ABC. DOMINGO 29 DE MARZO DE 1964.
ES PRACTICAMENTE SEGURO QUE LOS «SEIS» ACEPTEN LA CELEBRACIÓN DE
«CONVERSACIONES EXPLORATORIAS» CON ESPAÑA
Hay, sin embargo, intereses oscuros que intentan crear confusiones sobre nuestra solicitud
Bruselas 28. (Crónica telefónica de nuestro redactor, enviado especial.) La tarea de hacer un balance del
primer debate ele la cuestión española en el Consejo de ministros del Mercado Común parece altamente
útil cuando dos jornadas de intermedio han clarificado muchas cosas y todos los comentaristas han podido
exponer sucesivamente sus distintas impresiones. La tarea, además, parece doblemente necesaria, porque
a Bruselas van llegando, ante el asombro general, interpretaciones de diversos periódicos franceses y de
algunas fuentes americanas que dejan, por lo menos, boquiabierto al lector de tales fantasías, empeñadas
en demostrar cada una una cosa absolutamente contraria que la otra.
La cuestión española ha superado una fase que podríamos llamar "técnica", porque, salvo sorpresas de
última hora, lo que parece casi seguro es que la Comunidad Económica Europea, en su respuesta futura de
abril o de mayo, aceptará la apertura de "conversaciones exploratorias", como pedía la carta española del
17 de febrero de 1964. Sobre esta cuestión todas las opiniones están de acuerdo en admitir que España
exponga ante una Comisión los trastornos que le causa la existencia del Mercado Común, englobando seis
países con los cuales realiza casi la mitad de su comercio exterior.
Es decir, la fase puramente "técnica" de aceptar o rechazar la petición española está prácticamente
superada en un sentido positivo y puede apostarse sin grandes riesgos que las solicitadas "conversaciones
exploratorias" tendrán lugar, uniéndose España a la interminable lista de países que ya sostienen enlaces
más o menos parecidos con los organismos del Mercado Común. Estamos, por lo tanto, en la fase
"gramatical" del proceso, porque el problema reside ahora en la redacción de un texto que limite o no
limite el alcance de las futuras y con toda probabilidad admitidas conversaciones.
Pero aquí conviene insistir sobre un detalle importante. El señor Spaak no ha sido encargado de preparar
"la" respuesta a la petición española sobre ciertas ideas que hubiesen puesto de acuerdo a los ministros
reunidos en el Consejo, sino "un" proyecto de respuesta que pueda satisfacer los diversos punios de vista
que existen sobre el alcance que tales conversaciones deban tener. Esto significa que la carta-borrador de
Spaak puede ser rechazada, modificada, sustituida o anulada, según resulte de la futura discusión. La fase
"gramatical" del proceso es infinitamente menos importante que la fase "técnica", pero pudiese resultar
simplemente engorrosa, porque es evidente que, como españoles sinceros, lo que nos interesa es que las
conversaciones tengan lugar, y ahora mismo tenemos casi la certeza de que ello sucederá así. Los
remilgos retóricos o los condicionales políticos importan al español medio mucho menos que el
establecimiento por fin de un medio de comunicación entre España y el Mercado Común, siquiera ese
medio de comunicación se reduzca nada más que a eso. A poder hablar.
Queda, sin embargo, por decir lo más importante en el momento actual de este proceso, y es que en los
medios cercanos al Mercado Común existe una cierta confesión sobre la solicitud española, de la cual no
seremos los españoles responsables, pero que no por eso podemos ignorar. Y alrededor de esta confusión
se mueven los intereses oscuros que todavía intentan perturbar la petición española. La disparatada y
extensísima contradicción de los periódicos franceses resulta la prueba indiscutible de que sobre este
asunto o no existe información o hay demasiados intereses subterráneos de signo muy variado
teleincordiando a diestro y siniestro.
El fenómeno es tan viejo como el mundo y la respuesta a su aparición no debe ser nunca por nuestra parte
el malhumor, sino la comprensión, la paciencia y, sobre todo, la claridad. Porque desgraciadamente en los
medios cercanos al Mercado Común y otros que pertenecen a la propia Comunidad surgen espontáneos
interpretadores de nuestra petición, confundiendo sus términos, mezclando cosas diferentes,
cambalacheando con medias palabras que, naturalmente, ellos aderezan a su exclusivo gusto. Esto es
verdad y parece urgente remediarlo volcando sobre tanta versión bizca una abundante dosis de claridad.
De resplandeciente nitidez.
Lo que a un observador español, situado ahora mismo cu Bruselas, la parece más urgente es que todos los
personajes relacionados con la futura decisión y todos los miembros de esos grupos de información que
condicionan en gran parte el juicio definitivo comprendan sin ambigüedad que lo que España quiere es
abrir "conversaciones exploratorias" para exponer su punto de vista y que por el momento no quiere nada
más. Naturalmente, alguien podrá decir que eso está escrito y no hay por qué explicarlo más despacio, y
la postura será lógica, pero nos permitimos decir que quizá no sea oportuna. Volvemos a repetir que el
espectáculo de la Prensa francesa es demasiado escandaloso como para ser considerado desdeñable.
Lo que más haría progresar y más rápidamente este proceso de acercamiento hispano-europeo es una
campaña de clarificación absoluta de nuestras peticiones, suprimiendo toda posibilidad de interpretar
maliciosamente los textos de las dos cartas que hemos enviado a la Comunidad Económica Europea.
Nada resultaría más útil—y decimos esto con plena conciencia—que la refundición en un solo y tercer
documento indiscutible de la última postura española. Las interpretaciones i¿ue han llegado hasta
Bruselas desde París, desorbitando en unos casos y saboteando en oíros nuestra cuestión, hace un daño
infinito a las legítimas aspiraciones de nuestro pueblo, porque demuestran que aunque a escala oficial el
Gobierno español haya dicho con claridad lo que querí´t, la labor de explicación en muchos sectores no
está terminada. Resulta por lo menos grotesco que sobre un asunto que ha sido pura y simplemente
aplazado se puedan tomar posiciones entusiastas o catastróficas cuando la única realidad es que aquí, en
Bruselas, "todavía" no ha pasado nada, Salvador LÓPEZ DE LA TORRE,