Representantes de todas las instituciones se dieron cita en las Cortes
Calurosa ovación del Parlamento al discurso del Rey Juan Carlos
Diputados, senadores, presidentes autonómicos, jefes militares, obispos, magistrados y representantes de
todas las instituciones, ovacionaron ayer calurosamente a la más alta institución, la Monarquía, en el
transcurso de la solemne apertura de las Cortes.
Al finalizar el discurso del Rey Juan Carlos, el. Parlamento en pleno y los invitados dedicaron una larga
ovación a la Familia Real. Previamente, también habían sonado aplausos, cuando el Rey expresó su
reconocimiento a las Fuerzas Armadas.
Carlos SANTOS
Madrid — La «solemne sesión de apertura» del nuevo Parlamento, surgido de las urnas el 28 de octubre,
respondió al pie de la letra al adjetivo que le otorga el reglamento del Congreso y fue, desde el principio
hasta el final, un acto cargado de solemnidad.
Una hora antes de que llegara el Rey, los escaños y las tribunas comenzaron a llenarse de gente y a las
once y media, en un insólito ejercicio de puntualidad, todos los diputados y senadores estaban en sus
sitios.
No parece probable que el nuevo presidente del Congreso, Gregorio Peces-Barba, logre mantener durante
mucho tiempo estos usos y poner en hora a los miembros de la Cámara. Los diputados, acostumbrados al
timbre y a la mega-fonía («rogamos ocupen sus escaños, se va a proceder a votación») suelen tomar los
horarios como algo indicativo más que preceptivo.
El ambiente
De momento, ayer, la sesión funcionó como un reloj. Y al!! estaban todos, esperando, media hora antes
de la llegada del Monarca. Los miembros del Gobierno ocuparon por penúltima vez —aún queda ¡a
investidura— ios escaños azules de ¡a primera fila. Y Felipe González se sentó, también por penúltima
vez, en el escaño número 44, desde el que ha dirigido a la oposición durante los últimos cinco años.
Ayer ya estaba cada grupo en su sitio. El popular, a la derecha del presidente; el socialista, a la izquierda.
Las minorías, en la franja intermedia.
La nueva legislatura, que es la segunda (la de 1977 fue constituyente y la de 1979, la primera), introduce
variantes cromáticas respecto a las anteriores. Poco a poco, la vestimenta de los parlamentarios —e,
incluso, de los periodistas— se va decantando ´hacia los tonos oscuros.
El silencio
Queda ya lejos la policromía de los bancos socialistas en el verano de 1977 y se consolida de modo defi-
nitivo la corbata. Solamente Nicolás Redondo y Miguel Ángel Martínez, socialistas, se presentaron ayer
sin el socorrido artilu-gío. Martínez, sin embargo, vestía un sorprendente terno oscuro con chaleco,
superados los tiempos en que entraba al Congreso con sandalias y la camisa por fuera.
Los murmullos previos se trocaron en solemne silencio a las doce menos dos minutos, cuando el Rey, la
Reina y el Príncipe Felipe se instalaron en la presidencia del Congreso, flanqueados por los presidentes de
las dos Cámaras. Junto a ellos, ias Mesas del Congreso y Senado, y algunos ietrados.
Rompió e! silencio Gregorio Peces-Barba con un discurso denso, de ocho folios, que desarrolló en diez
minutos.
El Parlamento en pleno coreó con fuerza los tres «vivas» dados por Gregorio Peces-Barba al final de su
discurso: Al Rey, a la Constitución y a España. Luego hubo aplausos para el presidente del Congreso, su-
brayados por los ocupantes de las tribunas, con excepción de algún invitado uniformado.
El Rey
A las doce y diez minutos comenzó a hablar el Rey, que durante un cuarto de hora mantuvo el silencio y
la expectación de todos. Las dos infantas, Elena y Cristina, lo escuchaban desde la tribuna, donde había
varios miembros más de la Familia Real: El conde de Barcelona, los duques de Soria, el duque de Cádiz...
Casi al final, al hablar de las Fuerzas Armadas («desde aqu´i les expreso mi admiración, mi respeto y mi
reconocimiento»!, un diputado del grupo popular, situado inmediatamente detrás de Fraga, inició un
aplauso, inmediatamente secundado por miembros de todos los grupos, que llegó a transformarse en una
auténtica ovación.
La ovación real, definitiva y absoluta, fue sin embargo a! final, cuando Don Juan Car/os había acabado de
desarrollar su discurso, unánimemente calificado como «integrador».
La Cámara entera, en pie, lo aplaudió con fuerza, con calor, con expresividad y con emoción. Fue un
aplauso rotundo, contundente, no un aplauso de circunstancias. Solamente dos personas no llegaron a
participar: los diputados vascos Iñigo Aguirre y Carlos Robles, que permanecieron en pie, en silencio, con
actitud de respeto.
Las tribunas
Por lo demás, los aplausos ganaron terreno en las tribunas, hasta convertirse en unánimes. Las tribunas,
por cierto, presentaban ayer un aspecto especial. En contraste con otras ocasiones, en las que llegaban a
parecer mayoría las esposas y familiares de ministros y diputados, la solemne sesión de apertura contó
con la presencia de las más altas instituciones de la nación: Los miembros de la JUJEM, los cuatro
presidentes de las autonomías constituidas (Pujol, Garaicoechea, Escurado y Fernández Albor), el alcalde
de Madrid, el decano del Cuerpo Diplomático, los máximos responsables policiales, el Tribunal Supremo,
el Tribunal Constitucional...
Tierno Galván compartía tribuna con Aramburu Topete. El obispo Díaz Merchán dialogaba con eí
socialista Escuredo... y una señora, de apacible elegancia, sonreía y observaba, desde la tribuna de invita
dos varios, el solemne debut de su hijo, el presidente de! Congreso, Gregorio Peces-Barba,