Un invitado oficial
Gustavo
Madrid Hace dos años conocí a Camilo Menén-dez en una cafetería cercana al Gobierno Militar de
Madrid, cuando se acababan de conocer las sentencias del juicio por la «Operación Galaxia». Allí estaba
Camilo Menéndez felicitando a sus dos amigos Antonio Tejero Molina y e! entonces capitán Ricardo
Sáez de Ynestríllas, un par de personas más y una hija de¡ antiguo ministro de Marina Pita da Veiga.
Desde entonces nunca más se me otvidó su cara; ni incluso cuando lo vi en la pantalla de televisión, el día
24 de febrero en la habitación que ocupábamos varios periodistas de Diario 16 en el hotel Palace, cuando
de repente una cámara de televisión colocada muy oportunamente ofreció unas imágenes inéditas del
patio del Palacio de las Cortes, en las que se veía de nuevo al marino, en compañía del teniente coronel
rebelde, minutos antes de que finalizase aquel episodio.
Por eso, ayer a la mañana, inmediatamente rne per cibí que quien bajaba por e! otro lado del Seat 124
oficial, del que había descendido ef general Santiago y Díaz de Mendívil, era el mismo Camilo Menén-
dez que en las dos ocasiones anteriores . También vestido de marino y con los correspondientes galones
de su graduación militar en la bocamanga. Un cuarto de hora más tarde llegaban, justo en el momento
previsto, el presidente del Gobierno, acompañado del ministro de Defensa. Allí mismo fue informado el
ministro de la presencia del capitán de navio Camilo Menéndez. Los nervios se desataron. Ei presidente
del Gobierno y el ministro conversaban precipitadamente con el capitán general de Madrid y otros aitos
jefes militares que estaban junto a ellos. Las sirenas que anuncian que la caravana oficial del Rey se
acercaban se iban haciendo más intensas.
Catalán
Alguien debió dar la orden, pues cuando entramos en el salón principal de la Escuela de Guerra Naval
buscando la cara de Camilo Menéndez y ya no estaba allí. Más tarde me contaron qué había sucedido:
Treinta segundos antes de que entrara el Rey, Camilo Menéndez salía por una puerta trasera, protestando
porque lo habían echado de un acto al que estaba invitado oficialmente y mostraba ostensiblemente su
invitación.