El pueblo, con su Ejército
Dos jefes del Ejército han caído asesinados por ETA en Bilbao. Son ios últimos de una larga y trágica
lista, que no se cerrará con ellos. El desafío terrorista y su carrera de sangre tienen enfrente, casi a la
vuelta de la esquina, al que saben que es su enemigo mortal, el final inevitable de todas sus coartadas y
pretextos «políticos», y no va a detenerse ante él.
Este enemigo no es otro que la democracia, no simplemente como enunciado, sino efectiva, como
práctica. Euskadi va a pronunciarse sobre su Estatuto, y ETA y sus acólitos legales están nerviosos
porque intuyen e! resultado. Y la fiera nervio- . sa siempre ataca.
Ante la pérdida de nervios del agresor, no hay mejor actitud posible por parte del agredido que conservar
los suyos en perfecta calma. Lo contrario equivaldría a hacerle el juego, que es precisamente lo que
pretende. La reacción de las fuerzas políticas con base en el País Vasco, a izquierda y derecha de ETA,
desde el PNV a los revolucionarios marxistas, ha sido dura, serena e inequívoca. Ei cerco ideológico a
ETA es ya una realidad, y no hay salida para él distinta de la involución y del retorno a la barbarie. De ahí
que la escalada anti-Estatuto de ETA y sus acólitos se proyecte presumiblemente contra las Fuerzas
Armadas, en busca de la «pérdida de los nervios» del estamento castrense.
Las duras respuestas a esta nueva agresión por parte de algunos cualificados mandas de nuestras Fuerzas
Armadas merecen un análisis sereno. Toda, energía es poca, pero siempre desde una total calma y sin
caer. la valoración meramente emocional ds los hechos y de la situación. No es que tai valoración esté
fuera de lugar, sino algo peor: es inútil.
Decir, como ha dicho el teniente general Gabeiras, jefe del Estado Mayor del Ejército, «que España está
enferma y sin tratamiento adecuado», o que «España se nos va muriendo», como añadió en el mismo acto
el teniente general González del Yerro, capitán general de Canarias, supone situar una verdad, como es el
peligro terrorista en un lenguaje que la distorsiona y la hace irreconocible.
Por otra parte, poner en duda lo adecuado del «tratamiento» que se está dando al terrorismo supone
desconocer la verdadera naturaleza del mal, que exige rigor, paciencia, serenidad, medidas policiales y
políticas profundas, y tiempo. Hace va diez, años, que, por ejemplo, el Ejército aplica por decisión de su
Gobierno medidas extremas para combatir el terrorismo en el Ulster y éste todavía sigue allí. Y a nadie se
le ocurre decir que Inglaterra esté enferma porque uno de sus prohombres, como lord Mountbatten, caiga
en la lucha.
Tampoco consideramos acertado que, con ocasión del asesinato de dos jefes del Ejército, el teniente
general González del Yerro afirme que «se respira en algunos ambientes desconfianza hacia los generales,
jefes y oficiales». Por el contrario, incluso los sectores más reticentes —mismamente representativos que
antaño no escatimaron muestras de tal desconfianza, hoy están al lado de las Fuerzas Armadas y de su
demostrada ejecutoria constitucional.
Tanto estas palabras en sí, como el clima emocional en que fueron pronunciadas, tienen una resultante
indirecta e involuntaria de ir en contra de la cada día más potente unión entre pueblo y Ejército. Tal
unión, en efecto, no se consigue sembrado en el estamento castrense la duda sobre el apoyo ambiental con
que cuenta. No lo dude el ilustre soldado: el apoyo al Ejército es cada día más general. Y paralelo al
apoyo del Ejército a la causa del pueblo, que es la democracia y su Constitución.