Lñ LIBERTAD DE EXPRESIÓN
Por Osear ALZAGA
EN siete meses de Gobierno socialista, la situación de la libertad de expresión y las relaciones
de aquel y de su partido con tos medios de comunicación han llegado a una situación
inquietante. La política de comunicación en su conjunto falla estrepitosamente, privando a
nuestra sociedad democrática de savia informativa libre y plural.
Las sospechas, señaladas por algunos periodistas ya antes de las elecciones de octubre, sobre
dificultades entre la Prensa y los socialistas en el Poder se han visto confirmadas plenamente,
y antes de lo que cabía suponer. El «test» de la información comienza a cuestionar la
credibilidad del actual Gobierno en materia de libertad de expresión, al igual que la incapacidad
para crear los prometidos empleos pone en duda la eficacia de la política socialista,
retranqueada ahora, ya lejos de los triunfalismos electorales, tras la reaccionaria teorización de
la «inevitable» pobreza que nos espera.
Son muchos tos periódicos y periodistas que se quejan de la opacidad informativa del
Gobierno, del «habitual desprecio que éste viene mostrando por la información diafana»; de la
incomprensión, en definitiva, hacia el fenómeno de la comunicación libre y democrática. Hace
pocos días un diario madrileño, nada critico de tos socialistas, denunciaba que «la
degeneración de la política informativa del Gobierno alcanza extremos preocupantes». Y la
unanimidad de tos periódicos, cualquiera que sea su tendencia, a la hora de denunciar la
degradación y gubernamentaiiza-ctón de la Radio y la Televisión estatales, o al señalar e(
hermetismo oficial, es un hecho llamativo y revelador de nuestro momento político.
Las relaciones entre políticos y periodistas son, por lo general —obligadamente—, difíciles;
pero en una democracia se acepta que la función crítica de !a Prensa forma parte de un
equilibrio de Poder, y que cualquier intento de limitar de hecho o de derecho la libertad de
expresión constituye un grave atentado a la democracia. Por eso resulta preocupante que la
Prensa, jaleada y halagada por el PSOE en su camino hacia el Poder, suscite hoy frecuentes
regañinas del Poder. Los portavoces socialistas han sembrado, estos últimos siete meses, de
reconvenciones, desprecios e incluso insultos a tos profesionales de la información. Ahorro al
lector las citas textuales de las numerosas ocasiones en que destacados dirigentes socialistas,
entre los cuales principalmente el propio vicepresidente del Gobierno y vicesecretario del
partido, han acusado a tos periodistas de ignorancia, de provocar inseguridad, de díscolos...
Expresiones como «mercenarios del desprestigio» o «"tribúteles" de pesebre» no las habría
mejorado aquel pintoresco Spiro Agnew que tanto contribuyó a la caída de Nixon y que, como
el ministro Moran, se sentía víctima de conspiraciones periodísticas contra su persona.
Trascendiendo las anécdotas de una política informativa salpicada de picaresca, ocultaciones,
manipulaciones e incluso falsedades, que permite, por ejemplo, al portavoz de) Gobierno
utilizar la Radio oficial para insultar soezmente a un periodista, lo preocupante es (a tendencia
a convertir la información en propaganda, y la concepción de la comunicación informativa y
cultural, como instrumentos al servido de la ideología en el Poder.
Algunos dirigentes socialistas muestran ciertas tentaciones totalitarias ante la información y
cierta incapacidad para entender que la crítica al Gobierno democrático no es fruto de la
animadversión personal o de la hostilidad ideológica, sino algo consustancial a la democracia.
La identificación que hacen aquéllos entre Gobierno legítimo, mayoría electoral y pueblo, les
hace valorar toda crítica como un ataque antidemocrático a la voluntad popular. Los mismos
que cuando estaban en la oposición consideraban no democrático criticar a la alternativa,
ahora, desde el Gobierno, rechazan por antidemocrática la crítica al Gobierno salido de las
urnas.
Ante esta situación, la oposición democrática tiene la obligación, sin que sea honesto acusarla
de oportunismo, de plantearse el problema de la información hoy en España como algo grave,
preocupante y urgente. En una situación política caracterizada por el dominio hegemónico del
partido gobernante, el contrapeso de una Prensa, Radio y Televisión libres, fuertes,
independientes y con sentido crítico, es esencial para la existencia misma de la democracia. En
un sistema de libertades, y más aún si, como en el nuestro, se produce una tremenda
concentración de Poder, la Prensa no sólo cumple una función informativa, sino que actúa
como conciencia critica de la sociedad y es, también, un mecanismo esencial de control social
del Poder. Por eso no son de recibo las afirmaciones —frecuentes en boca del
vicepresidente— de quienes ven la Prensa como mera transcrip-tora de informaciones, teoría
que sirve de fundamento a la gubernamentalización de la Radio y la Televisión del Estado.
Esta crisis de información que padecemos es grave, también, porque se halla debilitado y
disminuido el canal informativo, institucional y preferente, de comunicación entre el Gobierno y
los ciudadanos: las Cortes. El Gobierno, apoyado en un reglamento que encorseia la vida
parlamentaria, interpretado restrictivamente, ha prescindido de esta vía natural de información
contrastada mediante el debate y la ha sustituido por continuos y aburridos monólogos
ministeriales por televisión, sin discrepancia posible. El presidente del Gobierno no se dirige al
país en donde debe hacerlo: el Parlamento, contestando a preguntas y aceptando réplicas, sino
en improvisados y fragmentarios comentarios de pasillo. Desde el debate de investidura el
presidente González sólo ha subido una vez al podio para contestar muy brevemente a una
pregunta no esencial, mientras en este país sucedían acontecimientos graves y
trascendentales.
Finalmente, hay que señalar con preocupación que la perceptible irascibilidad de ciertos
dirigentes socialistas ante la crítica crece a medida que se manifiestan errores y
contradicciones del Gobierno y que se perciben fracasos. La agresividad dialéctica y de forma,
practicada desde la oposición, contrasta, una vez en el Poder, con la escasa permisividad y
tolerancia ante la crítica, la tendencia a culpar a ésta de las dificultades propias y la tendencia a
dividir a los periodistas en adictos o adversarios. Hace pocos días un portavoz anónimo del
Partido Socialista —sin duda un oficioso que deseaba paliar las críticas internas a la pérdida de
reflejos del PSOE— calificaba de cínicas e histriónicas unas frases mías críticas hacia el
comportamiento del partido en el Gobierno en cuanto a libertad de expresión, que en ocasiones
es inconstitucional. Responder a la crítica con el insulto descalificador sólo puede aumentar
nuestras preocupaciones. Me abstengo de referir las numerosas ocasiones en que destacados
representantes del Gobierno y su partido han dado muestras de un cinismo casi pueril para
describir sus relaciones con la televisión pública y sus directivos. Pero sí recordaré, a título de
ejemplo, que el mantenimiento de la negativa, contra toda lógica democrática y pese al clamor
existente, a regular el pluralismo de emisoras de televisión supone un incumplimiento de la letra
y del espíritu de la Constitución, tal y como lo ha interpretado una célebre sentencia del
Tribunal Constitucional.
Todo esto constituye sobrado motivo de reflexión y debiera dar lugar a una rectificación de la
Presidencia del Gobierno, en vez de persistir en el error del sostener y no enmendar que lleva,
pongo por caso, a mantener en sus puestos a ciertos cargos en el ámbito informativo
notoriamente gastados en su credibilidad. Me consta que existen numerosas personas en la
izquierda, y no faltan ministros, preocupadas por la trayectoria que lleva la política informativa y
por la inclinación de ésta a contundir la critica al Poder, que es fundamento de toda Prensa libre
e independiente, con conspiraciones desestabilizado-ras. Si el Partido Socialista aspira a que
quienes te votaron, viendo en él un defensor de las libertades públicas, no experimenten una
tremenda decepción —y con ellos sufra uno de los fundamentos del sistema—, es necesaria la
autocrítica sincera en el seno de sus órganos.