Contumacia golpista
El inconcreto proyecto, todavía no aclarado suficientemente a la hora de escribir estas líneas, de dar un
«golpe de mano» precisamente el día de reflexión, anterior a la jornada electoral, excita la indignación de
la ciudadanía de este país, que se dispone a darse, en uso de su soberanía, un nuevo Gobierno legítimo.
Indignación, porque ofende la pertinaz arrogancia de un sector minoritario de militares que está tan
persuadido de hallarse en posesión de la verdad y que no vacilaría en impedir que sea el pueblo soberano
el que se pronuncie, y que pretenden sustituir el limpio contraste electoral por una cuartelada tutelar y
paternal que no ofrezca la mordaza, y el «orden» que presuntamente, a su juicio, necesitamos todos,
talmente, como si la ciudadanía española estuviera integrada por deficientes mentales, incapaces de
determinar un destino propio sin descarriarse irremisiblemente.
No es de extrañar que el golpismo reaparezca con contumancia a la vista del escaso celo que ha
manifestado en la incompleta represión de los implicados en el golpe del 23 de febrero de 1981. Quien
haya leído el ligro de Pilar Urbano -un libro que no ha provocado querella alguna, ni siquiera réplicas
notorias- difícilmente podrá entender las razones supuestamente políticas que han impedido que, por
ejemplo, quienes ofendieron de palabra y de obra al teniente general Gutiérrez Mellado estén en total
libertad sin haber sido siquiera procesados, o que determinados altos mandos militares de conducta
«dudosa» en aquella larga noche no sólo continúen en activo, sino también hayan sido ascendidos a
empleos superiores. Aquellos polvos de la lenidad traen estos lodos de la contumacia golpista. Así de
claro.
Pero, en todo caso, aunque el fruto de esta estrategia era previsible, muchos pensábamos que los sucesos
del 23-F provocaron una repulsa popular tan evidente, tan impresionantemente unánime, que quizá
pudiese servir eí precedente aquel de vacuna eficaz contra cualquier otra veleidad golpista. Naturalmente,
enjuiciamos tal hipótesis con una mentalidad democrática, y ahí ha estado el error de quienes creíamos tal
cosa; los gol-pistas potenciales están tan presos de su particular fanatismo que en nada les influye lo que
crea la ciudadanía, la sociedad española: la verdad sólo está en sus manos, aunque todos los demás pen-
semos de otro modo, y ello les legitima para imponérnosla violentamente, a su parecer.