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OPINIÓN
EL PAÍS, viernes 12 de junio de 1987
Gobernar de otra manera
AUNQUE UNA cosa son las elecciones legislativas, otra las municipales y autonómicas y otra las eu-
ropeas, el análisis en bruto de los comicios de anteayer indica que el PSOE ha perdido 1,5 millones de
votos en un año. Y casi tres millones desde su victoria en las legislativas de 1982. Sigue siendo el primer
partido del país, con gran distancia todavía respecto a AP, que no se beneficia del desgaste socialista, y
sin que los avances del CDS sean tan significativos como para poder considerar que ha surgido una
alternativa a corto plazo. Pero el declive socialista es indudable, y la necesidad en que se encuentra el
PSOE de concluir pactos para seguir gobernando en municipios y autonomías significa una merma
considerable de su poder. Las elecciones contribuirán a dinamizar la vida política. El sistema de partidos
se hará más fluido. El señuelo del bipartidismo se ha acabado. La sociedad española es más plural que la
imagen proyectada por los resultados de 1982. El PSOE y AP mantienen una correlación de fuerzas
similar a la establecida en las últimas legislativas, pero entre ambos han perdido en tan corto plazo de
tiempo tres millones de votos, que se han dispersado entre el CDS, la izquierda comunista y los partidos
nacionalistas y regionalistas. Parece como si el electorado no impugnara tanto el significado de la actual
mayoría como la utilización que el Gobierno ha venido haciendo de ella. Muchos de los perjudicados por
la pérdida de poder del PSOE en las administraciones local y autonómica —incluyendo los miles de
concejales y los cientos de diputados autonómicos que han de abandonar el puesto, y con él el sueldo y
los gastos añadidos— dirigen ahora sus ojos, quizá con rencor, hacia la Moncloa. En Madrid, escenario
de las movilizaciones antigubernamentales que han abrumado a los viandantes durante los últimos cinco
meses, se culpa al Gobierno de haber desviado contra Leguina y Barranco los efectos de esa sorda
irritación. Se piden explicaciones. Felipe González está obligado a darlas, pero no únicamente a esos
perjudicados que ahora se desmarcan, sino a cuantos prestaron su apoyo al proyecto de modernización
simbolizado por la consigna del cambio. Mucho más si se tiene en cuenta que el propio González bajó a
la arena electoral, participando en mítines y en programas televisados pidiendo el voto para su partido.
Es inadmisible que un político que concurre a demandar los votos de los electores con argumentaciones
incluso de Estado (sería mejor para el país que hubiera coherencia entre el Gobierno central y las
municipalidades) no comparezca para ofrecer un balance de los resultados de los comicios. Si el
presidente es capaz de interpretar el aviso que le ha sido dirigido tiene que comenzar por admitir que este
Gobierno no le sirve ya, en la medida en que su política haya influido en el declive electoral del PSOE. Es
preciso gobernar de otra manera. Tanto si procede a una remodelación amplia del Gabinete, que el país ya
pide a voces, como si se atrinchera en el principio de autoridad, eso va a influir en el seno del partido
socialista. Por otra parte, como secretario general del mismo, deberá encarar el 31º Congreso, previsto
para fines de año. Será la ocasión en que pondrá a prueba su capacidad para resistir también la adversidad
y para realizar una autocrítica, hasta ahora ausente de los comportamientos gubernamentales. Alianza
Popular está más o menos donde estaba, pero con tendencia evidente a la baja. La satisfacción moral de
Hernández Mancha por haber demostrado que los antiguos socios no sumaban nada a Coalición Popular
se ve empañada por una pérdida de más de un millón de votos en las municipales (respecto a las
legislativas de hace un año), por el hecho de que Fraga mantiene el tipo en las europeas algo mejor que el
conjunto del partido en las locales y por la circunstancia de que algunos regionalistas que antes
concurrieron amparados bajo el paraguas de AP obtienen ahora mejores resultados. Las perspectivas
electorales del conservatismo a ultranza no son buenas. Quien tiene la papeleta más difícil, y también la
más brillante, es el CDS. Se confirma como tercera fuerza, con tendencia a crecer, y consigue extender
territorialmente su implantación. La situación de arbitro que le otorgan los resultados en numerosos
ayuntamientos y algunas importantes comunidades le obligará a abandonar su relativa indefinición. No se
comprometió respecto a la OTAN, ha callado calculadamente ante el fondo de los problemas planteados
durante los últimos meses en el terreno social y Suárez apenas ha roto su enigmático silencio en el
Parlamento. Ello le ha permitido avanzar en la construcción del partido sin divergencias o fricciones. Pero
ahora no tendrá más remedio, por poner un ejemplo, que decidirse por otorgar la alcaldía de Madrid a
Barranco o negociar con AP otra alternativa. Tanto si opta por la abstención crítica, abriendo paso al
PSOE (tal vez en alianza con Izquierda Unida), como si prefiere un pacto con alguien, el CDS perderá la
virginidad, aunque está por ver con arreglo a qué liturgia. Estas son algunas lecciones principales que
pueden extraerse del 10 de junio. Mención aparte merece la situación creada en el País Vasco, la
evolución del voto en Cataluña y el serio deterioro socialista en sus feudos tradicionales de Sevilla y
Valencia. De esto nos hemos de ocupar en días venideros. Pero sirva para cerrar esta primera reflexión la
constatación de una buena noticia, no por sabida menos grata de ser reconfirmada: la democracia
española funciona a satisfacción. Se produce con procedimientos electorales limpios y con un nivel de
adhesión popular muy importante. Muchos van a intentar pasar factura a unos y otros de las pérdidas o
ganancias obtenidas en los comicios. Pero no conviene olvidar que, en última instancia, éstos son el fiel
reflejo de la voluntad soberana y libre de los ciudadanos de este país, acostumbrados a ir ya a las urnas en
perfecto orden, normalidad y espíritu de convivencia. Y este es un hecho aún demasiado novedoso entre
nosotros como para dejar de apreciarlo en su justa y generosa medida.