La eucaristía felipista
José Luis Gutiérrez
Es difícil substraerse al venenoso embrujo de ia noche, a pesar de que eres consciente que la semiótica del
mitin es como la de los boleros, contiene consonantes, vocales y componentes dirigidos a provocar el
arpegio emotivo, el escalofrío sensiblero, a base de perfidias ajenas e infortunios propios. Pero, ¿cómo
explicar este océano de cabezas, este horizonte de almas que aguardan mansamente la transustanciación,
la presencia eucarística de ese muchacho que enciende las pupilas de España hablando de cambio?
Todo fue bonito, escueto, justo, impecable. La sombra flaca de Alfonso Guerra revisaba, minutos antes, el
escenario. Desde la intervención de Luis Eduardo Aute, iluminando cientos de miles de cerillas con los
versos de «Al alba», hasta el metal caliente de la Orquesta Platería, esos soberbios catalanes que cantan y
tocan como si fueran oriundos del mismísimo Camagüey, y el cha-cha-cha «Ligia Elena», de ese genio
que es ñubén Blades. «Ligia Elena, la candida niña/ de la sociedad...» Libérrima, bella historia de amor
rodeada de maracas y timbales para una dorada noche otoñal de palabras grandes en la que alguien grita
concordia, solidaridad, paz, trabajo. Ligia Elena, la candida niña, se ha fugado con un trompetista (negro)
de la vecindad, se han ¡do a vivir a un cuarto chiquito con muy pocos muebles, y sus ricos padres se
preguntan que dónde estará. Mientras, las otras niñas sueñas: ¡Ay, señor, y mi trompetista, cuando
llegará...!
Allí está, como presentador, un Coll insólito, divorciado efímero de Su pareja por obvia incompatibilidad
de ideologías, desunido de Tip, su hilarante siamés, ese entusiasta de Milans de! Bosch que acaso a la
misma hora asista complacido a los trompeteos babilónicos de Manuel Fraga, en la plaza Mayor.
Salen los candidatos, atemorizados algunos ante la llanura de cabezas, despavoridos otros, como Paco
Ordóñez, que confunde azorado el saludo, y le sale «a la romana», cuando escucha un mínimo silbido
entre los aplausos. Y hablan. Tierno, alcalde de Madrid, voz reposada de siempre, que escucha aplausos,
cosa seria, tratándose de un alcalde, y además de Madrid. Y Leguina, que adjudica erróneamente a
Miguel Ríos la paternidad de una canción que compusiera años atrás Bob Dylan. Desliz peligroso entre
tanta muchacha.
Felipe. ¿Se puede glosar a estas alturas la magia de este vaquero, de este muchacho enamorador de todas
las Ligia Elenas, de toda la explanada de la universitaria? ¿Lo que dice? No importa demasiado. Es, en
cualquier caso, el mensaje que ha llevado en su mochila durante toda la campaña. Lo que importa es ese
tirón magnético de flautista mágico al que siguen sin condiciones porque, como dice Tierno, es un
muchacho demócrata, honesto, como cualquiera de vosotros... Felipe, él solo, ha barrido el desencanto.
En ese momento, un piloto despistado pasea su avioneta luminosa por el cielo de la explanada, con . un
mensaje que allí suena entonces estratosférico: «Vota centro».