EL PAis, viernes 7 de octubre de 1977
la cultura
TRIBUNA LIBRE
El bienestar de la cultura: ideas para el nuevo Mnisterio del ramo
AMANDO DE MIGUEL Catedrático de Sociología
En buena ley un Ministerio de Cultura sólo puede funcionar en un sistema socialista.
Pero estamos en un sistema capitalista, con democracia formal ahora, y mejor será que el Estado impulse
y favorezca la cultura, entre otras cosas, porque asi llegaremos mejor y pronto a una organización
socialista de la sociedad.
Se nos presenta el condicipnamiento de todo un grandioso Ministerio de Cultura que quiere Ser el opuesto
de su antecesor de Censura y Propaganda, aünqiie así no fuera llamado, ¿Qué puede ser hoy un Ministerio
de Cultura? Para mí, en las condiciones actuales, todo lo más que puede ser (y ya es bastante) es un
Ministerio de la libertad. Primero, porque la cultura está ahí. La cultura es, sobre todo, cultivo, y lo que
hay que hacer con los cultivos es abonarlos, protegerlos, dejar que crezcan y granen. Malísima señal seria
que los ministeriales de la cultura estatal empezaran por ejercer el viejo oficio de censurar, coartar y
controlar la palabra pública, la letra impresa, la imagen expuesta. Y peor aún, si lo hacen en nombre y en
favor de las ideologías refregadas y oscurantistas que nos han dominado durante luengos años.
La libertad en este caso se entiende también en otro sentido, a saber, en el de la imprescindible autonomía
con que ha de operar el negociado de la cultura pública. El Ministerio de la Cultura es el más
autonomizable, y más como en el caso de Cataluña donde hay una fructífera tradición de creación cultural
autóctona.
Libertad, por fin, quiere decir que si importante es cuidar a los creadores de cultura, más urgente es
atender a los usuarios de la misma, a los que tienen hambre y sed de saber, que son todos y, en especial,
los que no disfrutan de privilegios. Malo seria que el nuevo Ministerio viniera a proteger a los de siempre.
Escaso impulso a las centros culturales
Libertad no quiere decir despreocupación. Un Estado como el español revela una particular disonancia
entre el escaso impulso que se concede a los centros productores y difusores de cultura, frente a las
pingües subvenciones que reciben los industriales y agricultores. Cómo resultado, España es un país que
contrasta un notable espesor de su pastel económico con un magro desarrollo del ámbito cultural. Todo
hace pensar, sin embargo, que entramos en una fase de inversión de estas tendencias.
De la crisis económica va a ser difícil salir con holgura, estando como estarnos horros de técnica propia y
faltos de todas las materias primas, es decir, los dos grupos de bienes más escasos. Pero en la historia la;
combinación de crisis económica y movilización democrática (de lo último mana a raudales) propicia
estados de febril posesión cultural. Los funcionarios del Nuevo Ministerio de Cultura harán muy bien en
estar muy atentos ante ésa explosión cultural que se avecina. Por lo menos, que no la estorben y por lo
más que estudien bien dónde gastar los escasos dineros: que van a poder divertir para este menester.
Lo primero que las autoridades habrán de hacer es copiar con humildad e imaginación lo que sus colegas
de otras partes han hecho. No se dejen llevar por modelos exóticos en la lejanía económica o cultural.
Aprendan, por ejemplo, del caso mexicano, tan asequible en esta materia (no en otras, vive Dios). Ya nos
contentaríamos aquí con que se imitara al Museo de Antropología mexicano o El Colegio de México, o
que las bellas artes o los intelectuales recibieran entre nosotros la clase de atención pública que ostentan
en el país hermano. ¿Cuándo veremos como en México que los intelectuales son ocupados de
embajadores? No se me diga que nos faltan talentos. Ahí está un Salvador Pániker, que haría un
fenomenal embajador en la India.
El interés estatal por la cultura debe atender muy fundamentalmente los aspectos de proyección exterior.
Superada la etapa fantasmagórica del aislamiento internacional y de la pertinaz sequía de la inteligencia
por éstas tierras subpirenaicas, se abre ahora la posibilidad de una excelente política cultural con los
países que hablan castellano en el mundo, incluyendo Estados Unidos con sus veinte millones de
hispanoparlantes. En el momento actual y para devolver favores no sería ocioso el funcionamiento dé
alguna institución que recogiera la corriente de intelectuales exiliados de muchos países
hispanoamericanos. Hermoso acicate para la iniciada reconversión del imperial Instituto" de Cultura
Hispánica.
Todas las propuestas significan dinero, No creo que vaya a haber mucho para estos capítulos cuando
está casi todo por hacer, y más aún cuando, hoy por hoy, los fondos públicos salen de las costillas de los
trabajadores con menos ingresos. El dinero mejor gastado será aquél que nos devuelva la confianza a los
españoles en que las actividades de la mal llamada (antes) «cultura popular» son en verdad merecedoras
de tal nombre. El primer principio a desarrollar es que el pueblo es más culto que los dirigentes que han
osado dirigirlo hasta éste momento. Déjese, pues, que la tele sea en verdad libre y espontánea como lo es
todo lo demás, por lo menos; qué refleje la vida y no escamotee los problemas que a la gente preocupan.
La TV debe dejar de ser del Gobierno para pasar a ser del Estado, en un paso intermedio y, en
parte, y en el final de los pueblos españoles. Tendrá que haber una TV del Estado {es decir, del Gobierno,
de la-Oposición y de la Administración), pero también otra de las regiones, esto es, de las nacionalidades
organizadas. En todos los casos es necesario el control colectivo de los partidos políticos. Cualquier cosa
menos seguir con el tono de sacristía de nuestra aburrida Televisión Española.
Ausencias de bibliotecas
Y, luego, el libro. Vergüenza de la virtual ausencia de bibliotecas, no ya a nivel popular, sino en
demasiadas ocasiones, a nivel universitario. En el país que se protege todo, desde la exportación de
alcaparra hasta el menú turístico, resulta sobresaliente la falta de ayuda estatal a los que se dedican al
ramo del libro. La mejor protección es al consumidor cuando, además, consume libro y otras formas de
Cultura. No hay que construir mas edificios. Abandonados están, o van a estar, muchos locales de los de
Falange, las escuelas o las iglesias (alguna y gótica— la he visto de garaje) y en ellos se podría montar
con poco gasto «casas de cultura» en todos los pueblos. Se necesitan, claro esta, muchos profesionales,
pero, fundamentalmente, el trabajo puede ser de base y gratuito a través de los partidos políticos y las
asociaciones de vecinos o de otro tipo. En los pueblos la gente sabe muy bien lo que quiere; los
funcionarios de la cultura tendrán que escuchar y no vociferar.
Muchas cosas se podrían hacer, pero yo no puedo sustituir aquí el oficio de los políticos que han de
decidir. El mío será criticarlos. Ojalá que sepan leer las criticas y que preparen el terreno para una cultura
más rica y para una sociedad más libre y más igual. Después de todo, la cultura no deja de ser un cierto
lujo cuándo otras hambres más perentorias se hallan insatisfechas, y se puede convertir en un escarnio
cuando esas necesidades más básicas no se quieren satisfacer.