IV
SEÑOR PRESIDENTE
2 diciembre-82/Diario 16
Comienzos de los años 70. La dictadura estaba en su recta final. Las dos federaciones socialistas con
mayor implantación en el «interior» —vascos y andaluces— se unen para asaltar la dirección «exterior»
del PSOE y liquidar políticamente al todopoderoso y anquilosado Llopis. Es el «pacto del Betis». En
octubre de 1974 se convoca el congreso de Suresnes (Francia) y de la noche a la mañana, un hombre
desconocido, Felipe González, sale elegido secretario general por las maniobras, entre bastidores, de
Alfonso Guerra. Los jóvenes socialistas iniciaban el camino hacia el poder. Los «históricos» entraban en
agonía.
Por el «pacto del Betis» los socialistas del interior liquidan a los «históricos del exterior» que lidera
Llopis
URESNES,
EL ASALTO DE LOS JÓVENES LOBOS A LA DIRECCIÓN DEL PSOE
Suresnes (Francia): Juan Pedro QUIÑONERO, enviado especial
«En el congreso de Sures-nes fue una sorpresa que saliese elegido secretario Felipe González y no Pablo
Castellano, que, por aquel tiempo, era. para muchos, un hombre mucho más conocido. Por otra parte, en
ese congreso, como en tantas otras cosas, el que de verdad manejaba los hilos de todo el cotarro era
Alfonso Guerra. Alfonso es el que montó el asalto al poder. Felipe González no era más que el que daba
la cara pública de una operación que venía de mucho tiempo atrás y que había sido dirigida por Alfonso
Guerra...»
Asi resume a Diario 16 la cara oculta del congreso de Suresnes de octubre de 1974 un socialista que tuvo
una influencia considerable en la reconstrucción del socialismo democrático durante la larga marcha de la
dictadura.
Felipe llegaba al poder como consecuencia final del ya histórico pacto del Betis: la unión sagrada es-
tablecida entre la más poderosa e influyente federación del PSOE durante más de veinte años (la federa-
ción del País Vasco) y los jóvenes lobos de la federación andaluza. Los hombres clave del pacto del Betis
serían Nicolás Redondo y Enrique Múgica, que tenían un poder decisivo, y Alfonso Guerra y Felipe
González. De los cuatro, sin duda, Felipe era el más joven, con menos experiencia, menos influencia y
más inexperto.
Alfa
Felipe no tenía la experiencia obrera de Nicolás Redondo, ni la experiencia militante de Múgica, ni la
capacidad organizativa de Guerra. En esa encrucijada de caminos, Felipe González era sólo un «alfil»,
entre otros, que la federación del País Vasco y la federación andaluza habían jugado para saltar por
encima de los socialistas madrileños, como Pablo Castellano, Francisco Bustelo o los hermanos Solana,
que provenían todos de familias burguesas, eran intelectuales o profesores y tenían una implantación
obrera literalmente nula. Suresnes era el fin de una larga lucha: reorganización del PSOE en el interior,
torpedeo y hundimiento del PSOE controlado férreamente por Rodolfo Llopis, asalto final a la cúspide
del poder, que el pació del Betis articularla con un reparto de áreas de influencia entre vascos y anda-
luces.
Habían transcurrido veinte años, y, de la noche a la mañana, el joven «Isidoro», desconocido e insig-
nificante en la escena socialista internacional, participaba en el mitin final celebrado en el teatro Jean
Vitar, plaza de Stalingrado, cedido graciosamente por la Alcaldía socialista de Suresnes. En verdad, las
dos estrellas del Congreso fueron François Mitterrand, que iniciaba su laberíntica carrera hacia el poder
con su proyecto de unión de la izquierda, y Altamirano, el célebre hombre del socialismo chileno, la
estrella rutilante del momento mundial, catapultado por los dramáticos acontecimientos que concluirían
con la calda de Salvador Allende.
Reconstrucción
Felipe González lanzaba un discurso casi leninista, incendiario. Altamirano encarna la celebridad incen-
diaria del momento. Mitterrand es la oveja negra de la Internacional Socialista. Felipe es un joven sin ex-
periencia que ha llegado al poder beneficiándose y caobra de Francisco Fernández Santos, entre otros, ar-
ticulara de modo directo.
• Tercero. Reconstrucción de los vínculos entre el PSOE del interior y las facciones socialistas del exilio
hostiles al liderazgo de Llopis. La federación del Sena funcionará en Francia como caballo de batalla del
interior para organizar la conspiración llamada a liquidar a Llopis políticamente. En París, socialistas his-
tóricos como Gimeno y Alvarino, socialistas jóvenes que oscilan entre Madrid y la capital francesa, como
tapultado por el azar, donde se confunden tres movimientos históricos donde él, sólo ha tenido una parti-
cipación modesta y muy relativa:
•Primero. Reconstrucción del PSOE del interior: A partir de las manifestaciones de 1956 y el nacimiento
de la célebre ASU, en Madrid y la región centro, Boyer, Gómez Llórente, Bustelo encabezarán un
movimiento esencialmente universitario e intelectual. En el País Vasco Antonio Amat es el líder
histórico, con Rubial y los más jóvenes Nico Redondo y Múgica, que viene directamente del stalinismo y
cuenta cómo lloró a la muerte de Stalin. En Sevilla, Alfonso Guerra será la columna vertebral de las
Juventudes Socialistas. En la periferia catalana, Raventós, Pallach, intentan articular los primeros
movimientos. Felipe, en esos momentos, es apenas un joven más próximo al cristianismo progresista,
becado más tarde en una universidad católica (Lovaina).
• Segundo. Reconstrucción doctrinal a partir del trabajo intelectual: Se trataba de articular un cuerpo de
doctrina donde deberán beber, precisamente, los jóvenes sevillanos, que no tienen, de entrada, ni
experiencia obrera, ni sindical, ni un fondo intelectual que la Fernández Santos, serán los submarinos, el
caballo de Troya, que dinamitaría definitivamente del poder de Llopis en ia Ejecutiva socialista.
Llopis
En el congreso de Toulouse de 1970 todas esas corrientes se confunden definitivamente. Suresnes, en un
marco histórico, será sólo el fin de la batalla iniciada en Toulouse. Los jóvenes lobos del interior han
iniciado el asalto y han comenzado a apoderarse de la Ejecutiva del partido. El PSOE del interior tendrá
una mayoría absoluta en la Ejecutiva. Llopis ha decidido el lanzamiento de un PSOE bis, que luego sería
el PSOE «histórico», pero, en verdad, Llopis es ya un cadáver político.
Isidoro-Felipe González ya se ha trasladado a Madrid. Llopis intenta agarrarse por los pelos a la
Internacional Socialista. Pero Willy Brandt jugará un papel decisivo para el futuro socialista abandonando
a su suerte a las viejas momias aferradas al extinto poder de Llopis, y apostando por la carta de los jóve-
nes socialistas del interior, presentes ya en la escena política.
En ese momento, en la primera mitad de los años setenta, al filo ya de la muerte del dictador, el PSOE
apenas cuenta con cuatro mil militantes. Pablo Castellano es una figura mucho más visible que Felipe, sin
duda. Y, en Suresnes, apenas participarán unos trescientos delegados. «Varias federaciones inflaron
visiblemente sus efectivos para incrementar su poder en el partido», comenta un socialista que participó
activamente en el congreso.
Los jóvenes
Suresnes concluía, por último, con una feroz guerra de generaciones donde históricos y jóvenes
socialistas se habían enfrentado en todas las cuestiones capitales: análisis de la escena internacional y
nacional, colaboración con las fuerzas políticas presentes en España, submarinismo y penetración de los
sindicatos verticales. El exilio se osificaba, decrépito en su lenta agonía política. En el interior, la batalla
social y la guerra ideológica perfilaban los grandes desafios de la transición democrática. El «pacto del
Betis» había creado las bases definitivas del núcleo dirigente que conducirla al PSOE ai poder.
Y un joven desconocido, sin experiencia, sin influencia y sin antecedentes, era situado en la pista de
carrera hacia el poder supremo, vigilado, controlado y dirigido siempre por los influyentes y
todopoderosos socialistas vascos. Rubial, Amat, Redondo, y el grupo sevillano dirigido con mano de
hierro por el talento or-ganizacional de Alfonso Guerra.