¿Dinero para la cultura?
Mario Trinidad
En los días pasados, diversos órganos de información se han ocupado de los presupuestos del Ministerio
de Cultura. Como ciudadanos de un país que tantos se han empeñado en barbarizas, debemos agradecer
esta fineza de los directores y periodistas que han considerado el tema no como un asunto para iniciados,
sino de interés suficiente como para compartir espacios y titulares con las angustias de la crisis económica
o de la clasificación de España para el Mundial de Argentina.
Pero existen otras razones para e] agradecimiento, derivadas de la forma en que se ha producido la puesta
en marcha del tai Ministerio heredando los singularísimos servicios y personal de la Secretaria General
del Movimiento.
Efectivamente, el Ministerio de Cultura se encuentra, por el hecho de esa herencia, ante un crudo dilema
que sólo el debate ante la opinión pública puede ayudar a resolver favorablemente: o dotar
presupuestariamente y con los necesarios medios de personal y equipo los servicios públicos clásicos de
tipo cultural que están a su cargo, o encariñándose con la famosa herencia recibida, ponerse a inventar
actividades que, con nuevos y púdicos slogans y títulos justifiquen el sueldo y aprovechen las
especialísimas capacidades de los 17.000 funcionarios (diecisiete mil) que ha recibido del Movimiento.
Por servicios públicos clásicos entendemos aquellos que corresponden a la tradición española y europea
de la Administración democrática: Archivos, bibliotecas, museos, servicios de conservación y puesta en
valor del Patrimonio histórico y artístico, teatros públicos, filmotecas, hemerotecas, orquestas y
agrupaciones musicales o de danza, etcétera.
El resto de las actividades que se han asignado al neonato Ministerio, . refugiadas en las direcciones
generales de la Juventud, del Desarrollo Comunitario y de Difusión Cultural, van a entrar en
funcionamiento, casualmente, sobre la base del material humano y las competencias políticas procedente
de la Sección Femenina, del Frente de Juventudes, de las Delegaciones de Asociaciones y Familia. Son
las mismas que en su día se englobaron bajo el rótulo del Bienestar Social, que fue retirado
apresuradamente del Frontis del edificio de Generalísimo 39, debido a sus resonancias gironistas y
lópezreguistas, gracias al estupor con que fue recibido, precisamente por los medios des, información.
La diferencia entre uno y otro tipo de servicios es abismal y afecta a la propia esencia de cada uno de
ellos. Los que hemos llamado clásicos son bienes culturales que se ofrecen al público,
indiscriminadamente, en los que el propio usuario (d visitante del museo, la biblioteca o el archivo, por
poner un ejemplo) es llamado a ejercer su libertad de elección de los contenidos culturales. En rigor, en
esos servicios es casi técnicamente imposible el dirigisme; y de ahí su penuria de dotaciones a lo largo de
los llamados "cuarenta años" y ¡ay! la que ahora les sigue amenazando. En cuanto a los nuevos, por el
contrario, se trata de servicios dirigistes "per se": no se orienta el desarrollo comunitario, ni la familia, ni
la juventud, sino desde unos supuestos ideológicos determinados y aún cuando uno pretenda llevar a cabo
esa dirección desde las propias asociaciones espontáneamente constituidas, ningún milagro puede lograr
que éstas dejen de aparecer igualmente teñidas con el pluralismo ideológico propio de la sociedad. Con lo
que la elección entre ellas no puede evitar el ser una toma de posición en el terreno de las ideas, de las
grandes concepciones de la vida. Y eso es exactamente el dirigisme ideológico que ha distinguido desde
siempre a los regímenes fascistas; puesto que un Estado democrático carece, por definición, de toda
filosofía que no sea el mero reconocimiento del pluralismo ideológico, y las tareas de defensa y difusión
de cualesquiera ideas en torno al desarrollo comunitario, a la juventud, a la participación cultural,
etcétera, son propias de los partidos políticos, asociaciones religiosas o confesionales de cualquier tipo;
pero no de la Administración pública.
Para advertir de los riesgos, muy reales, de que en el nuevo Ministerio la segunda de las áreas citadas
devore literalmente las posibilidades de desarrollo de la primera, baste citar:
1. Que esos diecisiete mil (17.000) funcionarios suponen aproximadamente en gastos de personal unos
ocho mil millones de pesetas anuales; es decir, casi la mitad de lo qué el ministro espera ´ conseguir,
según sus declaraciones, de los Presupuestos Generales del Estado para 1978.
2. Que tales funcionarios, de cuya enorme y unilateral politización no se puede dudar —-siempre con las
excepciones de rigor—, están distribuidos en una red organizada en base también a criterios políticos,
hasta la última provincia y hasta el último pueblo; to que constiuye una enorme tentación de cara a las
elecciones municipales y una explicación de las resistencias encontradas hasta ahora para la supresión de
tales servicios y para la iniciación de la necesaria tarea de reconversión profesional de su personal,
absolutamente precisa desde el momento que la Administración decidió conservarlos a su servicio.
Por si fueran pocos los temores que toda está situación provoca, hay que tener en cuenta, además, que la
acrisolada costumbre administrativa de elaborar los presupuestos de cada año a base de meros retoques de
los anteriores, hace de los que se elaboren este año para el Ministerio de Cultura una especie de marco
que obligadamente va a pesar en los de los próximos años. Así, los pecados que ahora se cometen van a
tener que purgarlos los españoles del futuro, aún cuando hayan desaparecido de la Administración los
facedores del entuerto.
¿Hace falta insistir en la gravedad de lo que nos estamos jugando y en los peligros que se esconden detrás
de esos filantrópicos epígrafes llamados Desarrollo Comunitario, Difusión Cultural, Familia, Juventud,
Condición Femenina, etcétera?
Así, pues, queridos parlamentarios, distinguido público y autoridades competentes, ¡atención a los
presupuestos del Ministerio de Cultura! La batalla por la desaparición del dirigismo cultural es preciso
comenzaría ahora y la más eficaz hazaña en esa dirección sería la de destruir presupuestariamente esas
singulares áreas administrativas que se le han adherido como un parásito a la noble criatura del nuevo
Ministerio, como un primer paso para su futura desaparición. En otro caso, podemos ir despidiéndonos de
3a posibilidad de eliminar algún dia nuestros tremendos déficit en el campo de los auténticos servicios
públicos del área cultural.