Las masas andaluzas
Cuando ayer tarde, ya en la recta final de la campaña, habló Suárez en Sevilla, no citó a
Ortega y Gasset para afianzarse en su centro: «Ser de izquierda como de derecha es una de
las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil, ya que ambas son formas
de ta hemiplejía moral», dejó escrito en «La rebelión de las masas».
Pero el señor Suárez no necefeita filósofos en sus mítines. Le basta con su sonrisa. Ni siquiera
tiene tiempo, o ganas, de andar y no ver. Su viejo partido se anuncia aquí con esta frase:
«Anda, Andalucía, anda». Desde antes de las siete de la mañana la cola del paro a las puertas
del Centro de Empleo de Nervión crece y tiembla. Abren a las ocho y cuarto lo que más parece
un garaje que una oficina: incluso los muebles (ficheros, sillas, archivadores) tienen ruedas.
Como si se los fueran a llevar corriendo.
Cientos de personas, hombres malhumura-dos y mujeres con niños en brazos, se agolpan ante
las rejas y sin mirar a la pareja de Policía Nacional. Unos van a «prestaciones», otros vienen de
reclamar, otros van ai «subsidio», «demandas» o «información». Hay gritos y humo. «Hace
poco a una de las empleadas, una señora mayor, la agredieron, l!e-gan a sacar navajas, esto
es un problema grave...», dice un funcionario que no quiere citar su nombre.
A la Prensa no se le dan estadísticas. Está prohibido. Pero uno no viene como Prensa.
¿Ofertas? Hoy sólo tres. Licenciados en Económicas, tuberos y soldador. «Para el empleo de
licenciado piden mucho —dice te informante—: que sea experto en finanzas y
tenga buena experiencia. No quiere la empresa revelar el nombre.»
Un tipo de unos sesenta años cobra cincuenta pesetas a los analfabetos por rellenar
formularios sentado en el múrete del patio antiguo contiguo a la oficina. Al fondo hay un cartel
que dice: «No al trabajo ilegal». «A ver, tu DNI —le pide a un peón— y prepara los diez duros
que hoy hay mucha cota.»
El peón se llama Antonio Sos. El impreso es de prestaciones médicas. Antonio Sos paga, luego
de firmar, y busca el mostrador. Su humildad, conmovedora. Evitamos cruzar la mirada y los
ojos huyen hacia otro cartel que sentencia: «La última palabra la pones tú». Pide el voto».
«Todos quieren sacar el voto con el paro», comenta un joven mirando un periódico. Y pasa las
páginas a toda prisa porque lo que necesita ver es la sección de ofertas de trabajo. El mismo
periódico va de mano en mano. Una mujer grita: «¿Viste eso? Al Cabrero, el «cantaor», lo
meten en (a cárcel por una blasfemia. Dos meses. Por lo menos allí te echarán de comer, digo
yo.»
Otra vez en la calle de Andrés Bemáldez: el tipo que cobra por rellenar formularios a los
analfabetos (y me recuerda a los funcionarios que rodeaban el Ministerio de Justicia en
Teherán, haciendo exactamente lo mismo, antes de Jomeini). Este tipo quiere tomar café.
«¿Cuida usted un poco de mis cosillas?», me pide, quitándose mucosidad con la palma de la
mano. Añade: «Ahora hay un parón y hay que aprovecharlo; luego le daré a usted cuatro duros
y se toma algo.»
Se nota: este hombre no sólo es necesario aquí, también es —o se sabe— muy importante.
En otra Oficina de Empleo (centro) la gente tiene «más nivel». Viste mejor. Y las «empleadas
del empleo» van ceñidas, son guapas, llevan tacón muy alto. Ese tacón que soto doninan, sin
romperse la crisma, las jóvenes andaluzas.
«El otro día —me dice una— entró un fulano con dos perros más altos que yo y nos quería
rajar con la navaja. Cuando llamamos a la Policía, que no está lejos, es tarde. Vienen despacio,
mi niño.»
En el barrio de las tres Mil Viviendas —que son muchas más— la miseria y la desolación son
extremas. Han arrancado, incluso, las alambradas que protegen los postes de aita tensión
«para que tos niños no trepen». La basura la arrojan en los descampados de Santa Genoveva.
Todo es una inmensa, vergonzante, vergonzosa y abandonada chapuza. Unos crios de diez u
once años me cortan el paso delante de las escuelas Domínguez Ortiz. «¿No quieres un
"porro"?», dice uno sacudiéndome el brazo. El otro, por detras y pegando los labios en mi
cuello, añade: «No, tú seguro que quieres algo mejor, ¿no?»
Fuera de) barrio, donde no llegan los turistas y, por tanto, tampoco entran los políticos (dicen
que a Fraga le echaron piedras) hay bares con la barra llena de hermosas tapas, tapas «de
cosina». Pero todos esos apetitosos manjares parecen, ahora mismo, uns atroz vomitona.—
Ignacio CARRION.