27 DE MARZO DE 1977.
APUNTE POLÍTICO
QUE SIRVA PARA UNIR
Por J. M. RUIZ GALLARDON
La noticia de la dimisión del señor Areilza me cogió fuera de Madrid, en Jerez de la Frontera, donde tenía
apalabrada una conferencia sobre las elecciones. Naturalmente, me sorprendió. Pero no voy a tratar de sus
causas, sino de sus consecuencias. Aquéllas las desconozco en este momento y no me sirven las
conjeturas. Pero las consecuencias pueden y deben preverse y encauzarse.
Hay una teoría muy extendida que presenta como óptima la fragmentación en dos de la gran formación
ideológica antimarxista. Según sus más preclaros expositores, se trata de evitar un enfrentamiento —que
califican de dramático— entre la derecha y la izquierda, que anticipan como preludio o prolegómeno de
guerra civil. Ese es, dicen, el papel del centro y ésa es la función asumida por el Partido Popular.
Lo que ocurre es que esa teoría, que responde a un deseo loable, no se corresponde con la realidad. En
efecto, para que fuera aceptable debería partir de un supuesto que no se da en la política española: que de
alguna manera, la constitución del centro se hiciera tanto a expensas de los grupos marxistas —a los que
pretenda ideológica y prácticamente combatir por el muy democrático procedimiento de restarles votos en
las urnas— como de los grupos más cercanos a esas tan de las formaciones de derecha.
Pero, ¿qué ocurre? Pues ocurre que ese famoso centro democrático no consigue arrastrar tras de sí ni un
solo voto de los grupos de la izquierda auténtica. Con lo cual, su creación, sólo consigue —si es que lo
consigue y no queda reducido a un vano intento, más de personalidades que de masa popular— restar
votos a la derecha, dividirla y fragmentarla.
El resultado de esos juegos lo han visto ya en Francia, concretamente en las recientes elecciones
municipales, donde la mayoría dividida sólo ha conseguido eso... dejar de ser mayoría. El paso decisivo
que ha dado el señor Areilza pienso que debe reconducir a los líderes del centro a una seria reflexión.
Mediten bien esos hombres si su loable intento no va a perjudicar más a su propia ideología, a la
comparecencia en las urnas de quienes sustancialmente piensan como ellos, que al deseo de frenar la
avalancha marxista que se nos viene encima.
En mi conferencia citada de Jerez de la Frontera, aún sin conocer más que la noticia escueta de la
dimisión del señor Areilza, me pronuncié en el sentido de que es hora de reflexionar. Porque lo peor de
todo sería aprovechar esta circunstancia para crear un mayor confusionismo, del que sólo se beneficiarían
los verdaderos adversarios. Desde mi personal perspectiva, a éstos hay que combatirlos; a aquéllos, a los
hombres del centro, hay que convencerlos.
Que la decisión del conde de Motrico sirva para unir, no para fragmentar o crear artificiales agrupaciones
cuya comparecencia electoral serviría tan sólo para que quienes comulgan enfrente en una misma
ideología revolucionaria resulten beneficiados
J. M. R. G.