El Rey y las elecciones
Emilio Romero
Ha sido una decisión perfecta del Rey la de no votar en las elecciones de ayer. Su neutralidad es obligada
y necesaria. En una democracia, el pluralismo político e ideológico es su base. Lo que concurre a unas
elecciones son los partidos, y el Rey, que está por encima de aquel pluralismo, no puede tornar partido.
Hasta aquí, que ha sido el difícil recorrido de la transición, el Rey ha tenido que hacer compatible alguna
forma de decisión con el respeto a las consecuencias de aquella devolución que se hizo al pueblo español
de su soberanía en los primeros tramos de la transición. Esta doble decisión y responsabilidad históricas
han estado mantenidas por una finísima actitud para no comprometer a la Corona innecesariamente, y por
un tacto personal que es una condición del carácter y temperamento del Monarca. Se precisaba para pasar
del antiguo régimen a la democracia un hombre de las características personales de Don Juan Carlos de
Borbón. Astucia de alto nivel, modales diplomáticos, poder de convicción y valor. A estas alturas de la
Historia española hay que hacer el justo reconocimiento de esta gran empresa, que tenía, de entrada,
muchas incógnitas y no pocos obstáculos que parecían insuperables. Los resultados en el orden político y
social son ya puras y simples responsabilidades de los políticos. El Rey no puede; ni debe, decir a los
políticos el modo de gobernar. Es cosa de ellos. El Rey hizo lo más difícil y lo más trascendental, que ha
sido construir una democracia a la manera de Occidente con dos logros capitales. Que las fuerzas políticas
marginadas, o prohibidas, o exiliadas, llegaran al ruedo político con dosis suficiente de moderación y
tomaran parte normalmente en el juego político característico de las democracias de Europa; y que las
Fuerzas Armadas, con su rentabilidad victoriosa y sus compromisos históricos en la guerra civil de 1936,
no impidieran, y hasta tutelaran, el proceso de la transición. Si esta empresa política se hubiera anunciado,
tal como se ha realizado, en 1976, una vez despuesto de sus funciones de presidente del Gobierno Carlos
Arias Navarro, nadie se lo habría creído. Naturalmente, nada se ha debido al azar, y el Rey encontró
eficaces colaboradores en este propósito; pero seguramente el Rey solamente sabrá el conjunto de las
dificultades encontradas y la movilización de recursos personales para sacar todo adelante. Es razonable
pensar que todo tiene que haber sido muy difícil, y tendrá que haber dejado en el camino no poco
equipaje sentimental y no escasos afectos y admiraciones maltrechas. Don Juan Carlos de Borbón ha
pensado que su deber era hacer lo que estaba haciendo, donde incluso el riesgo de la Corona estaba en
juego. Los comunistas españoles llegaron con la «moderación» eurócomunista; los socialistas, con la
estrategia continental del socialismo moderno, que lógicamente era menos extremoso que el del pasado; y
la derecha, cuyos caudales principales estuvieron en la colaboración con el franquismo, realizó su
transformación hacia una derecha democrática que se definió muy bien como «civilizada» y que era su
aceptación del pluralismo político europeo y su servicio hacia un modelo de sociedad reformista y
conservadora al mismo tiempo. Los sentimientos monárquicos o republicanos del país dejaron de gravitar
sobre la incidencia política nacional —debido en buen parte al comportamiento del Monarca— y en Ja
Constitución se aceptaba la forma monárquica del Estado, aunque probablemente las competencias del
Rey sean exiguas respecto a su alta representación y su alejamiento de parcialidades e intereses.
La especulación de la calle o de los mentideros políticos es dada a adjudicar al Rey estas o aquellas
preferencias de personas y de partidos, e incluso se quieren adivinar supuestos y recónditos deseos hacia
determinados gobernantes. De una parte se dice que el Monarca expresa claramente sus inclinaciones
hacia Adolfo Suaféz; y por otro lado se asegura que el Rey sería feliz con los socialistas en el Gobierno.
En este asunto tanto la calle como los políticos no advierten lo que seguramente debe ser la gran
aspiración del Monarca y que se refiere a que todo el sistema funcione en el marco jurídico de la
Constitución. Un Rey en una democracia como la nuestra no sería^habilitable con una suposición probada
o imaginada de preferencias. En esto algunos políticos de la derecha en el poder se pasan de rosca, y
exhiben como privilegio su monarquismo, con lo cual el servicio que hacen al Rey es comprometerlo. Ese
modo de estar en la política española pertenece al pasado. Ese fue un duro precio que se vio obligado a
pagar don Alfonso XIII. Las fuerzas parlamentarias que hicieron la Constitución de 1978, desde los
comunistas a los del humanismo cristiano, se pronunciaron por la Monarquía. Aquí ya no puede haber
privilegios de esto, como tampoco:es admisible que otros políticos que aprobaron esa Constitución
animen sus mítines y exciten y desorienten a sus clientelas con pronunciamientos republicanos. Lo
fundamental en estos momentos es la creación de un sistema político, la democracia, que ha sido
refrendado por el pueblo español como depositario de la soberanía. De la misma manera que en las
monarquías europeas la llegada de los.socialistas al poder no afecta a otra cosa que a la dirección e
identidad de los asuntos políticos, económicos y sociales normales, sin incidir innecesariamente en el
trono, así es como tenemos que acostumbrarnos a estar nosotros. Los que aspiren a vivir
permanentemente con lo que se viene llamando «el respaldo de la Corona» deben ser urgentemente
desengañados. Los que pretenden conservar su republicanismo tradicional, y sacarlo a la luz según
convenga, deben ser denunciados. Este período de la Historia, a partir de hoy, ya es otro período. Ya no
es ni transición, ni cambio. Éstas palabras ya rio tienen sentido. Ahora el Rey ha consumado su gran
tarea, y el tablero político, en el marco de la Constitución, es como es. Después de las elecciones de ayer,
y cuando se cumplan todos los plazos que impone la legalidad electoral, el Rey se asomará a este tablero,
iniciará su período de consultas, y propondrá un presidente al Parlamento, que trate de obtener las
asistencias necesarias en función de un programa. Todo esto es así de fácil y claro.
Al Rey, naturalmente, le queda todavía un período de aclimatación y conservación de la emocracia, donde
su influencia moral, y su crédito, serán necesarios en situaciones muy concretas y delicadas.
Téngase en cuenta que si bien es verdad que la transición, como tal transición, ha terminado, la nueva
sítuación está en rodaje.´Pero esta mayor proximidad del Rey a los asuntos públicos, si se.cómpara con la
proximidad de otras monarquías europeas, está plenamente justificada y, sobre todo, deseada. Mientras se
siga haciendo Historia, y no solamente política, el tacto y la diplomacia del Rey son necesarios. Hay en
estos momentos una gran expectación.ante el comportamiento del Rey, después de las elecciones, y
esperando las próximas municipales de abril. Cuando un día de 1 976 se decidió a abrir la madeja/estaba
seguro que tendría qué llegar hasta el final del ovillo.