"LA SANGRE Y LA CENIZA»
de Alfonso Sastre, por el colectivo El Buho, en la Sala Cadarso
Hace tres lustros, paralelamente a su obra «Oficio de tinieblas», comenzó Alfonso Sastre a escribir «La
sangre y la ceniza». En 1966 coucluyó esta última pieza, Al año siguiente, estrenaba la primera en el
teatro de la Comedia. El drama, inspirado por la persona y el panteísmo místico de Miguel Servet, sería
prohibido incluso para su publicación, quedando Inédito hasta su edición, en octubre de 1976, como
«suplemento» de la revista «Pipirijama».
Valoración: 8
Ei colectivo El Buho, cuyo «Noyseck», de Buchneh, dejó huella de magistral entendimiento escénico,
asumió la tarea de vertícaílzar el «Servet», de Alfonso Sastre. Acaba de traerlo a {a sala Cadarso después
de haberlo paseado por todo el territorio nacional, con permanencias continuadas en la Sala Villarroel, de
Barcelona, y el Valencia Cinema, de Valencia. Lo llevó asimismo a Festivales Internacionales de Teatro
en Méjico, El Salvador, Guatemala. Costa Rica, Colombia y Venezuela, representando a España. Quiere
decir que el rodaje con que la pieza de Sastre nos llega aparece óptimo. Ello justifica la perfección de la
representación: el desentrañamiento de las sugestiones apuntadas por el autor en su texto o desprendidas
del propio personaje.
El montaje se encuentra en ese momento de plenitud cuando la obra parece manumitida del autor o al
menos en el que éste gustosamente comparte la paternidad creadora con los intérpretes. La investigación
histórica y anímica realizada por Sastre discurre acompasada a la del grupo dramático. La figura de Servet
se agiganta con un protagonismo social, moral y religioso extraordinario. Voluntariamente, tal vez, se
relega ei científico. Sabemos que el médico y teólogo ilerdense es ei descubridor, de la circulación de la
sangre, pero lo que prima en el drama —lo qué le llevará a pasar de la sangre a la ceniza— son sus
proposiciones heréticas. Y aún más que ellas, el odio de otro hereje, Juan Calvino. À Servet se le quema
vivo, en Champel, cerca de Ginebra, el 27 de octubre de 1553. Fue atado a una columna clavada
fuertemente en el suelo, se le puso en la cabeza una corona de pámpanos untada de azufre y al todo un
ejemplar de su libro «Christisnísmi Restitutio".
La vicisitud humana, científica y teológica del sabio español conjuga los alicientes de la aventura con la
sensación de la. grandeza. Antonio Machado decía—y la cita es del propio Alfonso Sastre— que España
es «la tierra de los cuatro migúeles»: Cervantes, Servet, Molinos y Unamuno. El dominio de la técnica
dramática por parte del autor concentra, a te perfección, la movilidad viajera del personaje, otorgándole
en cada momento la quietud necesaria pana el estudio psicoideplógico. No olvidemos que esta
continuidad caminante produjo un libro clave en la bibliografía serventíana: «Miguel Servet en la
geografía del Renacimiento», de Eloy Bullón. interesa ahora enfrentarnos con e! tratamiento que Alfonso
Sastre le aplica en su drama. Yo veo en él la positiva sombra brechtiana, superada incluso. Es difícil no
recordar —la época, el problema, el ser ambos personajes víctimas del fanatismo— el "Galileo, Galilei",
de Bertold Brecht. No creo que nadie se escandalice si digo que el «Servet» de Sastre me parece superior
al «Galileo» del dramaturgo alemán. Ai menos al «Galileo» que yo vi representado.
El autor, en este caso, diluye ía cultura en la vida, flagela eternas lacras como son la opresión, eí
fanatismo, la tortura y levifica una pintura donde no se rehuye la lobreguez, pero que no se hunde en la
negritud, con rasgos logradísimos de humor, que compensan al espectador de oíros momentos en que se
remueve en su butaca ai considerar la injusticia evocada. La mayor dif¡cuitad y e] evidente logro radican
en ese permanente distandamiento-fusíón-acsrcamiento que Sastre obtiene mezclando planos de la acción
histórica con tipos emblemáticos de la persecución en el mundo actual. Su sabiduría de dramaturgo
obtiene efectos de prodigiosa naturalidad en estas mezclas. Oímos, sin asombrarnos —y aún el ardid nos
lo hace más inteligible—, el diálogo entre un agente policiaco de hoy y un perseguido del siglo XVI. El
buen gusto del autor universaliza cualquier alusión local, al establecer paralelismos entre la época
historiada y la actual. Su crítica apunta dianas certeras, pero, sobre todo, lo que confirma «La sangre y ía
ceniza» es la maduración de un escritor de pensamiento y un dramaturgo de excepcionales calidades.
Ya sé que decir esto de Alfonso Sastre no constituye novedad, pero el lapso de tiempo trascurrido desde
el último estreno del autor hasta ©I de «La sangre y la ceniza» autoriza a consignarlo. El Buho, con este
montaje colectivo, acredita ía singularidad de su presencia en !a zona más positiva y esperanzadora del
teatro español. Justo es criticar los nombres que intervienen en esta soberbia realidad escénica de la sala
Cadarso, a saber: Juan Margallo, Gerardo Vera, Abél Viton, Petri Martínez, Juan Antonio Díaz, Luis
Matilla, Santiago Ramos y Pedro Ojesto. Necesidades de representación obligaron a El Buho a acortar —
con la supervisión del autor— la obra y a suprimir el epílogo. Los aplausos y «bravos» sonaron
insistentemente al final, Entre ellos, saludó el autor. A la sala Cadarso ha llegado —y me alegra, porque
su esfuerzo en pro deí teatro merece toda clase de ayudas— una obra que despertará la atracción y la
poíémica,
Julio TRENAS