El misterio de las pelotas
Nuestro país no deja de sorprenderme con cierta frecuencia, sobre todo desde que, hace un año, vuelvo a
residir de manera permanente aquí. Una de las sorpresas consiste en observar como erí el lenguaje
hablado y en el escrito perduran numerosos residuos terminológicos procedentes del largo periodo de la
dictadura.
Durante el franquismo, la prensa y los «portadores oficiales de cultura» se dedicaron a deformar la
realidad o a ocultarla mediante descripciones gongorinas, barrocas o cuya abstracción conceptual estaba
muy lejos de reflejar los hechos concretos.
Asi, durante el franquismo, y después de más de veinte años de no dar información acerca de las huelgas,
a partir de 1966 se les ocurrió llamarlas «conflictos laborales». Pero en 1979 las tentativas de deformar o
por lo menos suavizar la expresión de los problemas siguen estando a la orden del día. Por ejemplo, a!
despido ha empezado a llamársele «flexibilización de las plantillas». Si no cambian las tendencias,
corremos el riesgo de que ese barbarismo se generalice y que incluso quienes sufran la dramática
experiencia del despido, acaben diciendo algo tan surrealista como que «me han flexibilizado».
Así, durante la dictadura, cuando habia manifestaciones, al día siguiente no era raro leer en los periódicos
que«la Policía pegó tiros al aire». Y a renglón seguido: «unos manifestantes resultaron heridos en las
piernas», lo cual planteaba un extrañísimo problema de racionalidad que algunos lectores ingenuos
trataban de resolver mediante la búsqueda de respuestas a la formulación de no menos extrañas hipótesis:
o los manifestantes volaban, o la Policía estaba tumbada en el suelo. Era el cultivo de la edulcoración de!
problema al que, además, en lugar dé azúcar se le echaba tosca sacarina: elaboración de simples mentiras.
Ahora siguen edulcorándose o falsificándose algunos hechos.
Sergio Vilar
Pensemos un momento en quienes, dentro de veinte o treinta años, lean nuestros periódicos de hoy: ¿qué
lector va a entender que, según la prensa, en la actual etapa histórica la Policía se dedica a lanzar «pelotas
de goma» y que estas «pelotas» producen «heridas graves» en los manifestantes? Imagino al investigador
de las hemerotecas del futuro: de momento se encontrará un poco perdido en ese galimatía y dirá
«¡misterio!», «¡extrañas pelotas!»; pero a! final acabará deduciendo que esas «pelotas» no son otra cosa
que balas, de goma, pero balas.
¿Por qué no llamar a las cosas por su nombre? ¡Es un escándalo! ¿Existe una confabulación para sustituir
la materialidad de los hechos por un espectáculo verbal que se encarga de poner a los lectores gafas con
cristales color de rosa? (Posiblemente son ¡as agencias de noticias las que tienen la responsabilidad
principal de esos «disfraces» conceptuales.)
Es todavía más escandaloso que, dos años después de estar avanzando por la transición a y la
consolidación de la democracia, muchas manifestaciones acaban con muertos o heridos. Durante los
últimos lustros he tenido ocasión de asistir pacíficamente a algunos de los mayores movimientos
huelguísticos y manifestaciones que han tenido lugar en Europa; por ejemplo: en el mes de mayo de 1968,
en París y en general en Francia. Pues bien, a pesar de que había millones de personas en la calle con la
lógica tensión para tratar de conseguir cambios sociales y políticos, en aquellas jornadas no se produjo ni
un solo muerto. Jamás vi que la Policía disparara la menor «pelota» ni muchísimo menos balas (sólo
botes de gas lacrimógeno).
Hay que acabar con el «misterio» de las «pelotas de goma». Del mismo modo que es urgentemente
necesaria una política democrática del orden público. Porque a veces no son ni «pelotas»: son
balas de metal plúmbeo. O como ha sucedido el sábado en Rentería: un «jeep» de la Policía arrolla a una
anciana y la mata. ¿Son invisibles las viejecitas vascas? Sucesos como este no contribuyen a calmar los
ánimos.
Todo parece indicar que en España existe un exceso de pelotas, de pelotas bárbaras o por lo menos
neomedievales, y una carencia alarmante de cabeza, una falta inquietante de reflexión, de análisis de los
problemas, con el, fin de darles soluciones racionales.
Existen muchas otras pelotas, pero cada grupo tiende a aislarse con la suya, o cree que sólo su pelota es la
única reglamentaria; resultado: apenas se avanza al ritmo que debería progresarse en el juego de la
democracia. La elaboración teórico-concreta a partir de la práctica cotidiana en relación con otros sectores
sociales y para resolver los problemas colectivos, es una actividad insuficientemente desarrollada. Aquí
predomina la brutalidad empírica. En este país no existen verdaderos debates políticos y culturales: aquí
existen fenómenos substitutivos, «extractos químicos», simulacros o pantomimas de controversias. Se da
el caso de que algunos «debates» se organizan sólo entre quienes ya están de acuerdo. La inexistencia de
auténticos debates políticos y culturales es, asimismo, un residuo patológico procedente de la dictadura.
Aquí sigue existiendo una peligrosísima tendencia a aniquilar físicamente al adversario (la ETA es otro
ejemplo de esta práctica). En el terreno de la cultura, esa tendencia se traduce tratando de eliminar a quien
opina de otro modo: Nse intenta liquidarle mediante la organización del silencio en torno a él. Son
prácticas salvajes, propias de ilergete iletrados incapaces de tocar pelota por su propio esfuerzo
intelectual.