LETRAS DEL CAMBIO
Las herencias
Por Jaime CAMPMANY
HOY, adrede, no quiero poner ejemplos. No quiero citar nombres. Ni copiar frases. Ni reproducir
acusaciones. Y eso, aunque los ejemplos florecen como hongos a diestro y siniestro, es decir, a diestra y
siniestra. Muchos andan ya en este país echándose en cara las culpas de 1 a s herencias, aporreándose con
el pasado. Antes se procedía a la descalificación de un ciudadano colgándole del cuello el sambenito de
«rojo»; ahora se utiliza para lo mismo el color «azul». Durante un tiempo se acuñó como insulto político
el título de «cipayo de Moscú»; ahora se acuña lo de «fascista» y lo de «franquista». Antes se exhibía
como mérito civil y político la condición de ex cautivo en las cárceles y checas rojas»; ahora se exhiben
las credenciales de cautividad en «las mazmorras franquistas». ¿Por cuáles soñados caminos anda la
hermosa empresa de la «reconciliación»? ¿Tendría razón el ilustre doctor Marañón cuando decía que las
cicatrices abiertas de una guerra civil duran, al menos, todo un siglo? El propio Maranón sería el primero
que habría querido equivocarse en ese desalentador diagnóstico.
En este país todos somos herederos forzosos de herencias malditas, de herencias manchadas, de herencias
con graves partidas de pasivo. He dicho todos. Todos. Hasta los mejor intencionados. Hasta aquellos que
pueden exigir la presunción obligada de buena fe. Hasta los que tuvieron la gallardía de adelantarse en el
número de los conversos. Mala herencia recibieron las Izquierdas españolas, socialistas, comunistas,
anarquistas. Mala herencia recibieron las derechas. Mala herencia recibimos de las dos Repúblicas. Mala
herencia de los últimos reinados de la Monarquía. Mala herencia nos dejaron las dictaduras. Ante
cualquier acusación, cada cual podría responder esa frase que inicia las pendencias: «Y tú, más.» Siempre
encontraría datos históricos en que apoyarse. En la Historia, incluso más allá de la reciente, no
encontramos precedentes para edificar de verdad la libertad, ni la democracia, ni el Estado de derecho, ni
la soberanía popular.
Pero las herencias históricas no pueden aceptarse a beneficio de inventario. Para empezar lo que estamos
empezando debemos saldar entre todos las deudas de todos. Debemos olvidar de una vez los pecados
originales. O estaremos eternamente ensuciándonos Ios unos a los otros, aniquilándonos con los errores
del pasado, del pasado nuestro, del de nuestros padres, del de nuestros abuelos. Vamos a dejar de una vez
de mentarnos, políticamente, a las madres, de echarnos al rostro las herencias.