Escenas políticas
El gozo y el pozo
Las calles, cosos, rúas y avenidas, los bulevares, plazas y plazuelas, las travesías, callejones sin salida,
costanillas, pasajes y ramblas de nuestra vida pública están hoy llenas de políticos mal aparcados. A los
políticos mal aparcados debería llevárselos «la sagaz grúa», que diría nuestro clasicista, cachondo y viejo
profesor don Enrique Tierno. Los coches, carricoches, carrozas y utilitarios, landos, tílburis y capitonés de
la política ruedan por el arroyo en busca de aparcamiento, dificultando el tránsito, saltándose los discos y
molestando al ciudadano. Algunos políticos andan por ahí como gallina sin nido, sin acertar dónde poner
el huevo. En cambio, otros ya encontraron acomodo, porque seguramente hicieron lo mismo que los
puebleros del «Martín Fierro» y los mismo que tos cucos, que en un sitio ponían los huevos y en otro
daban los gritos.
Es necesario reconocer que no resuda fácil meter a toda la zoología política ibérica en dos grandes
especies. Muchos de nuestros políticos se pasan buena parte del día desde maitines a completas buscando
la «diferenciación» mucho más que !a «afinidad». Por eso somos el país de los fulanismos. Ahora mismo
ya le estamos advirtiendo a la izquierda que sus diez millones de votos no han sido votos para el
socialismo, sino votos para don Felipe. Y a la derecha se le está recordando que buena parte de los votos
de derecha no han ido a Alianza por no dárselos a Fraga. No hemos inventado dos partidos grandes para
fundar sobre ellos el biparti-dismo, sino que hemos ensalzado en las urnas dos fulanismos, el fulanismo
felipista y el fulanismo fraguista, y hemos enterrado otros fulanismos, el fulanismo carrillista, el fu-
lanismo suarista y el fulanismo landelinista. En este país, cuando se produce un corrimiento del Poder, las
gentes no se quedan tranquilamente morando en sus ideas, en sus programas y en sus convicciones, sino
que huyen o se acercan a este Fulano o al otro Fulano. Aquí, la dialéctica entre socialismo y comunismo
se resuelve con una fórmula en-ternecedoramente simple: abandonando a Carrillo y apuntándose a Felipe.
Por el otro lado, las tensiones entre derecha progresista, derecha liberal, derecha conservadora y derecha
reaccionaria se resuelve dejando solos a don Landehno o a don Blas y corriendo hacia don Manuel.
Incluso hay quien se abandona a sí mismo, sale fuera de sí, se enajena y se traiciona. Ahí tienen ustedes a
don Adolfo Suárez, que ya no confía en el suarismo y se hace felipista. Ha fundado el suárez-felipismo,
aunque más tarde y peor que ordóñez-fili-pismo.
Ahora,´ todo el socialismo parece felipista. Pero antes aún de que el Gobierno del PSOE tome posesión
solemne de las poltronas ya se han abierto fisuras entre felipistas y gue-rristas. Laten, por la izquierda de
la izquierda, el castellanismo y el llorentismo; algunos se preparan contra el boyerismo; se recibió con
recelo el ordoñismo, se vigilará estrechamente el moranismo, en Andalucía florece et escuredísmo.
Algunos socialistas ya empiezan a decir ingeniosidades cismáticas y nos profetizan que ya veremos lo que
es bueno cuando ganen, de verdad, los socialistas, y que éste va a ser un Gobierno de madera, o sea, un
toro de escuela y de salón, y que el toro be carne y cuernos, de casta y «vendaval sonoro», vendrá
después.
Los nostálgicos de los decretos franquistas nos avisan de que a los españoles no se nos une, sino que se
nos unifica. La izquierda ha sabido explotar con destreza la tendencia celtíbera a la desunión, y ha logrado
vencer a fuerza de dividir, o al menos estimulando la división. Y en eso siguen, a pesar de haber ganado.
Están mirando de hito en hito a la oposición, a ver cuándo se eriza la frontera entre el alzaguismo y el
fraguismo, o entre el herrerismo y el verstryngismo. Y en medio de los dos grandes partidos, el campo de
margaritas de los fulanismos venidos a menos y pretendientes de más: suaristas, landelinistas,
martívillistas y garriguistas. El señor García Diez, por ejemplo, no está conforme con nadie, y el señor
Rosón empieza a estar solamente conforme consigo mismo.
Esta táctica, tan vieja y tan acreditada, del «divide y vencerás» es una vieja carabina de la política
española, que a veces suelta tiros por la culata. Con la excepción ilustre de don Alfonso Guerra, los
socialistas, hasta ahora, han aceptado la disciplina del partido o las razones que don Felipe guarda en su
presidencial pecho para señalar con el dedo de la designación o para señalar el camino del destierro. El
partido socialista ya tiene su pequeño valle de lágrimas donde se agrupan y esperan los desterrados de la
poltrona, de la cartera, del coche oficial o del pescante. A don Alfonso Guerra ya le tiran chilindrinas
desde su propia pandilla por este coqueteo que se ha traído con la Vicepresidencia, que llegó un momento
en que no sabíamos si es que quería pasarse a la oposición del Gobierno desde su propio partido. Y es
muy posible que en el socialismo haya algunas cuñas de la misma madera.
Se dirá que todo esto es fruía deseable y sabrosa de la democracia y de la libertad de las opiniones, y es
verdad, pero es que aquí confundimos con demasiada frecuencia las saludables discrepancias personales
con la explosión de los fulanismos. Aquí, en cuanto a uno no le va muy bien en el baile, se empieza a
decir aquello de que «yo ya no sé si soy de los nuestros». Don Felipe González ha tomado la
preocupación de crear doscientos puestos de trabajo para consejeros, vigilantes y controladores de vuelo
políticos, que es una manera de tener cerca y de ojo a pretendientes e intrigantes, pero que también es
modo de crear un avispero. La composición política del PSOE se aproxima mucho a la de UCD, aunque
los socialistas lleven de ventaja a los centristas la cohesión que da a un partido del haberse forjado en
años de oposición. Los hijos de papá son los que dilapidan las fortunas. Los que ganan trabajosamente el
dinero no suelen tirarlo. Nuestros socialistas guardarán mejor el Poder que han conquistado con tanta
paciencia y esfuerzo. Pero también es verdad que en una familia no empiezan las querellas hasta que no
hay algo que repartir.
Es mucho, quizá demasiado, lo que se espera de nuestros socialistas. Sería natural que tos parados esperen
trabajo, que los preteridos esperen justicia, que los idealistas esperen utopías o que los pragmáticos
esperen moderación. No todos quedarán contentos, y eso también es natural. Lo malo es que los
fracasados esperan el éxito, los incapaces esperan favores, los ávidos esperan mamandurrias y muchos
políticos de dura lucha esperan el botín. Y esto es más difícil aún de satisfacer. Hay unos que están en
vísperas del gozo, y otros en vísperas del pozo. Algunos van a quedarse irremediablemente a las puertas
del paraíso, y a ver quién evita que empiecen a sacudir las verjas. Y que conste que esto no es un deseo.
Es un temor.—Jaime CAMPMANY.