BOCETO DE UN "PREMIER"
Por Manuel Jiménez de Parga
Se sigue especulando sobre quien puede asumir la presidencia del primer Gobierno del Rey. Abundan las
listas, no cesan los rumores. En medio de la desorientación imperante yo creo que el jueves se encendió
una luz en la iglesia de los Jerónimos, después de la magnífica homilía cristiana del cardenal Tarancón.
La reacción inmediata de la prensa ha sido casi unánime: Se trata de una oración sagrada de
extraordinario valor, en la que se dijo lo que el país esperaba que se dijera. Las personas que me han
hablado del asunto se expresan en el mismo sentido. Pocas veces —yo no recuerdo ninguna— la palabra
de un obispo español ha sido acogida con un entusiasmo tan generalizado.
Si viviésemos en épocas anteriores de la historia de España y de la historia europea, ya tendríamos la
solución al problema político que ahora más nos preocupa: don Vicente Enrique y Tarancón sería la
persona adecuada para asumir la presidencia del Gobierno. No sería nada sorprendente o excepcional.
Europa se construyó en parte notable gracias a los cardenales que gobernaron por ejemplo, en España y
Francia: Cisneros, Mazarino, Richelieu, entre otros prelados con una gestión política importante.
Pero a finales del siglo XX los cardenales de la Iglesia Católica se consagran a su actividad propia. Ahora
causaría asombro que el Rey encomendase a monseñor Tarancón formar Gobierno.
Sin embargo, en la homilía del jueves se ha trazado el boceto de lo que puede ser el "premier" que en
estos momentos desean muchos españoles. Allí, en la oración sagrada, tenemos un borrón colorido para
poder pintar el retrato.
Se ha aplaudido la idea de una convivencia sin privilegios ni distinciones con respeto y amor hacia los
que piensen como nosotros Y hacia quienes piensen de manera distinta a la nuestra.
Se ha aplaudido la promoción de los derechos humanos, el fortalecimiento de las libertades justas, la
participación libre y activa en las medidas concretas de gobierno.
Se ha aplaudido la idea de una protección especial a los españoles que más lo necesitan: los pobres, los
ignorantes, los despreciados, aquellos a quienes nadie parece amar, los cuales han de ser también
ciudadanos en una patria plenamente justa en lo social y equilibrada en lo económico.
Se ha aplaudido la eliminación de la mentira, de la hipocresía, la opresión, las discriminaciones y de los
favoritismos, en una organización futura bajo el imperio de una Ley que esté al servicio verdadero de la
comunidad.
Se ha aplaudido, en suma, el proyecto de construir un reino de auténtica paz, una paz libre y justa, ancha
y fecunda, en que todos los españoles puedan crecer, progresar y realizarse.
El cardenal Tarancón no presentó al Rey, a la nación y al mundo representado en la iglesia de los
Jerónimos, un programa de acción política. Pronunció una oración. Pero cuando esa doctrina que la
homilía contiene ha llegado a la calle, se ha convertido en el boceto de lo que muchos desean que se haga
políticamente entre nosotros.
No estamos ante una sospecha de que se quiere eso. Hay una prueba contundente, inequívoca. La reacción
positiva ha sido casi unánime.