Diario 16/2 marzo-83
JAVIER TUSELL
Catedrático de Historia Contemporánea
La izquierda de la derecha
Uno de los miembros más importantes de UCD, incorporado recientemente al PDP de Osear Alzaga,
explica aquí las razones políticas de su acción. Ante la defunción centrista, una de las fórmulas de
continuidad es la de fortalecer un núcleo en la izquierda de la oposición conservadora.
Después de las elecciones de octubre de 1982, con la apabullante victoria socialista, había, y hay, un
único problema en el panorama de la política española: se trata, simplemente, de crear una alternativa.
Que ésta exista no es sólo bueno desde el punto de vista de la representación de los intereses de una parte
de la sociedad española, sino también con moderación, más que necesaria, imprescindible, del ejercicio
del poder por parte del partido socialista. A medida que ha ¡do transcurriendo el tiempo desde octubre
pasado se han ido difuminando unas posibilidades mientras que nacían otras.
La «cosa Roca»
Hay un término obvio para esa configuración de una alternativa y es las próximas elecciones municipales
y regionales. Se puede dudar, desde luego, de que así sea, pero, sin embargo, parece indudable que, con
dichos comicios, quedará concluida una etapa que se inició en las elecciones regionales andaluzas. Es, en
definitiva, la etapa histórica que podrá ser denominada, en el futuro, como el patético y definitivo suicidio
del centro. Concluye precisamente en e! próximo mes de mayo porque es bastante difícil que en los años
de Gobierno socialista, sin una organización que supere lo puramente testimonial, se pueda configurar
correo posibilidad una alternativa al Gobierno que inevitablemente presidirá los destinos de ¡a nación
durante años.
En las últimas semanas se han producido, inevitablemente, descartes de presuntos candidatos a llevar la
antorcha de esa alternativa. Han habido quienes simplemente no han despegado: no preguntemos por las
causas, sino constatemos esa lisa y llana realidad. Hay quienes, por desgracia para todos, recuerdan
demasiado a una actitud personal y respetable, pero del pasado. Tenemos un gran portavoz parlamentario
de una de las formas de ver las cosas en el seno de la sociedad española: se llama el señor Roca Junyent,
pero uno se presunta hasta qué punto su papel no será precisamente el estrictamente parlamentario más
que el de organizar un partido de audiencia nacional.
Ha habido, en fin, un descarte definitivo aunque esperable: se llama Unión de Centro Democrático. Sin
ninguna satisfacción hay que constatarlo. Ahora se tiende a decir, en tono laudatorio, que UCD ha
desaparecido porque sus fines fundacionales se han visto ya cumplidos. Es posible que sea, en parte, así,
pero hay que añadir que en todo caso un partido no necesita agotarse en el cumplimiento de unos fines
fundacionales. Lo más trágico de la muerte de UCD es que no ha sido necesaria. Nada empujaba
ineluctablemente a que se produjera. Ha sido el producto de una reiterada, tenaz y, supongo que
inconsciente, incapacidad para librarse de los personalismos y las peleas estériles. Poco a poco se ha
venido convirtiendo en aquello que Ortega achacaba al partido liberal de su época: era ya un «estorbo
nacional», no un procedimiento para solucionar los problemas de los españoles, sino para complicarlos.
El donut
Su emblema circular era como un dogal de hormigón que pesaba hasta hundir a los que lo llevaban. Con
UCD se ha ido, desde luego, a una generación de líderes y ojalá se haya ido también una forma de
comportarse en la vida pública. Ha habido también, sin embargo, durante mucho tiempo identificados con
sus siglas, honestidad, eficacia y sanos ideales democráticos y reformistas. Todo esto, desde luego, no
puede desaparecer. Ha habido quienes han luchado (hemos luchado) hasta el final de esta trayectoria. El
primero de elfos, incomprendido quizá por quienes más le debían haber ayudado, sacrificado para que
nadie se lo agradezca, se llama Landelino Lavilla.
«UCD ha muerto, viva el centro» escribía días atrás Pedro J. Ramírez. Así es, desde luego. De ninguna
manera se puede aventar todo lo que de positivo ha habido en la trayectoria del centrismo. Se va a tener
que mantener contra muchas dificultades e incomprensiones. Va a pasar por una travesía del desierto que
deberán sufrir, paradójicamente, quienes han sido menores causantes de que el desierto existiera: los
primeros, los antiguos electores centristas del pasado.
El desierto
Pero una cosa es la travesía del desierto y otra cosa, muy diferente, contribuir a crearlo. Nunca como
ahora se ha hecho más patéticamente necesario sumar y no restar para cubrir la abismal diferencia de
votos existente entre el Partido Socialista y el resto de los partidos con representación parlamentaria. No
se puede pretender sumirse en el mutismo respecto de los intereses y deseos de una parte muy
considerable de la sociedad española.
Nace así lo que podría ser denominado como la izquierda de la derecha.
Tiene poco a su favor como no sea algo, en definitiva, de una cierta importancia, que es una renovación
generacional expresada en el liderazgo. Pero, como embrión que es (y poco más que eso), tiene el mérito
de que quizá podrá conectar con una sensibilidad de parte de la sociedad española que no es la de la
derecha tradicional. Es la de quienes no tienen ningún complejo con respecto al socialismo, pero tampoco
ven en él una especie de hidra marxista con siete cabezas llameantes; la de quienes, desde luego en
ningún caso mirarán atrás y juzgarán la acción política por sus resultados medidos en eficacia; la de
quienes creen que los problemas educativos y culturales o la defensa de las libertades no son una greca
con que adornar los problemas políticos.
Esa es la izquierda de la derecha. Y, ¿dónde está? Por supuesto en el centro.