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OPINIÓN
La hora de Fraga
La maza de Fraga ha caído sobre los celtas ucederos. Fraga gana en La Coruña,
Fraga gana en Pontevedra. Pío Cabanillas resiste en Orense. «Ahora se enterará
Pío de que yo aquí mando un carallo.» Antonio Rosón aguanta el embate en Lugo,
detrás de las murallas. Pero Fraga gana en las ciudades. Los votos para Fraga
salen de las urnas como percebes, a puñados. Fraga ha ganado un escaño más que
los celtas ucederos. Fraga ha sacado más escaños que los socialistas, los del
bloque y la izquierda gallegas juntos. El partido de don Santiago Carrillo
estará mudo en el Parlamento gallego. La verdad es que el partido de don
Santiago Carrillo, además de desaparecer de Galicia, anda metido en rebeldías
vascas y en cismas catalanes. Como esto siga así, a don Santiago Carrillo le va
a mandar el Kremlin a tomar las aguas al balneario de La Toja. El día de
vísperas, don Felipe González empezó a predicar a los gallegos el triunfo de los
socialistas griegos y el telegrama de Papandreu. «Ay, reiciño, que a ese
Papandreu no me lo conozco, y yo le voy a votar a don Manuel, rapaz.» Los
partidos nacionalistas vascos y catalán llegaban también con ánimos v con
dineros.
Como en este país empiecen a votar incluso los gallegos, a lo mejor esponja la
democracia, y se pone maja. «Esto es una gaita», decía don Pío al conocer las
cifras primeras. Sí, hijo, y lo peor es que es una gaita gallega. Don Adolfo
Suárez también se fue a Galicia. Don Adolfo Suárez dice que «si el partido se
derechiza, yo me voy.» A don Adolfo Suárez no se le ha derechizado el partido;
se le ha derechizado el electorado. Todavía queda un consuelo. Cómo dicen que a
tos gallegos no hay manera de entenderles, a Jo mejor han votado a Fraga para
indicar que quieren que gobierne Felipe. La verdad es que Felipe hizo una
campaña con moral de derrota. -Os pido que votáis, sea a quien sea.»
Ahora todos estarán barajando, analizando, desmenuzando e interpretando las
cifras del escrutinio. Las calculadores políticas trabajan. UCD baja tantos
votos, tanto porcentaje. Alianza sube tanto. El PSOE se queda en tantos. El
«pecé» casi todo. Los que más han votado son los coruñeses. Los que menos han
votado son los orensanos. A mí, estos números casi no me importan. Los números
electorales resultan cabalísticos y cada uno los interpreta a su manera. Hay
otras cifras electorales mucho más interesantes, y que nadie las da. Lo que yo
quiero saber es cuántas nécoros ha destrozado Fraga. Cuántas truchas, cuántas
ostras, cuántas cigalas y cuántos lacones. Porque Fraga no sólo ha dejado a los
demás sin votos.
Ha debido de dejar, también, la costa ümpia de mariscos, las despensas peladas,
a Betanzos sin huevos para la tortilla, las granjas sin cerdos y a sus huestes
sin respiración. Lo que yo quiero conocer es cuántos kilómetros ha recorrido, y
cuántos discursos ha echado, y cuántas declaraciones ha hecho, y cuántas
botellas ha trasegado, y cuántas manos ha estrechado, y a cuántos paisanos ha
rendido. Aquí, un caldo: allí, un lacón grelos; acá, unos versos de Rosalía;
allá, un sopapo a diestra; ahora, otros dos lacones; antes de la merienda, una
cita de Valle-lnclán; dos docenas de truchas; «un gallego como tú»; dieciciete
chorizos, veinte discursos, tres litros de Rosal y catorce pueblos más antes de
dormir tres horas. La maza de Fraga ha caído sobre tos celtas ucederos como un
aerolito despeñado, como una catarata desatada, como un bosque se desgaja, como
un planeta.
Ya se sabe que no va a pasar lo mismo en todas las demás regiones. Galicia es
Galicia. Una cosa así no va a pasar ni en Cataluña, ni en el País Vasco. Pero
algo de esto que ha ocurrido en Galicia puede ocurrir en Castilla, en
Extremadura, en Murcia, en Baleares, en Canarias. Lo del «voto útil», lo del
«voto del miedo» es un invento que ha quedado descuajaringado. Habrá que
inventar otro invento. Yo no sé si habrá llegado «la hora de Fraga». Esto debe
de ser una exageración electoral. Pero sí sé que el puesto de Fraga en la
política española estaba desnaturalizado. Primero, le quitaron el centro.
Después, lo echaron de la derecha. Más tarde, !e quitaron tos votos de la
derecha para llevarlos a! centro. Y por fin, dejaron la derecha española
reducida a nueve escaños en un Parlamentó de 350 señorías. Pues mire, no me lo
creo.
¡Con razón dice la izquierda que el centro no es el centro, sino la derecha!
Nuestro mapa político actual está equivocado. Cuando la derecha sea la derecha,
el centro sea el centro y la izquierda sea la izquierda, a lo mejor se calma un
poco esta ceremonia de la confusión. Y cada oveja, con su pareja.
Me parece que era don Rafael Calvo Ortega, quien se quejaba de que, desde la
derecha y desde el socialismo les estaban in la diendo el centro. O sea, que le
estabas quitando el juguete. Pues, ojalá. En cuanto en. este país queden
aislados los extremismos de derecha y de izquierda, y los demás partí dos
invadan el centro, ya podemos empezar a votar como ingleses, como alemanes o
como norteamericanos, sin jugarnos en cada elección el modelo de sociedad, el
modelo de libertad y el modelo de uniforme. En cuanto en este país la derecha no
sea ultra, la izquierda no sea marxista y el centro sea un partido moderador,
capaz de formar con unos o con otros una mayoría parlamentaria, habremos puesto
en marcha una democracia sin otros sabresaltos que los indispensables Mientras
no se ajuste a la realidad nuestro mapa político, el centro tendrá miedo a esa
«mayoría natural» que predica Fraga y tas socialistas buscarán la mayoría en la
alianza con los comunistas, como ha sucedido en el gobierno de los Municipios.
El centro debe ahora elegir entre dos posibles mayorías para gobernar Galicia: o
se une al PSOE, o se une a Alianza Popular. O abre un turno de alternativas, sin
permitir que la derecha o la izquierda se le desvíe hacia los extremos. Esta es,
creo yo, la gran lección que nos va a dar Galicia después de estas elecciones. Y
ese puede ser el ensayo para otras nuevas soluciones en el ámbito nacional. Y
otra lección es la que han dado los gallegos a los partidos nacionalistas. La
autonomía es una cosa, y las representaciones nacionalistas en el Parlamento de
la nación sin otra misión que la de defender intereses parciales, al margen o en
contra de los intereses de todo el país, es otra cosa bien distinta. Ya está
bien de que, a cambio de cuatro o cinco votos de minorías regionalistas estemos
entregando las soluciones razonables a los grandes problemas nacionales. Los que
dicen, gritan e insisten en que ellos son una nación, que no vengan, al menos, a
querer gobernar la nuestra.
Es muy posible, casi diría que muy probable, que eso de «la hora de la Fraga»
sea Lina exageración electoral. Bastaría con que en Galicia, con el pretexto de
la elección de su Parlamento, nos haya enseñado que debe sonar la hora de la
verdad política: la hora de Las definiciones claras, y la hora en que cada cual
debe ocupar su verdadero sitio.—Jaime CAMPMANY.