MIÉRCOLES 3-11-82
Un hecho histórico que nadie podrá ignorar
Lo ocurrido ayer tarde en la Castellana de Madrid es mucho más que una anécdota,
más que una simple noticia, más que un hecho pasajero. Es el resumen de muchos
sentimientos, de muchas creencias, casi un concentrado de historia secular. Como
si la fe de millones se hubiera echado de repente a la calle.
Y todo fue importante en esa concentración: el número de los asistentes (sin
duda alguna, la más grande asamblea de pueblo jamás reunida en España), la
emocionada pasión de todos, la belleza del espectáculo y las trascendentales
tomas de posición del Papa en un discurso dicho con una fuerza realmente
impresionante. Que todas estas tomas de posición fueran entusiásticamente
coreadas, apoyadas y sostenidas por una multitud (a la que repetidamente se
había pedido que se abstuviera de aplausos) tiene un valor moral que nadie puede
seriamente desconocer.
Era, por de pronto, la recuperación de una presencia de una de comunidad
católica a la que últimamente apenas se veía. Quienes se precipitaban
últimamente a entonar «réquiems» por la fe, tendrían al menos qué pensárselo dos
veces. El pueblo católico español no quiere avasallar a nadie, pero no quiere
ser ignorado y menos avasallado. No impondrá ya nunca a nadie su fe, pero quiere
recordar que esa fe existe y rebrota en cuanto llega la ocasión.
La misma lógica ha de aplicarse al discurso del Papa. En la también
importantísima alocución de la mañana a las autoridades y representantes
políticos, el Papa había explicado ya que el profundo respeto de la Iglesia a
las instituciones ya la autonomía de lo temporal no empece para que también
reclame su derecho a que los católicos luchen por la defensa de lo. que reclaman
sus conciencias´, y esto no sólo en su vida privada, sino también en la pública.
Los católicos aceptan en plenitud las reglas de la democracia, pero quieren
recordar que una de esas reglas es que se reconozca su derecho a expresar con
claridad y, a defender con coraje sus puntos de vista sobre la moral y la
dignidad del hombre. .
Desde el punto de vista de esta dignidad del hombre ha sostenido el Papa la
indisolubilidad del matrimonio, el derecho a la vida de los no nacidos y el
derecho primario de los padres a la educación de los hijos. No ha basado estos
planteamientos en argumentos confesionales, ´sino en la simple dignidad y
derechos de la naturaleza humana y del amor humano. Sus palabras podrán no ser
compartidas por todos, pero, dichas en tal clima y sostenidas por tal multitud,
se convierten en un dato que no puede ser menospreciado por ninguna persona que
no quiera cegarse sobre la realidad presente de España.
El Papa, sin entrar en críticas directas a la ley del divorcio, sí ha señalado
tajantemente que «cualquier ataque a la indisolubilidad del matrimonio» va no
sólo contra la doctrina católica, sino también «contra la dignidad y la verdad
del amor conyugal». Y ha recordado sin rodeos a los católicos que ellos «aun; en
presencia de normas legales que puedan ir en otra dirección» no pueden acogerse
a ellas, pues están llamados «a vivir ante los demás la plenitud interior de la
unión fiel y perseverante».
Aún más tajante fue la palabra del Papa ante el tema del aborto, no sólo por el
impresionante tono en que fueron pronunciadas, sino por su apelación a lo
esencial: No tiene ningún sentido, proclamó, hablar de la dignidad del hombre y
de sus derechos cuando la una y los otros se niegan a los no nacidos. Y más
grave sería aún prestar medios privados y públicos para destruir vidas humanas
indefensas.
Lo que estas palabras y —repetimos— su apoyo por la masa de oyentes, ciertamente
compartido por millones al otro lado de los televisores, tienen de luz para
nuestro próximo futuro no parece necesario subrayarlo. Este es un tema en el
que, como Iglesia, ni el Papa ni los católicos pueden permitirse distingos.
Aventuras en este campo podrían- abrir grietas gravísimas en nuestra convivencia
nacional y cargaría su peso´ sobre las conciencias de quienes lo intentaran.
También fue lúcida y precisa la palabra papal al recordar la distinción de
campos en el tema de la educación. Sin descender a problemas concretos, defendió
claramente los derechos y recordó que corresponde el primario a los padres y que
la gran tarea y él honor de las autoridades públicas es sostener y ayudar a la
realización plena de ese derecho de los padres a la educación.
Tres formulaciones que no son partidistas, pero que brotan del Evangelio que
rige a los cristianos y que surgen también de su visión del hombre y del mundo.
Con ellas, ni el Papa ni la Iglesia quieren dividir.
Pero nadie puede negarles el derecho a defender apasio. natíamente lo que creen
esencial para la dignidad del hombre y la familia.