CARLOS ALBERTO MONTANER
Escritor
La inteligencia de los políticos
Para unos la inteligencia es una condición importante para el desempeño del poder político. Para otros,
con el sentido común basta. Finalmente están aquellos que, basándose en su representatividad, defienden
el derecho de los necios al poder.
El señor Fraga ha acusado al señor Suárez de que no le cabe el Estado en la cabeza. Tal vez la acusación
no sea tan grave. Junto a Suárez suele aparecer el señor Rodríguez Sahagún, ciudadano al que bastaría
depilar ligeramente para abrirle espacio al Estado, a la nación y posiblemente a la España eterna. De esta
suerte, cuando al señor Suárez se le pregunte dónde tiene el Estado, le bastará con señalar a la cabeza de
Rodríguez Sahagún. A fin de cuentas, ya se sabe que el Gobierno moderno es cosa de equipos.
Sentido común
Pero lo sorprendente es que a la acusación de Fraga el ex presidente Suárez ha respondido con una melan-
cólica admisión de culpas. Algo así como: «Muy bien, no soy inteligente, pero tengo sentido común.»
¿Cuánto sentido común? ¿Cuan poca Inteligencia? De todo este enredo a lo mejor resulta que tenemos
que añadirle a la Constitución una batería de tests mentales y otra de medición del sentido común para
autorizar a un señor de Murcia a que sea candidato al Congreso de Diputados. Si para vender calzoncillos
en El Corte Inglés hay que saoer, en tres minutos, por favor, cuáles figuras del cuadro número uno se
repiten en el tercero, pero de forma inversa, no hay razón alguna que exima a un procer de la patria de
aportar parecidas muestras de lucidez.
Necios al poder
Vamos al fondo de la cuestión: en las elecciones de octubre se miden cuatro políticos y Carrillo. Excluyo
de la reflexión a don Santiago, porque don Santiago es otra cosa, y porque octubre para los comunistas no
es un mes de elección. En octubre siempre se deben hacer revoluciones, ver «El acorazado Potemkin» y
releer las memorias de aquel inolvidable idiota que fue Mr. Reed. De estos cuatro caballeros, dos son
públicamente reconocidos como personas inteligentes (Fraga y Lavilla), uno ha aceptado humildemente el
sambenito de un I.Q. modestillo (Suárez), y el último —González— es una absoluta incógnita. A Felipe
lo han acusado de astuto, de hábil, de buen orador, pero nunca de inteligente. Tampoco —seamos
justos— de lo contrario. Es como el asunto de las nacionalizaciones: no se sabe. Si uno habla con
Castellano, le dicen una cosa si uno habla con Guerra, le dicen otra. No se sabe.
¿Y qué? Parece que al electorado de todos los países le importa un pimiento la capacidad intelectual de
sus gobernantes. La gente vota por otras razones. Al ex presidente norteamericano Ford, famoso por su le-
gendaria escasez de neuronas, lo llegaron a defender con un argumento increíble: si el noventa por ciento
de los norteamericanos no sabe nada de nada, ¿por qué no va a presidirlos un representante genuino de
esa enorme franja ciudadana? Era otra forma extraña de combatir la oligarquía. Algo así como el tierno
grito de todo el poder para los necios. Lo malo fue que ganó Cárter.
En todo caso: ¿por qué diablos votarán los españoles en octubre? Me temo que la inteligencia de Fraga y
de Lavilla no será suficiente. Me temo que el «charm» de Suárez no basta para borrar la memoria de su
último año de gobierno. Me temo que tendremos que averiguar el volumen de masa gris del señor
González una vez que contemplemos cómo intenta introducirse el Estado en la cabeza. Y con nosotros
dentro, claro.