LA ALIANZA DE UNA NUEVA HISPANIDAD
LA noción de Hispanidad evoca en todos nosotros, en 300 millones de mujeres Y hombres de
habla hispana, connotaciones afectivas que nos dicen que nuestros pueblos no vienen de la
nada, que nos recuerdan una historia de siglos a través de la cuai se forjó un idioma, una
cultura y una manera de entender ta vida. Una historia sin la que es imposible comprender e!
mundo de hoy. Sin embargo, cuando dirigimos con realismo la mirada a nuestro alrededor
contemplarnos un panorama que es en parte contradictorio. Nuestras naciones, nuestros
pueblos, no son los más ricos del mundo, midiendo la riqueza en términos convencionales;
pero tampoco los más pobres. Nuestra presencia en el concierto internacional no es ni mucho
menos despreciable, pero tampoco resulta plenamente decisiva. Creo que tenemos la
obligación de preguntarnos por las causas de este balance, en una primera apariencia
mediocre, sobre todo si lo comparamos con la capacidad de sacrificio y la creatividad cultural
de los pueblos hispanos. La historia del mundo ha sido la historia de las ideas, de las culturas.
Y lo seguirá siendo en el futuro. Las ideas que mueven hombres constituyen el entramado en el
que se debaten, día a día, nuestros destinos y los de los que nos rodean; las ideas que
conducen al trabajo, a! esfuerzo y a la cooperación. La cultura hispana está colmada de ideas
creadoras que es necesario vitalizar, reforzar y movilizar en favor de nuestros pueblos. En un
contexto internacional progresivamente integrado en el que sólo tienen voz las alianzas, la His-
toria v la esperanza en el futuro reclaman que sedemos la alianza de una nueva Hispanidad.
Yo me considero un artesano más de la vida diaria de esta Patria y trato por ello de
enfrentarme, con humildad y tesón, a la realidad política y social del mundo que nos rodea. La
política no se hace en soledad. Los robinsones no hacen política. Yo no he pensado, en mis
viajes a Iberoamérica, que representaba a una comunidad, sino más bien que pertenecía a esa
comunidad y que mis interlocutores estaban en un caso similar. En realidad, mí imagen de la
política es la de una pasión que trata de entender la vida social ayudando a buscar respuestas
a los diarios conflictos entre el pasado y el futuro que, lógicamente, obligan a proponer solu-
ciones nuevas, abandonar fórmulas inútiles, rechazar, aceptar y, en definitiva, estudiar y
realizar. Pero sucede, además, que las relaciones internacionales son, con frecuencia, un
espectáculo vivo y contradictorio ante el cual suelen ser insuficientes los análisis que sólo
contemplan un factor dominante. Hay algo más: un político no es un maestro y no puede
obligar a nadie a amar lo que no ama. El conjunto de nuestras naciones ofrece un peso
económico, demográfico y cultural muy importante en términos cuantitativos, pero aún más
trascendente desde un punto de vista cualitativo. Nuestra presencia en cuatro continentes, la
variedad y complementariedad de nuestros recursos, nuestra tradición de paz y capacidad de
convivencia son valores que amplifican la fuerza y la razón de los números. ¿Qué puede
significar hoy la nueva Hispanidad? En primer lugar, la defensa el hombre frente a la
despersonalización y al desprecio de sus derechos inalienables. Somos muchos millones de
personas y cada una de ellas —su bienestar, su conciencia, su esperanza— es el protagonista
del quehacer de nuestro pueblo. Otras culturas han aprendido de nosotros —aunque hoy
parecen haberío olvidado— el valor de la familia, de la infancia, del respeto mutuo. Pero,
además, Hispanidad significa hoy capacidad irrtegradora y solidaridad; comprender que, más
allá de nuestros problemas domésticos, el sufrimiento y la alegría de cualquier comunidad his-
pana son nuestra alegría y sufrimiento. Una política centrada en el hombre solidario es el único
fundamento posible de la paz. La Hispanidad también es, por tanto, un proyecto de
pacificación. Y, finalmente, debemos recordar que somos pueblos jóvenes, que aspiran —que
exigen, me atrevo a decir— a unas mejores condiciones de vida, que luchan por el progreso
porque su vieja historia les ha enseñado que no existe libertad real si no se mejoran las po-
sibilidades de acceso a la cultura, si no se distribuyen mejor los frutos del desarrollo, si no se
crean unas condiciones de vida dignas para todos. No se trata de resucitar la retórica,
verdadera selva en la que se perdieron para siempre tantos proyectos y posibilidades. Es un
hecho reconocido que tradicionalmente nos hemos influido más —unos en otros— por lo que
hemos sido que por lo que hemos pretendido hacer. Nos seguiremos influyendo por lo que
somos, pero tenemos que emprender una acción deliberada y común, a la vez ambiciosa y
pragmática, que dignifique a nuestros pueblos, que defienda nuestros valores y nos permita
recuperar lo que en justicia nos corresponde. Se trata de una exigencia de nuestra Historia,
pero además de una necesidad imperiosa frente a las amenazas y los riesgos den vados del
predominio de otras culturas. Todos sabemos de culturas que se transformaron o
desaparecieron, de pueblos con una importante tradición hispánica que poco a poco perdieron
esta identidad cultural, por qué no decirlo, a causa de la ceguera de la propia política española.
Esta convicción la he percibido muy intensamente a ambos lados del Atlántico. Es muy
característico de las nuevas generaciones ia voluntad superado-ra de ese gran pecado que es
la separación entre saber cosas y hacer cosas. Lo digo porque, en muchas ocasiones, nuestra
política iberoamericana tradicional ha sido un notable ejemplo de esa debilidad. Ahora creo
adivinar un deseo de que tantas y tan continuadas aportaciones solitarias c o m o constituyen el
repertorio de nuestras relaciones se integren comunitariamente para una mejor proyección
general. La velocidad del amplio cambio que vive el mundo hace que la actividad política de
nuestro tiempo requiera una puesta en funcionamiento de todas o casi todas las facultades
humanas. Y para ello es preciso profundizar en e! conocimiento mutuo, ahondando con respeto
en todos los niveles. Frente a este reto sólo cabe una posibilidad: fortalecer lo que nos une, de-
sarrollar un entramado de vínculos políticos, culturales y socioeconómicos, y construir un
sistema de apoyos recíprocos para conseguir el mayor bienestar de nuestros pueblos con ei
menor sacrificio de nuestro patrimonio cultural e histórico, de nuestra particular manera de
entender la vida y la sociedad. Las posibilidades son muchas y están ante nuestros ojos. Citaré
sólo algunas a modo de ejemplo: debemos potenciar nuestra colaboración en las instituciones y
foros internacionales, desarrollando estrategias de interés común. Podemos aprovechar la
complementariedad de nuestros recursos naturales, humanos y tecnológicos. España, como
afirmé en el discurso de Investidura como presidente deí Gobierno después de las últimas
elecciones, debe hacer ver a las Comunidades Europeas que, en nuestra opinión, éstas
quedan mutiladas si abdican de establecer una estrecha relación de colaboración con
Iberoamérica. La comunidad hispana en los Estados Unidos de Norteamérica —el quinto país
hispanohablante del mundo— debe servir de nexo de unión y colaboración con esa gran
potencia mundial. Existen otros campos que sería prolijo enumerar —actitudes comunes en
asuntos geoestratégicos y de defensa, mayor cooperación educativa y de políticas científicas y
tecnológicas, intensificación de ¡os proyectos económicos e industriales multinacionales,
etcétera—, pero prefiero terminar estas líneas exponiendo mi firme convencimiento de que la
alianza para una nueva Hispanidad no es un proyecto autárquico o excluyeme. Por el contrario,
promete un aire renovador, una contribución de paz a! curso futuro de la Nave Tierra.
Adolfo SUAREZ GONZÁLEZ Presidente dei Gobierno