CARLOS ALBERTO MONTANER
Escritor
Felipe González y el «efecto Echeverría»
La aparentemente imparable llegada del PSOE al poder impone al comentarista las más serias reflexiones.
La primera es la tentación mexicana que, según todos los indicios, tienta a Felipe: ser muy moderado en
casa y pasearse del bracete por la Castellana con Fidel Castro.
Debe ser cierto que el PSOE proyecta comportarse moderadamente con el poder. Sólo a los españoles
más sádicos —el tipo que estranguló a sus hijos con una corbata, «El Arropiero», el fotógrafo veraniego
de Calvo-Sotelo— se les puede ocurrir el tormento de aumentar el sector público, multiplicar el INI, abrir
más ventanillas con señores al fondo, de bi-gotito fino y olfato entrenado para descubrir la póliza que
falta en medio de un alijo de documentos infinitos. Medio burócrata más y esto se hunde. Eso lo sabe
hasta el PSOE.
Pero el PSOE pertenece a una tradición ideológica que supone lo contrario. Ser de izquierdas,
esencialmente, consiste en sostener que el Estado es más hábil que el ciudadano privado para la tarea de
crear riquezas, y mucho más equitativo a la hora de repartirlas. O sea, que en España es imposible ser de
izquierdas y simultáneamente estar cuerdo, como descubrió el PSOE a medida en que se acercaba a la
verdad desnuda del poder.
Pero siempre queda la nostalgia, el lenguaje anquilosado, y cierta militancia boba que sigue citando a
Rosa Luxemburgo, sin estar muy seguro si se trata de una revolucionaria radical o de un personaje que
entrevistó Jaime Peñafiel en «Hola». Y, entonces, para contentar a esa militancia, algunos líderes del
socialismo moderado, en el pellejo de Felipe González, hacen lo que me temo que hará el joven andaluz:
dejar los radicalismos para los asuntos de política exterior.
Por ahí van los tiros. Felipe, que dentro de casa será cauteloso y tendrá mano firme, probablemente va a
hacer fuera de España lo que Echeverría hizo fuera de México y Carlos Andrés Pérez fuera de Venezuela:
un show de izquierda con tracas, pitos y cohetes. Es la cortina de humo para ocultar que se gobierna a la
derecha. Sólo que ese «camuflaje» es muy peligroso y puede provocar lo que comienza a llamarse el
«efecto Echeverría»: o sea, el temor histérico de los niveles sociales medios a una inminente catástrofe
que viene en forma de golpe militar, de una revolución triunfante de los marxistas o de una crisis
absoluta. Muchos de los males económicos y sociales que hoy aquejan a México tienen su origen en ese
«efecto Echeverría». La fuga de capitales, la falta de inversión y la desconfianza que sacuden a México en
gran medida son el resultado de la política exterior de Echeverría, primero, y de López Portillo, después.
Al señor González le ocurrirá exactamente lo mismo cuando pasee por la Castellana a su amigo Fidel
Castro, fumando sendos cohíbas, o a los comandantes de la Junta nicaragüense. Los españoles, debajo de
la lluvia de confetis, comenzarán a tener miedo, y el miedo, como se sabe, es el punto de partida del
desastre. Parece que en estos tiempos, la mujer de César no sólo tiene que ser moderada, sino, además,
tiene que parecerlo en todos los ámbitos, incluido el de la política exterior. De lo contrario, sobreviene el
efecto Echeverría.