VIERNES 12 DE JUNIO DE 1987
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RAMÓN PI
Mayorías y minorías
SERIA probablemente un poco cínico si nos limitásemos a felicitar al PSOE por haber ganado las
elecciones municipales, autonómicas y europeas, sin más, por muy cierto que sea que, en efecto, las
hayan ganado. Salvo rarísimas excepciones, el partido de Felipe González ha sido el más votado (por
cierto, Felipe González se ha evaporado como secretario general del PSOE desde que se supieron los
resultados, y eso que eran tres elecciones a la vez y que él mismo trabajo intensamente en la televisión, en
Madrid y en Sevilla, durante el final de la campaña. Está siendo muy comentado, que diría aquél, el
silencio sepulcral guardado por el secretario general del PSOE hasta ahora. Pero el modo de ganar, esta
vez, parece requerir alguna reflexión aparte de los parabienes a los vencedores.
Una de las primeras reacciones que aprecia cualquier observador en los contendientes es bien curiosa: los
ganadores tienen una cara fúnebre, y muchos de los perdedores andan por ahí dando saltos de alegría. La
explicación a ese fenómeno aparentemente paradójico es sencilla: los ganadores esperaban ganar por
mucho más, y los perdedores temían perder por mucho más. Lo que hoy se celebra o se deplora no son los
resultados absolutos, pues, sino los relativos, con la particularidad de que esta vez los relativos parecen
ser más importantes que los absolutos en la percepción de los protagonistas.
Hecha esta primera aproximación a lo que está pasando, ya empiezan a entenderse mejor las cosas. Los
socialistas han perdido muchas mayorías absolutas, y eso los obliga a replantearse no ya cómo se hace
para abandonar el poder (experiencia apasionante de ver, cuando se produzca), sino cómo se hace para
gobernar Ayuntamientos y Gobiernos autonómicos teniendo en cuenta voluntades que no sean la propia y
omnímoda voluntad del amo del cortijo. Cuando tienen la cara que tienen, es legítimo suponer que esta
perspectiva no les hace ni pizca de gracia: no estaban preparados, a lo que se ve, para emociones tan
fuertes, y ya en la misma noche electoral se vio que los dirigentes del partido hegemónico cedían a la
pueril y un poco estúpida tentación de retener hasta el último segundo del último minuto los datos que
proclamaban su retroceso.
Dos opciones
Los ganadores con mayoría relativa tienen ahora dos opciones, según cuál sealo que en terminología
marxista, ya aceptada, se conoce corno la correlación de fuerzas. Si mediante algún pacto de gobierno con
presuntos afines puede lograrse la mayoría absoluta, cabe la posibilidad de que el arrogante felipismo se
baje del podio y comience las correspondientes conversaciones con esos presuntos afines. ¿Quiénes serían
éstos? En pura lógica, sus próximos electoralmente hablando, es decir, comunistas, por un lado, y CDS,
por otro (aunque hay que recordar a este respecto que la lógica no funciona tan limpiamente tratándose de
Felipe González y el poder: sus huestes pactaron con unos grupos sorprendentes de ultraizquierda
bastante disparatada en las Canarias con tal de que el ostentoso Saavedra se sentase en su trono
autonómico; y ahora mismo acabamos de oír a Gabriel Urralburu asegurando que está dispuesto a pactar
con cualquiera en Navarra, menos con Herri Batasuna. De manera que aquí la afinidad es un concepto
absolutamente elástico).
La otra opción que puede presentarse a los socialistas allí donde no tienen mayoría absoluta es la de
gobernar en minoría mayoritaria. Pero eso no está en la mano de los socialistas decidirlo en todos los
casos, porque sólo se presentará la oportunidad si los demás no quieren o no pueden ir juntos, y eso
depende de la voluntad de los demás. El PSOE está, a estos efectos, a merced de lo que la oposición
mayoritaria, pero fragmentada, decida hacer. Lo que está fuera de duda es que los socialistas sólo
abandonarán los presupuestos públicos si, acogotados y tras todos los esfuerzos imaginables, no tienen
más remedio. Eso, desde luego.
Cómo ganar perdiendo
Por su parte, a los perdedores se les presentan ahora unos días de actividad intensa y de decisiones muy
importantes. En aquellos lugares donde los comunistas pueden llegar a formar mayoría absoluta con el
PSOE, la tentación de tocar balón presupuestario y de mantener presencia pública como gentes en el
poder puede ser casi irresistible, a pesar de la amarga experiencia que tienen de sus relaciones con Felipe
González y sus gentes. En estos asuntos no se escarmienta fácilmente, y no es ningún disparate
pronosticar acuerdos cerrados con cierta facilidad, como ocurrió ya en 1979.
Algo más complejo es analizar la actitud de AP y el CDS, que son los que en la mayoría de municipios y
comunidades autónomas importantes disponen de la ocasión de apear al PSOE de la prepotencia
institucional en que se había encaramado. También ahí la tentación de exhibir la victoria conjunta es
grande, pero las circunstancias son bastante distintas. Por parte de AP me parece que es perceptible
mucha mayor proclividad a establecer acuerdos que les permitan el acceso a alcaldías y presidencias
autonómicas. Pero el CDS se lo debe de estar pensando bastante antes de decidirse, porque, de una parte,
sus dirigentes saben que el electorado que los votó lo hizo a contrapelo del famoso voto útil, y esos
acuerdos podrían generar frustraciones muy inconvenientes; pero, sobre todo, porque saben que la
relación con AP será conflicti-va desde el primer minuto hasta el último. Así es la vida, y así se
desarrollarán las cosas, casi inexorablemente, como se dediquen a pactar alcaldías y mayorías
autonómicas: muy pronto algún socio filtrará alguna malignidad del otro socio, y tendremos la de
siempre, para solaz y regocijo de los socialistas.
Las minorías mayoritarias
Parece lo bastante clara la voluntad del electorado de acabar con la mayoría absoluta del PSOE en tantos
lugares donde se dedicaron a ejercer el despotismo en nombre del 51 por 100. Pero es que, además, el
entramado jurídico-político de nuestro sistema está concebido para que no haya bipartidismos. La
Constitución, muchas leyes orgánicas, crujen cuando se ven empleadas al servicio de políticas
encaminadas a aplastar al minoritario. Esta sola consideración debería ser suficiente para que nuestros
estadistas particulares meditasen un poco antes de hacer números y frotarse las manos ante la perspectiva
de montarse en el coche oficial.
Pero voy a hacer una reflexión final: ¿Se han percatado nuestros estadistas particulares del efecto
extraordinariamente beneficioso para la vida española que tendría una experiencia de gobiernos
socialistas en minoría mayoritaria, obligados a gobernar atendiendo a la oposición, haciendo actos
continuos de humildad política y pidiendo permiso y rindiendo cuentas de lo que hacen? ¿Qué puede
beneficiar más a los que quieren ganar las próximas generales: exponerse a la querella interna permanente
ante la oposición de un PSOE sobre cuyos escrúpulos se tiene ya suficiente información o demostrar que
ayuntamientos y comunidades autónomas son gobernables sin necesidad de mayorías absolutas, siempre
que los políticos tengan miras elevadas y demuestren grandeza de ánimo?
Es sólo una sugerencia, naturalmente.