LA IGLESA EN EL MUNDO DE HOY
ABC. JUEVES 28 DE FEBRERO 1974.
«Las consignas de este año —profundización en la fe, renovación en la vida,
reconciliación, entre los hombres— son las que más urgentemente necesita
nuestro catolicismo»
«RECIENTES SUCESOS CIVILES Y ECLESIÁSTICOS DEBEN SONAR COMO UN ALDABONAZO DE
RECONCILIACIÓN EN NUESTRAS CONCIENCIAS»
Firmada por el cardenal Jubany, en nombre del Comité nacional del Año Santo, que
preside, se hizo pública ayer una exhortación que se pregunta por qué esta idea
del Año Santo ha tenido, hasta el momento, tan poca repercusión en España. Tras
una primera parte en que el documento expone el interés que Pablo VI ha puesto
en numerosas exhortaciones en esta idea del Año Santo como gran momento de
renovación para la Iglesia, el documento del Comité nacional vuelve sus ojos a
España y escribe:
«Si miramos hacia España hemos de reconocer que, hasta ahora, la idea del Año
Santo apenas ha calado entre nosotros. Los obispos lo han anunciado
solemnemente, han señalado las metas para su digna celebración, pero no se
percibe en nuestro país ese clima deseado de renovación y reconciliación. Han
surgido, incluso, algunas manifestaciones de desconfianza. Algunos han visto en
el Año Santo una vuelta a ciertas prácticas tradicionales ya superadas. Otros
han temido que actos externos de piedad, peregrinaciones, manifestaciones
multitudinarias, alejaran de una pastoral realista, encarnada en la realidad de
este mundo que debe ser redimido y mejorado. Y todos —todos sin excepción— hemos
sentido ese tirón del egoísmo que nos frena a la hora del reconocimiento de
nuestras propias faltas y nos hace pensar que sólo los demás deben arrepentirse
de algo.
Permitid que a todos hagamos desde estas líneas una seria llamada para superar
esos apriorismos y vencer esa pereza. España no puede permanecer sorda en esta
gran hora de la Iglesia. El Año Santo será —debe ser— nuevo paso del Espíritu
que no podemos desaprovechar. Tanto más cuanto que las consignas, la
profundización en la fe, la renovación de la vida, la reconciliación entre los
hombres son, precisamente, las que más urgentemente necesita hoy nuestro
catolicismo.
TRES CAMINOS DE RENOVACIÓN
Pablo VI acaba_ de subrayar en un reciente discurso dirigido a los obispos
españoles la importancia que el Año Santo debe tener para España. «Deseamos
ardientemente —nos decía— que la celebración del jubileo pueda promover en
España un profundo incremento de la vida eclesial.» Y precisaba los caminos por
los que este incremento debe lograrse.
a) Un primer camino de fidelidad. Nuestra Iglesia —decía Pablo VI— «cuenta con
la reserva incalculable de sus fieles nobles, sinceros, sacrificados, devotos»;
nuestro pueblo, «entregándose generosamente a las tareas del espíritu, ofrece
siempre la reserva de lo esencial y definitivo: su fe cristiana, arraigada y
vital».
Esta fidelidad cristiana, que nos llena de gozo, debe ser conservada,
ahondada, purificada, extendida tanto en el interior como en el exterior.
b) La fidelidad encuentra su complemento y su camino de realización en la
renovación. La fidelidad a las tradiciones —nos recordaba también Pablo VI— debe
ser «fuente de renovación». No puede, nuestro catolicismo «limitarse a
vivir de su pasado». Esa «misión eterna» de «reserva del espíritu» hay que
«rejuvenecerla y actualizarla cada día para que la vitalidad y el mensaje de la
Iglesia, incorporados valientemente al estilo de vida de cada uno de sus hijos y
pastores, contribuyan a que el hombre y la sociedad sean cada vez más dignos,
más justos, más elevados moral y espiritualmente». Así nuestra fe heredada será
fe del hombre de hoy y, a la vez, fermento que no frene, sino empuje, a
nuestra sociedad a lograr las metas de paz, libertad, justicia y progreso que
deben ser alcanzadas.
c) Esa fidelidad y esa renovación no se lograrán en la España de hoy,
sino a través de la reconciliación, de la «unión de los fieles con sus
pastores, unión de éstos entre sí, unión de todos con Cristo, fuente y
medio de unión vivificante para caminar compactos, sin titubeos, con valentía,
con serenidad y confianza».
Muchos recientes sucesos —tanto en el orden civil como en el eclesiástico— hacen
pensar que esta reconciliación debe sonar como un aldabonazo en nuestras
conciencias cristianas. Sin ella ni sabremos mantener la fidelidad, ni lograr la
renovación; sin ella quedarían sin realizarse en nuestro catolicismo las grandes
y profundas líneas que marcó el Concilio Vaticano ir, sin ella volverían a
abrirse en nuestra convivencia tantas graves heridas como en muchos momentos
pasados ensombrecieron nuestra historia.
TAREA PARA TODO EL PUEBLO CRISTIANO
He aquí la gran tarea que a todos se nos abre en este Año Santo que ya ha
empezado. Todo el pueblo cristiano tendrá que hacer un gran esfuerzo para
escuchar más viva y atentamente lo que la Palabra de Dios espera de él. Todos
debemos preguntarnos a qué nos obliga en nuestra vida individual y pública, a
qué nos obliga la fe que profesamos. Todos —gobernantes y gobernados, ricos y
pobres, jóvenes y mayores— tendrán que bajar a sus conciencias, encontrarse allí
con Dios y preguntarle: Señor, ¿qué quieres que haga?
«Especial obligación de conversión tendrán cuantos han apostado su vida entera
en la realización de esa fe: los movimientos apostólicos —luz del mundo y sal de
la tierra por un título peculiar—; las comunidades religiosas —realidad y signo
de un seguimiento total y exclusivo de Cristo—; los sacerdotes —colaboradores
eficaces e inmediatos de los obispos en su ministerio pastoral—, y los obispos —
sobre cuyas espaldas ha puesto el Señor la obligación de unir y pastorear esta
porción del Pueblo de Dios.
LA CUARESMA, TIEMPO DE CONVERSIÓN
Momento ideal para iniciar este proceso de conversión reconciliadora es la
cuaresma. «Este momento de gracia —ha dicho también Pablo VI—ordinariamente no
se obtiene más que con la cabeza inclinada.» Sin esta humildad inicial no podrá
desencadenarse esa «ola de caridad» y de amor fraterno que el Papa desea.
Y para ello quisiéramos subrayaros la importancia de tres tareas iniciales:
1) La oración. Cristo quiso iniciar con oración su gran tarea salvadora.
Y la iglesia primitiva fue conocida ante todo como «comunidad orante». Si
somos sinceros con nosotros mismos sabemos que el hombre es incapaz de
volverse verdaderamente a Dios y reconciliarse con sus hermanos si no cuenta,
ya desde el comienzo, con la ayuda del mismo Dios hacia quien quiere caminar.
Los frutos del Año Santo serán un don de Dios o se quedarán en
palabras y gesticulaciones humanas. Tendremos, pues, que pedir a Dios
esa ayuda que El no sabrá negarnos.
2) Contamos también con la indulgencia de la Iglesia. Si es verdad que
debemos superar un planteamiento mercantilista de las indulgencias, no
seríamos inteligentes si olvidásemos que en esta gran obra de
renovación contamos con la comunión en los méritos de los santos y en la
real solidaridad de todos los miembros de la Iglesia. Frente a la solidaridad
del mal y de la violencia que hoy parece contaminarlo todo, la Iglesia puede
ofrecer hoy al mundo esta gran lección de solidaridad en el bien, esta gran
«comunión del cuerpo místico de Cristo, animado por el Espíritu Santo», que
encuentra en la indulgencia una profunda expresión y realización.
3) Y esta comunión se hace visible en la Iglesia que peregrina. Las visitas de
este año a las iglesias catedrales de las diócesis y a los demás lugares
señalados por los obispos y las que el próximo año se encaminarán a Roma no
deben tomarse como una manifestación de poder o una búsqueda de número y menos
como una expresión de turismo más o menos piadoso. Son, por el contrario, si se
realizan como la Iglesia quiere, la expresión de esa función peregrina del
pueblo de Dios que el Concilio Vaticano II señaló tan agudamente. Los cristianos
amamos este mundo, pero al mismo tiempo sabemos que a través de esta historia y
de este mundo caminamos y construimos una historia y una patria definitivas, un
mundo que será pleno en Cristo.
Esta es la «audaz aventura que la Iglesia se ha propuesto en un mundo agitado y
hostil». Está es la aventura a la que os convocamos, esta es la gran tarea que
comienza. Quiera Dios que este nuevo «paso del Señor» no encuentre a nadie
«dormido y sin aceite en sus lámparas». A todos os invitamos a encender la luz
y la llama de vuestra fe para que este año sea verdaderamente santo».