NACIONAL
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Discurso programático de Felipe González
Hilo directo
¿Ycómo se va a ese «paraíso»?
Hay quien cree a pie juntillas no ya en la «gracia de estado», sino en la «gracia de Estado». Pero ayer, no
sé ustedes, yo sí, y muchos diputados también, sufrimos un fuerte zarandeo en esa fe. El candidato casi-
presidente apareció repeinado, vestido con un traje gris «old style» cruzado, corbata americana a rayitas,
discurso «leído», manos quietas sobre el atril, como enmarcando los dos paquetes de folios, voz en
semitonado monocorde sin inflexiones, sin emociones, sin cargas de énfasis; incluso sin ceceos ni síseos.
Et candidato hizo su discurso a la castellana fonética. En rol presidencial. Serio, impasible y seco. Ni un
verso de Machado ni un sorbito de agua. En dos palabras: sin gracia... Como si a) empezar a investirse de
la «gracia de Estado» comenzase a desnudarse de la otra gracia, la del genuino atractivo político del
Felipe González de antes.
Aquel diputado socialista que peroraba de memoria, en feliz y cáustica improvisación; una mano en el
bolsillo; la otra, por el aire, punteando y subrayando sus palabras. Aquel diputado que, al hablar desde el
podio, miraba desafiante al hemiciclo de uno al otro confín, y acababa sus discursos con la clavada certera
del estoque verbal: >-|Den una vez un grito de esperanza a este pueblo, con realismo y con seriedad!
¡Pídanle sacrificios y ofrézcanle caminos de saíida, alguna vez!» Esto era una vez... en mayo del 80,
cuando González, ¿recuerdan?, planteó la moción de censura a Suárez. Aquel día asistimos, a un tiempo,
a un ocaso y a un amanecer. Han pasado dos años. Suárez perdió su imperio y ¡qué vueltas da la vidal
Hoy va a votar a favor del candidato González.
Carmen Romero, la esposa, asistía desde una tribuna a la sesión de investidura. Blusa rosa, falda negra, la
mirada perdida y un poco deslumbrada ppr los focos. A su lado, Escuredo. Detrás, Julio Feo, el
«manager» de Felipe en sus campañas y, desde mañana, secretario general del presidente del Gobierno.
Los hombres de Fraga abatieron los pupitres de sus escaños y escribían veloces, al hilo del discurso que
hoy han de debatir. También Rosón, Oiiart y Pío Cabanillas tomaban notas rápidas. Roca Junyent
escuchaba con gesto de «profunda insatisfacción...». Luego me explicaría: «Los catalanes vamos a
abstenernos, porque el país merece más, mucho más, de lo que Felipe González ha ofrecido.» Martín
Villa no disimulaba su tedio: «Estos discursos suelen ser aburridos, sin apurar nunca los límites del
compromiso... pero, ¡yaya! ¡Este ha superado la marca del aburrimiento!» Fraga saldría del hemiciclo, yo
le vi, estrenando «la dura oposición»: «¡No ha habido discurso... ¡Es muy parecido al que hizo el señor
Suárez en su día... El candidato ni ha concretado temas ni ha dicho qué va a hacer.» También a Carrillo le
pareció «inconcreto en el tema de la defensa de las libertades, y confuso en el terreno de política exte-
rior». Con todo, «los comunistas votaremos en favor de la confianza... pero yo esta n«che voy a releerme
el programa electoral del PSOE, porque Felipe aquí no ha hecho más que remitirnos a ese texto».
Sí, eso quedó bien claro: Quiere gobernar según sus promesas electorales «por el cambio». Pero el
candidato casi presidente sabe bien que, de sus diez millones de votantes, quizá ni mil han leído la oferta
de campaña. Les bastó el eslogan y la apelación de su H-derazgo. Pero hay más: cuando un hombre va a
ser investido presidente de todos los españoles, se le puede pedir el esfuerzo de que repita, siquiera en
resumen apretado, los contenidos esenciales de aquel centenar de «folios de promesas». JDebió hacerlo.
Pero González prefirió dirigirse a la Cámara y no a la calle. Señaló un horizonte atractivo de paz social,
de unidad nacional, de progreso económico, de grandeza exterior, de promoción para las libertades... Y
eso lo aplaudiría cualquiera. «No he querido meterme en datos y cifras... He enviado al pueblo un
mensaje de esperanza y de ética», nos decía después en pasillos. Lo cierto es que nos ha dibujado un
«paraíso», pero no nos ha dicho por dónde se va, cuánto tiempo tardaremos en llegar y... quién va a pagar
el viaje.
En la galería curva, «M-30», cambio estas frases con Suárez:
—Adolfo, ¿cómo puedes votar a favor del mismo hombre, del mismo partido, que a ti te censuró y que
tanto se te opuso? ¿Has cambiado tú... o ha cambiado él?
—¿Es que tú, Pilar, tú misma, no has cambiado en estos cinco años? La verdad es que he cambiado yo, ha
cambiado él, has cambiado tú, ha cambiado el país... Y todos, salvo (os ¡nmovílistas, hemos entendido y
asumido la nueva realidad social. ¡Y eso es bueno!—Pilar URBANO.