policial para detener a los ocupantes de
un vehículo que iban sembrando de voces la ciudad, a través de un megáfono.
Después resultó que anunciaban la celebración de una novena en honor de la
Inmaculada Concepción. Eran megafónicos marianos, y no etarras. La confusión del
momento, que calienta los ánimos. Como se calentaron en San Adrián de Besos, en
Barcelona, cuando el presidente de la mesa de la calle Pompeu Fabra se negó a
quitar el retrato y la reproducción del testamento de Franco. El que quería la
defenestración simbólica del pasado era el interventor socialista. Los que se
oponían eran el presidente y otros adjuntos de la mesa: «Quítese usted esa
pegatina del PSOE que lleva puesta». Todos querían quitar algo al oponente y al
final terminaron por despojarse todos; pegatinas, cuadros, testamentos. Fue una
solución al conflicto coyuntural y de concordia.
Se preparan las cenas. Santiago Carrillo, pese a las fiebres inoportunas, quiere
levantarse para asistir, con sus compañeros, al recuento. Martin Villa marchará
tras la cena al Palacio de Exposiciones, de Madrid, donde está instalado el
centro de prensa, para quedarse allí definitivamente hasta que el recuento
termine. Será como a las siete de la mañana, y esta sola idea le produce
escalofríos. Ya se sabe, se pone fatal cuando le faltan sus siete horitas de
sueño. A la madrugada aparecerá por allí también Adolfo Suárez, claro está.
Todos a la espera de los resultados de ese referéndum que, desde luego, ha de
salir afirmativo. Pero ¿por cuánto? Más de un político traga apresuradas
aspirinas en esta aún temprana noche. Los nervios, las tensiones, el tráfico
agotador, el trabajo, las citas, las conversaciones, las cábalas. Salvador, el
muchacho del Palacio de Congresos que se tragó las grapas, sigue en su casa,
engullendo espárragos con aire abúlico y asqueado. Las urnas se han cerrado ya y
no ha sucedido ningún incidente mínimamente grave en ninguna parte. En general,
la clase política se siente satisfecha. El Rey espera resultados.
Manolo el Vespa ha llegado a su casa. Son casi las diez de la noche, y se
encuentra deprimido, aburrido, reventado. Después de tantas discusiones, después
de haberse decidido a votar, la estructura le ha resultado impenetrable. Fue a
su colegio, sí, bueno, al colegio de sus padres, ahí, cerca del barrio de
Tetuán. Llegó con poco tiempo, y no se encontró en las listas.