Colaboradores de patria
Católicos intelectuales y católicos políticos
Por Adolfo MUÑOZ-ALONSO
LOS católicos —Intelectuales y políticos — están ensayando en el pentagrama
planetario unas vías de acceso a la cultura y a la política que susciten la
aprobación del pueblo fiel. Para lograr su propósito exhiben todos el pasaporte
conciliar en sus pretensiones. Algunos estampan en sus páginas el visado de la
"Populorum progressío". No sólo potencian la novedad del pasaporte y del visado
sino que se esfuerzan por dotar de valor colectivo a su documento personal de
turismo.
Cuando nosotros nos hemos atrevido a decir en más de una ocasión que algo está
cambiando en el mundo de la política y de la, cultura entre los católicos, no
acentuábamos la noción del cambio con referencia a la doctrina católica
concebida como tesoro dogmático, sino que apuntábamos, a la actitud adoptada por
los católicos —Intelectuales y políticos— ante el fenómeno conciliar y ante el
nuevo estilo de las encíclicas.
No deja de ser curioso —curioso y lamentable— que sean muchos los católicos
políticos y los intelectuales católicos que cifran su ostentación adhesiva en
las particulares movedizas, con olvido elocuente de las verdades permanentes.
Descenderé a un ejemplo significativo y sugeridor. El Concilio Vaticano II ha
constituido — también en las intenciones pontificias— un fenómeno universal. No
ya católico —que esto es obvio— sino universal.
La Iglesia ha querida mostrarse ante el mundo en lo que es, en lo que piensa, en
lo que quiere y en lo que padece. Lo ha realizado con pureza, con serenidad y
sin rebozo.
Lo que sucede es que una presentación de este género requería un lenguaje
inteligible en el mundo entero y una recomposición de las ideas más elementales,
arrancando de las nociones comunes y de las exigencias primarlas. La Iglesia ha
creído que el mundo ha llegado a una situación en que tiene que tomar conciencia
de la dignidad de la persona humana y armarse de fortaleza ante la mentalización
colectivista que nos invade con signo positivo y negativo, que habrá que
descifrar y resolver.
Pues bien, algunos católicos intelectuales y políticos han interpretado el
fenómeno con criterio distinto —a veces contrario— al que ha adoptado la
Iglesia, dando lugar a esa desdichada diferenciación de progresistas y
conservadores. Sin arrogarme título alguno de definidor o de interprete, sino
acudiendo a mi leal saber y entender, creo que se puede asegurar que cualquier
interpretación que debilite las verdades dogmáticas reveladas es una
interpretación torcida, y que todas las interpretaciones que ahonden la fe
católica y animen a la práctica de los sacramentos y al reconocimiento vital,
personal, social y familiar de la Religión es la interpretación correcta y sin
falsía.
No consigo entender, por muchos esfuerzos que hago, cómo pueda interpretarse el
Concilio como una disolución de la fe y de la práctica sacramental en una
homogeneización naturalista, en un retorno al instintivismo racionalista o en
una recaída en el empirismo positivista. Cabalmente lo que nos enseña la Iglesia
en nuestros días—para el que sepa leer— que la naturaleza humana se degradara en
sus principios de orden primario si desconoce la posibilidad de un orden
sobrenatural, inaccesible a quienes se empeñan en entregar a su razón individual
las llaves del secreto de la vida y de la muerte, de la cultura o de la
política.
El hecho nuevo, la explosión actual, que se cifra en la conciencia personal y en
la socialización, son atendidos por la Iglesia Católica como realidades que hay
que tener muy en cuenta para la evangelización.
En una hipótesis superficial y deteriorada cabría pensar que la Iglesia hubiera
podido prescindir de estas dos peculiaridades, contentándose con decir su verdad
en expresiones utópicas y crónicas. No sólo no ha empleado este lenguaje
anacrónico y mustio sino que ha comenzado por el reconocimiento expresivo de la
situación real. Pero no ha introducida la situación" como un ingrediente valió,
so de la verdad divina revelada, sino como la simple constatación de un hecho
con el que hay que contar.
.No todo !o que sucede es deseable ni todo lo tolerable es permisible, ni todo
lo aguantable es bendecible. Pero lo que ciertamente no parececorrecto en forma
alguna es utilizar la doctrina conciliar o las encíclicas para tranquilizar
opiniones subjetivas nacidas al hervor de motivaciones dudosas, o dogmatizar con
textos pontificios la inmensa muchedumbre de posibilidades culturales y
políticas, en las que el Concilio no entra ni las Encíclicas tienen porqué
entrar.
Diré más; si de la lectura de los textos eclesiásticos no obtenemos un deseo más
puro de vida personal cristiana, practicando la socialización como una más
intensa comunión con Dios, en el terreno intimo de nuestra conciencia personal y
familiar, es que estarnos leyendo al sesgo lo que ha sido escrito y pensado para
ser leído de frente. Los progresistas y los conservadores constituyen el ejemplo
negativo de esta pésima lectura de los Documentos eclesiásticos, ya sean
intelectuales orasean políticos los lectores— (PYRESA)