El Gobierno decidió la detención de Carrillo
Por Abel HERNANDEZ.
LA Policía madrileña creía que don Santiago Carrillo estaba en Bucarest. Estaba convencida de que había
abandonado España tras su conferencia de Prensa en un piso madrileño de la calle de la Alameda. Desde
el Gobierno pidieron con urgencia un informe policial sobre el tema. Este informe no coincidía con los
datos ciertos que se poseían. El secretario general del P.C.E. había mantenido reuniones con varios
políticos españoles aquellos días. El gobernador de Madrid llamó al jefe superior de Policía y, con los
datos ciertos en la mano, se organizó la «caza y captura».
El método utilizado fue marcar de cerca durante varios días a los dirigentes comunistas. Y se llegó al día
de la lotería, 22 de diciembre, miércoles. Los grandes del P.C.E. iban acudiendo desde por la mañana a un
piso de la calle del Padre Jesús Ordóñez. No se podía dudar de que allí había una reunión de alto nivel.
¿Estaría dentro el señor Carrillo? Todo hacía suponer que sí. Los agentes habían estudiado a don Santiago
con todo tipo de disfraces. Las sospechas fundadas fueron comunicadas al Gobierno. El presidente Suárez
suspendió su entrevista prevista con los representantes de la oposición, señores Tierno y Pujol, y acudió a
La Zarzuela. El gobernador civil, señor Rosón (principal protagonista de la operación); el ministro de la
Gobernación, señor Martín Villa, y el presidente Suárez siguieron al minuto la peripecia, convencidos de
que el señor Carrillo podía ser detenido antes de la una y media de la tarde. No fue una detención por
sorpresa. Todo estaba políticamente medido. O casi todo.
Los periódicos de la tarde estaban en los quioscos con el «gordo» de la lotería, y la espera ante el edificio
de cuatro plantas de la calle del Padre Jesús Ordóñez continuaba. El jefe superior comunicó al gobernador
civil que iban a patrullar en torno ´a la manzana con los automóviles. El gobernador dijo que no, porque
podría escaparse el señor Carrillo entre vuelta y vuelta (como había ocurrido recientemente en el atentado
a una librería: entre vuelta y vuelta — siete minutos — , los «ultras» hicieron su fechoría) ; que era mejor
que permanecieran ante la puerta. A las seis de la tarde, la Policía tenía órdenes de entrar en el edificio si
a las siete no habían salido los dirigentes comunistas de la reunión. Ignoraban en qué planta estaban e
iban a irrumpir rápida y simultáneamente en los cuatro pisos. «Pero ¿hay mandato judicial?». «Sí —
respondió la superioridad — . Hay mandato para entrar en cualquier piso por el secuestro de Oriol.» No
hizo falta recurrir a esta artimaña. Los comunistas empezaron a aparecer en la puerta. La peluca y las
gafas — el disfraz — del señor Carrillo no engañó a los policías. El secretario general del P.C.E. no
opuso resistencia. Lo demás es historia conocida. El Gobierno estaba detrás de la operación. Con su
puesta en libertad por decisión del juez se ha eliminado, en muy pocos días, una de las principales
pesadillas de la vida política española de los últimos tiempos. Que quede la auténtica historia en las
hemerotecas.