ABC. JUEVES 17 DE MAYO DE 1962. EDICIÓN DE LA MAÑANA. PAG. 41
EL JEFE DEL ESTADO RECIBIÓ AYER AL CARDENAL ANTONIUTTI
COMIDA DE DESPEDIDA EN EL MINISTERIO DE ASUNTOS EXTERIORES, CON
ASISTENCIA DEL GOBIERNO
Pronunciaron discursos don Fernando María Castiella y el pronuncio de Su Santidad
Su Excelencia el Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos recibió ayer en audiencia civil, en el
Palacio de El Pardo, a los siguientes señores:
Cardenal monseñor doctor Hildebrando Antoniutfi, pronuncio de Su Santidad; Comisión Organizadora
del Congreso de la Unión Internacional de Editores, presidida por D. Gabriel Arias Salgado, ministro de
Información y Turismo; Comisión Permanente de los Congresos de la Familia Española, presidida por D.
Fernando Herrero Tejedor, vicesecretario general del Movimiento; Comisión de la VII Asamblea Nacinal
del Grupo de la Producción Fotográfica, presidida por D. Alberto García Ortíz, jefe nacional del Sindicato
Vertical de Industrias Químicas; monseñor doctor Francisco Aldegunde, arzobispo de Tánger; conde de
Casa Miranda, embajador de España en Bruselas; Sr. Iverach McDonal, redactor jefe para Servicios
Extranjeros del "Times" de Londres, acompañado de don Adolfo MartínGamero, director general de la
Oficina de Información Diplomática del Ministerio de Asuntos Exteriores, y D. Silvestre Segarra Bonig.
Almuerzo de despedida en el palacio de Viana
El ministro de Asuntos Exteriores, don Fernando María Castiella, ofreció ayer en el palacio de Viana un
almuerzo de despedida en honor de Su Eminencia Reverendísima el cardenal Hildebrando Antoniutti,
pronuncio apostólico en Madrid. Al acto asistieron los miembros del Gobierno.
A los postres, el ministro de Asuntos Exteriores pronunció las siguientes palabras:
"Eminencia Reverendísima; Con esa honda pena que vuestra partida nos causa, apenas paliada por la
alegría de vuestro encumbramiento, alzo mi copa para brindar por Vuestra Eminencia Reverendísima, dos
veces representante de la Sede Apostólica en España; una, cuando el dolor de nuestro martirio; otra, en la
hora de nuestro resurgimiento. Y en las dos, amigo sincero y fiel colaborador para promover toda clase de
virtudes, empezando por la caridad, reina de todas ellas.
Señor cardenal: España no olvidará nunca vuestros desvelos para atender y repatriar a sus hijos
arrebatados por el comunismo y llevados al otro lado de sus fronteras, ni vuestras oraciones por los
muertos en la Cruzada que vieron vuestros ojos, ni vuestra energía y claridad para defender la justicia de
su causa.
España recordará siempre la figura ascética del cardenal Antoniutti como nuncio apostólico, incansable
viajero por todas sus diócesis para inaugurar seminarios, presidir congresos, coronar imágenes sagradas,
ungir sacerdotes, consagrar obispos y predicar siempre la palabra de Dios.
Eminencia: Sabemos que, además, habéis sufrido "propter nomen Hispaniae", y aprovecho esta
oportunidad para reconocerlo así y daros las gracias en presencia de los miembros del Gobierno de la
nación, reunidos aquí para manifestaros su afecto cordial y su íntima satisfacción por el altísimo honor
que os ha conferido Su Santidad el Papa Juan XXIII al elevaros a la dignidad de príncipe de la Iglesia.
Seguro de que habéis de conservar de nosotros tan grato y grande recuerdo como el que nos dejáis, brindo
por Su Santidad el Papa Juan XXIII piloto providencial de la Nave de Pedro, cada día más admirado y
amado por la multitud de los pueblos—, que os decoró con la sagrada púrpura; :por los más fecundos
servicios de Vuestra Eminencia a la Iglesia, por el éxito del Santo Concilio promotor de la unidad entre
todos los hijos de Dios.
Cordialísimamente, sintiendo su marcha y alegrándome de su ascensión al Senado de la Iglesia, con la
esperanza, y el deseo de que volváis a visitar nuestra y vuestra nación: "Ad multas annos". Eminencia."
PALABRAS DEL CARDENAL ANTONIUTTI
El cardenal Antoniutti respondió con las siguientes palabras:
"Señor ministro: Las palabras llenas de tan generosa cortesía y amable delicadeza que Vuestra Excelencia
ha tenido la bondad de dirigirme me han hecho evocar una serie de recuerdos profundamente grabados en
mi mente y en mi corazón.
Hace ahora veinticinco años que entraba en España, al final de julio, cuando se apagaba el fuego de la
batalla de Brunete. Llegué a Navarra, enardecida por sentimientos de religión y patriotismo, y la
impresión que tuve fue la de un pueblo lleno de virilidad que luchaba por Dios y por su patria.
Venía con una misión de caridad, y traía una bendición del Papa para los que se habían propuesto la
difícil y delicada tarea de restablecer el orden, la justicia y la paz.
Al comenzar mis viajes por tierras de España, tuve mi primera y trágica visión de la guerra, que todo lo
destruye, en Ochandiano, el primer pueblo de Vizcaya en el que saltaban a la vista las dolorosas e
impresionantes señales de la profanación del templo y la mutilación de las imágenes sagradas.
Dolorosos también los recuerdos de espectáculos semejantes que tuve ocasión de presenciar por tierras de
Asturias, Aragón y, posteriormente, de Levante. En Gijón llevé el Cristo del Perdón por encima de las
ruinas de iglesias destruidas. Junto a los muros de Teruel, en el frío comienzo de 1938, busqué en vano al
obispo, padre Polanco, que, después de larga prisión e inenarrables sufrimientos, debía seguir la suerte de
otros once obispos torturados y muertos de las formas más inhumanas. Llevé en Vinaroz, en nombre del
Papa, el Santo Cristo de la Paz, para conmemorar la liberación de aquella ciudad, en un Viernes Santo,
que fue un viernes de gloria. Visité con dolor los cementerios profanados, entre los que recuerdo el de
Barbastro y el de Huesca; recé sobre las ruinas de las iglesias destruidas, y lloré ante las tumbas de
millares de sacerdotes que fueron martirizados con la violencia del anticristo.
Pero también he tenido la alegría, como me lo habéis recordado con vuestras palabras, de reunir a los
seminaristas dispersos, devolver muchos niños arrancados a sus familias y ayudar a millares de
refugiados. Y en todas partes he admirado el resurgir de un pueblo empeñado en hacer revivir sus
mejores tradiciones.
Después, todo esto me ha servido para hablar, modesta pero sinceramente, en favor de esta nación, no por
razones políticas, sino para rendir testimonio a la verdad, porque una hábil propaganda había despojado a
España hasta del aprecio y cariño de algunos hijos de la Iglesia.
Testigo auténtico de la tragedia de este país, he podido comprobar después, a mi vuelta, las grandes
realizaciones logradas a pesar de las dificultades que España tuvo que afrontar soportar y superar con la
tenacidad propia de sus gentes y las reconocidas virtudes de su genio.
Señor ministro: Si he evocado algunos de mis recuerdos personales en la víspera de mi partida de esta
queridísima tierra ha sido con el ánimo de dar gloria a Dios, que ha protegido a España, y para rendir
justo homenaje al pueblo español, que ha sabido mantenerse fiel a su vocación histórica.
Así lo reconoció varias veces el Pontífice Pío XI, que tuvo para España palabras de vigoroso aliento y
acendrado cariño. Lo ha proclamado Pío XII, que cantó las glorias de esta Iglesia victoriosa, y lo repite el
actual Pontífice, Juan XXIII, con recuerdos de afecto paterno y fe serena.
Os agradezco todas las atenciones que tanto Vuestra Excelencia como los señores ministros del Gobierno
me habéis dispensado siempre, como expresión de respeto a la Santa Sede y de filial devoción a la
persona del Augusto Pontífice.
A la vez que recibo reconocido los sinceros deseos que habéis formulado por Su Santidad y por el éxito
feliz del próximo Concilio Ecuménico, que constituye un acontecimiento lleno de radiantes esperanzas,
elevo mis votos más fervientes por Su Excelencia el Jefe del Estado, al que he seguido siempre con
admiración en la dura tarea que se ha impuesto por el bien de su patria, y pido a Dios que le asista en su
empeño y conceda a España la protección que necesita, la prosperidad que se merece, la comprensión a
que tiene derecho y el progreso que le asegurará alcanzar metas aun más altas y nuevos triunfos."