PAGINAS AGRÍCOLAS
EL TRIGO
SU CULTIVO EN ESPAÑA
Problemas seculares resueltos en 1937 durante el Movimiento
Nacional
DE UNA PRODUCCIÓN MEDIA DE 8,48 QUINTALES MÉTRICOS POR HECTÁREA, EN EL PERIODO 1939-53, SE HA
PASADO A 10,45 EN EL QUINQUENIO 1954-58
Por ELISEO DE PABLO
LAS primeras luces históricas alumbran ya campos cultivados de trigo en España, y en ella las legiones
romanas llegarían a tener uno de los más importantes graneros del Imperio. Pasan los siglos, en los que la
Península es norte de invasiones de otros pueblos que aquí se establecen al amparo de las grandes
posibilidades de permanencia que ofrecen sus producciones naturales o cultivadas. Estas últimas alcanzan
un grado de esplendor en la dominación árabe, sobre todo en Levante, Andalucía y Extremadura, en
algunos casos con sólo continuar o perfeccionar los métodos de cultivo romanos. Pero es lo cierto que en
lo que concierne a la cerealicultura las referencias históricas son harto escasas, envueltas en impenetrables
nebulosas, aunque está fuera de duda que el suelo peninsular subviene en todas las circunstancias a las
necesidades de la población y de los ejércitos de ocupación y de reconquista, y más tarde a las de las
grandes empresas militares españolas en Europa y en el espacio mediterráneo, y de descubrimiento y
colonización del Nuevo Mundo. Llegamos, tras centurias de esquilmación de nuestras riquezas naturales,
al momento en que declina el período imperial de España. Se inicia entonces el retorno al cultivo
intensivo de la tierra, con preferencia ahora sobre la ganadería, que hasta entonces había permanecido en
primer piano como impulsora de las empresas guerreras, con mi producción de carne y lana, y de razas
caballares apropiadas para el ejercicio de las armas y el transporte. Esa nueva tendencia a cultivar alcanza
su máxima expresión con la liquidación de nuestro Imperio.
Ya a todo lo largo del siglo XIX el trigo es "caballo de batalla" en el agro nacional y en la política del
país. Sala Roca, en su libro ´´El problema mundial del trigo y el problema del trigo en España", evoca los
primeros momentos de ardientes discusiones en torno al cereal rey. La lucha de Costa por cortar "el
ruinoso cultivo triguero"; la permanente batalla entre librecambistas y proteccionistas; la eterna aspiración
de los labradores a un precio remunerador, aspiración que engendra contiendas políticas que duran
lustros, decenios... Así se llega a la última década del pasado siglo, en que la producción de trigo pana de
19 a 27,4 millones de quintales métricos.
Los graves problemas del campo continúan sin resolverse al advenir el siglo actual. Flores de Lemus y el
vizconde de Eza, entre otros esforzados paladines de la agricultura, tratan de ordenar la producción
triguera. Y de proyecto en proyecto, de clamor en clamor, sin que los justos anhelos de la agricultura se
traduzcan en realidades, llegamos a la Dictadura paternal del general Primo de Rivera. Alfonso XIII
sanciona el 6 de julio de 1935 un Real Decreto por el cual el Ministerio de Fomento concede préstamos a
los agricultores, con garantía del trigo, hasta la mitad del valor del cereal, para hacer frente a la crisis por
que atraviesan aquellos. Para atender a la entrega de cantidades otorgadas a préstamo, el Tesoro transfiere
50 millones de pesetas de la cuenta corriente general del Servicio de Tesorería a otra abierta en el Banco
de España. El 29 del mismo mes se fija para el trigo nacional el precio mínimo de 47 pesetas el quintal
métrico, precio que se mantiene hasta agosto de 1926, anunciándose sanciones para los compradores que
pagaran la mercancía por debajo de aquella cotización. Un tercer Real Decreto, de 9 de julio de 1926,
prohíbe la importación de trigo.
Lo cierto era que la naturaleza del mercado español y la insuficiencia de las cosechas daban lugar a
constantes y variantes disposiciones reguladoras de la importación de trigo exótico. En su mayor parte
éstas respondían a necesidades y características temporales cambiantes por naturaleza. El 3 de mayo de
1928 vuelve a declararse libre la importación mediante el pago de los derechos arancelarios vigentes
entonces. La mercancía quedaba intervenida por la Dirección General de Abastos, para atender a
necesidades perentorias de regiones o provincias deficitarias o poco productoras de trigo. Pero la falta de
organización de los labradores, por una parte; y la malicia de la especulación, por otra, solían restar
eficacia a las disposiciones del Gobierno sobre la materia. Las tasas máxima y mínima no tenían
efectividad en la realidad. Evidentemente se trataba de procurar que. los precios fuesen remuneradores
para el productor, pero se carecía del mecanismo que, sin restringir la libertad de contratación, asegurase
el cumplimiento de las tasas señaladas de modo oficial. Concretamente; se hacia necesaria una
organización permanente del marcado del trigo, de forma que éste no quedase a merced del mayor o del
menor acierto de las disposiciones con que los Gobiernos acudían a conjurar los conflictos planteados por
la afluencia desordenada del producto a los mercados en determinadas épocas de las campañas, exceso de
oferta que la especulación aprovechaba para lucrarse con el consiguiente perjuicio para los intereses
mancomunados de la producción y del consumo.
También los Gobiernos republicanos tuvieron que hacer frente a los misinos problemas, aunque al correr
de los años pusieran en evidencia, por imperativos doctrinales y sectarios, su animosidad e incluso su
abierta hostilidad contra la gran colectividad agraria, que, en sucesivas consultas electorales, había
demostrado su inquebrantable adhesión a inmutables principios subvertidos por el nuevo régimen. Poco
después del instaurado éste, concretamente el 15 de diciembre de 1932, por decreto se trató de encauzar
las necesidades del mercado y del consumo mediante un sistema regulador. Y no deja de ser curioso que
esa disposición siguiese las líneas generales del Real Decreto de 6 de julio de 1925, por cuanto con vistas
a alcanzar aquel fin se autorizaba también la concesión de préstamos a los agricultores por el Servicio
Nacional de Crédito Agrícola sobre existencias en panera, por un total de 50 millones de pesetas - la
misma cantidad que en 1925 - sin que el montante de los préstamos pudiese rebasar la cantidad de 20
pesetas por cada quintal métrico de trigo en depósito y garantía.
Podría decirse que el período republicano representa la etapa más calamitosa para nuestra agricultura,
calamidades que culminaron en las caprichosas, innecesarias y tremendamente perturbadoras
importaciones realizadas durante la fase en que don Marcelino Domingo ocupó el Ministerio de
Agricultura, importaciones que coincidieron con una saturación de grano y harina en poder de
agricultores y fabricantes. El colapso a que dieron lugar no es de fácil descripción. Bastará recordar a esos
sectores la paralización total mercantil a que se llegó en las regiones productoras, la hecatombe de los
precios, la falta rigurosa de numerario, la necesidad de intercambiar especies en función de moneda y de
ofrecerla en pago de servicios y de otras mercancías necesarias, indispensables, para el sostenimiento de
las explotaciones y de la vida en el hogar campesino. "No tenemos dinero para pagar los recibos en
descubierto de la suscripción al periódico - decían los labradores de cierta provincia al procurador de los
Tribunales nombrado agente ejecutivo de la publicación -. Cóbrense en trigo, en cebada, en cualquier otro
producto, pero, por favor, no dejen de enviarnos el diario."
En esta situación se llegaba a la vertiente por la que se precipitaba la República. Y, en 1935, el señor
Larraz preparó ta última ordenación de la economía triguera, según la cual, durante el período de
transición a la organización definitiva (período fijado para las campañas 1935-36 y 1936-37) se habría
aplicado la ley llamada de medidas urgentes, junto con el correspondiente decreto declaratorio de la
libertad de contratación en el mercado del trigo y de la harina. A partir de la cosecha de 1837 el mercado
quedaría sometido a un proyecto de ley de organización definitiva, a cuyo fin sería creada la Comunidad
Nacional del Trigo.
NACE EL SERVICIO NACIONAL DEL TRIGO
El plan Larranz no pudo pasar de proyecto. Surgió el Movimiento Nacional de liberación. La situación de
los trigueros era angustiosa, según dejamos indicado. La cosecha de 1935 estaba casi totalmente en poder
de los labradores y se procedía a recolectar la de 1936. Entrábamos en el invierno de 1936-37 con
graneros, almacenes y fábricas rebosantes de «rano y harina en trance de perderse por el gorgojo y la
fermentación. El firmante de este comentario, radicado entonces en la llamada zona nacional - y séanos
permitido hablar en primera persona para mayor veracidad del testimonio - recibía constantemente
pruebas de lo insostenible que resultaba la situación, y súplicas para difundir por todos los medios a
nuestro alcance la gravedad del problema planteado.
Y el 23 de agosto de 1937, por decreto-ley se crea el Servicio Nacional del Trigo, cuya esencia radica en
la idea fundamental de que "el trigo como primera materia de la industria y la molinería había de ser
adquirido en su totalidad a los agricultores por el Organismo que se crea, dándole a éste la exclusiva de
venta a los fabricantes de harinas". Se comprenderá la extraordinaria actividad que hubo que desplegar en
aquellas circunstancias para poner en funcionamiento el Servicio en el territorio regido entonces por el
Gobierno del Generalísimo Franco, y para que pudiesen quedar abiertos, como se ordenaba, los
almacenes de recepción, el 3 de noviembre siguiente. Refiriéndose a ese Organismo, el Caudillo dijo, en
un discurso pronunciado a través de Radio Nacional, que a la sazón funcionaba en Burgos: "La batalla del
trigo, primera batalla de la retaguardia, tan importante o más que las que se libran en la vanguardia, la
ganaremos pasando por todo y por encima de, todo,"
Así se creó, en plena Cruzada Nacional, el Servicio Nacional del Trigo, que ha resuelto de una manera
integral los problemas que desde tiempo casi inmemorial tenían encadenado, prisionero, al sector
cerealista. Podrá hablarse de costos y de otras cuestiones no carentes de interés, pero la realidad innegable
es que el labrador, cualquiera que sea el volumen de las cosechas trigueras, sabe que tiene asegurada la
venta de su trigo a un precio dado, revisado varias veces desde 1937, y susceptible de nuevas revisiones,
según lo aconsejen las circunstancias. El terrible y secular drama triguero terminó en 1357. De oíros
aspectos de este cultivo nos ocupamos en otros trabajos.
E. de P.