CURIOSA SALIDA DE UN RÉGIMEN «ANTIPARTIDOS»
UNA ola de vulgarización jocosa ha venido haciendo objeto de buen humor a W reciente órgano
administrativo: la ventáola de asociaciones políticas.
La caricatura, es algunas veces un alivio de tensión a grandes preocupaciones de las ¡ue estamos
presos y además hay que reconocer que benévola y eutrapélicamente la criatua burocrática se presta bien
a ello. Pero el sentido de la ventanilla puede quedar velado por la broma al gran público y por eso se
requiere una explicación, un balance y riña predicción.
El Registro de Asociaciones Políticas apárese en la ley de Asaciación Política como e! instrumento de
garantía pública de la solvencia de los grupos políticos. Si la ley peca de algo, es probablemente de
lasitud liberal, casi casi anarquizante.
En cuanto a los requisitos para constituir un partido político son mínimos. Es sorpren dente que la
desembocadura de un Régimen antipartidos de cuarenta años haya podido ser una normativa que parece
un reclamo publicitario, votado en unas Cortes Orgánicas doctrinalmente excfuyentes y contrarías a las
asociaciones políticas.
En nuestra legislación, basta teóricamente que dos personas —dos por no extremarse a una— se
propongan la constitución de un partido político para que puedan encontrar reconocido y amparado
jurídicamente su propósito.
Sin cuadros, sin solera, sin ideas, sin dinero, sín entidad política alguna con la sola limitación de que el fin
no sea ilícito ni antidemocrático, el Gobierno a tenor de la ley tiene que reconocer e inscribir un partido
político y si no lo hace, se las verá con el Tribunal Supremo, que casi siempre tiene razón, eso sí. a la
larga.
Un partido político es un lujo al alcance de todos los españoles. Los únicos gastos de es* tablecimiento
son los derivados de la minuta del notario. A mí que me gusta ser piadoso in cluso conmigo mismo, me
conmueve este esfuerzo de promoción democrática que refleja tan vivamente el deseo de emprender una
andadura a la normalidad, a la presentabilidad política del país, sobre todo, ante sí mismo y su expeditiva
juventud.
Aun así desde algunos sectores, se ha criticado a la ley y, por su presunta minuciosidad administrativa.
Cierto que en algunos países el procedimiento formal es más simple todavía, pero los requerimientos
sociológicos y políticos ambientales impiden las aventuras a las que por estos pagos estamos rostiendo,
algunas veces, atónitos.
Hay que desear, que sí es posible una aún mayor simplificación formularia sea c cambio de una mucho
más efectiva exigencia de control y sanción por parte de la opinión pública y la clase política.
Una breve historia, puede ser ¡´til. Durante varios meses, a partir de la entrada en vigor de la ley la
opinión se encontraba estupefacta e intranquila por lo que parecía una act´tud generalizada de renuncia a
«pasar por la ventanilla» para legalizar la situación de los grupos políticos. Realmente, lo que sucedía, es
que no estaba montada «la ventanilla» en espera de la aparición del decreto por el que se regulaba el
registro de asociaciones políticas. Cuando esta norma se publicó más de una docena de asociaciones
estaban a la cola y un mes después se encuentran legalizados o en trámite una veintena de partidos
políticos, entre ellos algunos de la oposición.
Que pueda recordar, los únicos casos de denegación de inscripción, han recaído en tres grupos falangistas
y por el sólo hecho de pretender una denominación ya registrada, en favor de un cuarto grupo.
La oposición, la gruesa y grande oposición, todavía no se ha legalizado, pero no por rechazo a la
ventanilla, sino por otros condicionamientos políticos, internos y externos.
¿Cuál es el futuro de la «ventanilla»? Pues el ya conocido triunfo de la legalidad que, salvo situaciones
patológicas, incentiva mucho más que la ilegalidad. El futuro de la legalización de los partidos políticos,
está absolutamente unido al referéndum. Si la Nación dice sí a la democracia, ningún grupo político podrá
decir no, sin descalificación, a un instrumento de autentificaron legal imprescindible en un sistema
democrático que se caracteriza por el principio de sometimiento al Derecho, en una comunidad que
dispone de los cauces para darse a sí misma y soberanamente ese derecho. Los beneficiarios de una
impensable negativa a legalizarse por parte de unos grupos serán los legalizados, y así, razonablemente lo
harían valer. Los grupos políticos serios, entre los que se encuentran formaciones importantes de la actual
oposición verán entorr ees, probablemente sin ninguna simpatía, la permisividad actual para constituir
crupos políticos. Pero toda historia tiene un ortncipio y hay que vivirla completa pata entenderla y
sazonarla y para que puedan ajustarse los valores a Jas conductas usuales y prédicas en un orden
democrático.
La «sopa de letras», más de trescientas cincuenta siglas en danza para grupos pciííicos y no menos de
cincuenta para formaciones sindicales, sólo puede encontrar un expurgo contundente en la ley de mercado
político. Sólo sobrevivirán los más capaces. Los excesos del momento son fruto no querido y quizás
Inevitable del paso de una sociedad apolítica a una sociedad política, a la introducción apasionante de la
comunidad española en la política.
Los alemanes, llaman a las temporadas sosas, sin pulso y de estilo agarbanzado «épocas Biedermeier». La
nuestra, gracias a DiOS, no lo es.
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