EL TORO DEL ASOCIACIONISMO
Recientemente, una agencia de noticias no oficial, bien que con fáciles canales de información cerca del
Gobierno, envió un despacho a sus abonados, en el que, haciéndose eco del sentir expresado por círculos
competentes, afirmaba: "Con relación a los trabajos de la ponencia que informa el Estatuto de
Asociaciones, no hay nada nuevo." Ni los miembros de la ponencia ni portavoz oficial alguno desmintió
la especie. Hay, por tanto, que deducir que el proyecto de Estatuto ha sufrido un nuevo aplazamiento y
que su puesta en marcha, en términos automovilísticos, sigue al ralentí.
¿Qué ha podido pasar para que se produzca un nuevo parón en el comienzo de los debates de una ley,
ansiada por toda la clase política del país no representada en el equipo gobernante y que está nutrida por
la mayoría de los grupos que, en su día, formaron los núcleos iniciales del Movimiento Nacional, es decir:
Falange, tradicionalismo, Democracia cristiana, derecha liberal, monárquicos?
La respuesta corresponde al Gobierno o a los que están preparando el texto de la ley. Pero el articulista
debe dejar constancia de la inquietud que, en un sector amplísimo de la clase política española, está
produciendo la continua serie de retrasos que sufre el Estatuto de las Asociaciones.
Hagamos un poco de historia. El 3 de julio de 1969, el Consejo Nacional aprobó un proyecto de Estatuto
que nunca vio la luz pública. A pesar de los esfuerzos realizados por el entonces vicepresidente del
Consejo y ministro secretario general, don José Solís Ruiz, dicho texto no pudo ser publicado en el
Boletín. El 29 de octubre del mismo año se produjo un amplio cambio de Gobierno, el más amplio en
extensión y profundidad de todos los registrados en la historia del Régimen. (Muchos dicen, acaso con
razón, que las Asociaciones tuvieron bastante que ver con ese reajuste ministerial.)
En diciembre, el nuevo ministro secretario, don Torcuato Fernández Miranda, anunció al pleno de la Alta
Cámara una reestructuración de la Secretaria General del Movimiento que preveía la desaparición de la
Delegación Nacional de Asociaciones, al mismo tiempo que declaraba que se iba a proceder al estudio de
un nuevo proyecto de Ley de Asociaciones. Algunos miembros del Consejo alzaron su voz para expresar
su preocupación por lo que consideraban "el extraño procedimiento seguido con la Ley de Asociaciones".
El 11 de enero de este año, en declaraciones al director de ABC, publicadas en estas páginas, el señor
Fernández Miranda afirmó que no había motivo alguno de alarma, que las Asociaciones debían responder
a la dinámica del momento. "Quien empieza el camino — dijo — no aplaza el caminar." (De momento,
ya se habían perdido siete meses.) Pasó el tiempo. Se nombró una ponencia para informar el nuevo
proyecto. Llegó el verano; vino el otoño. Todo un ciclo anual. La nueva Ley sigue sin aparecer.
El país se pregunta: ¿a qué se deben esos continuos retrasos en una ley que, como la de Asociaciones, es
la única que puede contribuir a clarificar el confuso horizonte de la participación política futura de los
grupos y tendencias que coexisten, o tratan de coexistir, dentro del sistema? ¿Conviene o no al Régimen
la promulgación que una ley que haga viable la asociación con fines políticos de personas con ideologías
afines? Porque en la actualidad, de acuerdo con la legislación vigente, todo intento asociacionista será
clandestino en tanto el país no sepa a qué atenerse en esta cuestión fundamental.
El Régimen debe esforzarse por integrar, no por marginar. El asociacionismo no puede ser monopolio de
un grupo, por muy respetable que éste sea. El clamor "pro asociaciones" es unánime. Tenemos dos
ejemplos muy recientes. El catedrático y procurador familiar por León, don Fernando Suárez, declaraba
hace pocos días al diario "Arriba": "Yo formo parte de una serie de gente que, a partir de la Ley Orgánica,
y creyendo en lo que significó el 18 de Julio, queríamos opinar sin quedarnos fuera del sistema. Se nos
convocaba a una evolución y pensábamos que era necesario colaborar, porque ni la podían hacer sólo
quienes estaban ya en el Poder, ni queríamos identificarnos con quienes están deseando que el sistema
caiga. Por eso me opongo a todo lo que impide la prometida evolución y al Poder mismo cuando la
retrasa."
Por su parte, el Círculo José Antonio, en carta abierta al Consejo Nacional, afirmaba: "La Comisión
Permanente (del Consejo) no puede parcializar el contraste de pareceres que debe representar. Toda esta
confusión viene por la falta de delimitación de campos. Por no saber a ciencia cierta quién es quién. Si
vinieran con urgencia las asociaciones políticas, los falangistas, como todos, podrían decir en qué sitio
está José Antonio, y en qué sitio están otras figuras de la política contemporánea actual."
Las dos declaraciones apuntan al mismo fin y pueden ser suscritas por una amplia gama de sectores
políticos españoles que quieren saber, de una vez para siempre, cuáles van a ser sus posibilidades de
acción futura.
El proceso político del mundo requiere dinamismo, soluciones concretas a problemas concretos. España
no puede ser una excepción, un islote. Nuestra política debe ser dinámica y no estática. El país, su
"mayoría silenciosa" en frase de Nixon, no puede permitirse aplazamientos o retrasos en el desarrollo de
sus leyes fundamentales. Hay que ampliar al máximo la base de aceptaciones de la pirámide política
española. Si no se hace así, si esa base de aceptaciones es tan estrecha como su vértice, el sistema corre el
peligro de perder el equilibrio. Una Ley de Asociaciones amplia, abierta y moderna, constituirá, sin duda,
un elemento integrador. Retrasar la promulgación de esa ley en virtud de unos peligros más imaginarios
que reales contribuirá a disgregar y a que las personas que se han ido distanciando del Régimen a lo largo
de estos últimos treinta años radicalicen aún más sus posiciones. El efecto será el contrario al buscado.
El sistema tiene que acostumbrarse, y vuelvo a citar a Fernando Suárez, a que haya gente que "piense
distinto", sin que por eso sea excluida su participación.
En esa línea de pensamiento, me viene a la memoria una frase de don Ángel Ossorio y Gallardo, recogida
por el profesor Pabón en su "Cambó", una obra monumental en todos los sentidos, imprescindible para el
conocimiento de la vida política española del primer tercio de siglo. El período es turbulento. Se ha salido
de la Dictadura. Don Dámaso Berenguer preside el Consejo de Ministros. El país se da cuenta de que está
en un período constituyente. Ossorio pronuncia una importante conferencia en la Academia de
Jurisprudencia de Zaragoza. La conferencia termina con estas palabras, que ponen también fin a este
artículo: "Los regímenes políticos no se derrumban ni perecen por el ataque de sus adversarios, sino por la
aflicción y por el alejamiento de los que deberían sostenerlos. "
Carlos MENDO