19-octubre-82/Diario 16
PERFILES DE LA CAMPAÑA-12
Justino Sinova
CUANDO le anunciaron que le matarían fue un día de 1977. Acababa de ocupar el despacho de ministro
de Trabajo y Relaciones Sindicales en el Gobierno que Suárez había formado en julio, el primero tras
unas elecciones democráticas, y tenía en sus manos la dificilísima tarea de desmontar la Organización
Sindical, el sindicato vertical franquista, que había sido disuelto oficialmente pocas semanas antes.
Una cosa era la firma del decreto de disolución y otra muy distinta aplicar el cese a todos los prebostes
del sistema. Aquel día en que decidió cesar a Vicente García Ribes, gran cacique sindical y padre del
golpista Juan García Carrés, alguien le anunció: «No podrás porque te matarán». Textual. Pero él lo
intentó y lo consiguió con mal trago, aunque sin perder la integridad.
Claro que él se buscaba el conflicto. Poco después no se le ocurrió otra cosa que quitar el chófer y el
secretario a José Antonio Girón, que cobraban del Ministerio desde no se sabe cuando. Y si se piensa sólo
en lo primero que hizo al llegar al Ministerio el día de su toma de posesión a lo mejor se entienden
muchas cosas. Llamó al oficial mayor y le ordenó retirar todos los retratos de Franco y José Antonio, que
presidían las estancias del Ministerio, para sustituirlos por los del Rey, que era jefe del Estado desde hacía
casi dos años y allí, el viejo reducto de Girón, no se había enterado.
Pero ahí no acabó todo. Un buen día descubrió una lista confeccionada en tiempo de Enrique de la Mata
como ministro de Relaciones Sindicales, con el nombre de mil doscientas personas destinadas a pasar a
ser de por vida funcionarios sindicales. ¿Y qué hizo? «Vi que eso era un escándalo, lo mandé al Consejo
de Estado y después de su dictamen desfavorable me negué a firmar el decreto.» En los primeros lugares
de aquella lista figuraba, oh sorpresas de la vida, José Luis Balbín.
El abrazo a Camacho
Y no contento con esa veloz carrera por crearse enemigos de por vida (también despidió a los miembros
del Tribunal de Amparo Sindical, que cobraban entre 70 y 150.000 pesetas), Manuel Jiménez de Parga
tuvo una idea deliciosa. El desmontaje del sindicato vertical tenía que ir acompañado por la entrada real
de los sindicatos de verdad. Y una mañana le anunciaron que estaba en el Ministerio Marcelino Camacho,
el entonces feroz líder de Comisiones Obreras, con algunos de los suyos, y les hizo pasar a su despacho.
Así Jiménez de Parga entró en la historia como el primer ministro que no sólo permitía pisar moqueta
oficia: a Camacho sino que incluso le abrazaba y se retrataba así con el. Aquello fue el no va más.
«Aquella foto en algunos periódicos fue un submarino contra mí», recuerda a la vista de algunas cosas
que se dijeron de él en los periódicos. Y luego algunos empresarios se le acercaron paternalmente para
aconsejarle, con golpecitos en la espalda: «Tú lo que tienes que hacer es lo de Solís, que nos invitaba a
comer en el Ministerio y en cuatro días arreglábamos unas cosas.»
Manuel Jiménez de Parga está convencido de que parte de los ataques que recibió estaban dictados por los
cesados, por los afectados por su política de derribo. Si no, algunos acosos no tienen explicación posible.
Total, que Jiménez de Parga lo pasó mal en el Ministerio, aunque dejó una estela de difíciles decisiones
que alguien tenía que tomar.
El apoyo de Suárez
Y se fue con una convicción y un recuerdo amargo. La convicción: que a veces en un Ministerio tienes
menos poder de decisión del que parece y que los pequeños poderes fácticos —¡os funcionarios, las
situaciones creadas...— son más poderosos que los grandes. La amargura: la falta de lealtad de algunos
miembros del Gobierno que llegaron incluso a filtrar noticias contra su política y luego le ponían buena
cara.
Quizá el apoyo que encontró en Adolfo Suárez durante sus horas más duras le haya llevado de cabeza
hasta el CDS, con el que opta al Congreso de los Diputados por la provincia de Alicante. «El hombre con
más sentido social y más demócrata era Suárez. Y lo dije entonces, no lo digo sólo ahora.»
Lo que le pasa a Jiménez de Parga es que siempre va contra alguna corriente. Posiblemente sea el sino de
su vida. Era uno de los abogados más conocidos por su política antifranquista. Defendió, por ejemplo, a
Ramón Tamames, a Manuel Za-guirre, a Dionisio Ridrue-jo, a Carlos Zayas, a Gabriel Tortella... Y llevó
por primera vez a declarar a un obispo (que, por cierto, montó en globo cuando el juez, que era Mateu,
años después muerto en atentado, le hizo la pregunta de ritual: ¿soltero o casado?...)
Como abogado antifranquista, catedrático de Derecho Político, con más de cuarenta mil alumnos por sus
aulas, escritor prolífico de periódicos, tuvo seis procesamientos y una gran amistad con la oposición. Pero
en 1966 ya marcó algunas distancias al optar por la monarquía, cuando toda la oposición era republicana,
y en 1977 sembró la sorpresa al salir en televisión para pedir el voto favorable a la ley de Reforma
Política, cuando toda la izquierda predicaba la abstención.
Luego vino lo de su paso por el Ministerio, su difícil gestión de la piqueta, que le iba dejando enemigos
en la cuneta del camino, y acabó marchándose a una extraña Embajada ante la OIT, que fue algo entre la
innovación y la sorpresa. Pero él certifica que desde el primer día sigue diciendo las mismas cosas, en
todos sus libros -—uno de los cuales, «Regímenes Políticos Contemporáneos», es uno de los clásicos de
la Universidad española— y en lodos sus miles de a rtículos que sigue publicando en los periódicos y
ahora difundiendo por las emisoras de radio «Antena 3», de la que es fundador, accionista y consejero,
junto con su hermano Rafael, que es el presidente.
(Un párrafo marginal a la familia: Manuel tiene un hermano, Carlos, que es cura obrero y trabaja en
Vallecas, donde también viven, por ejemplo, un hermano del general Armada, también sacerdote, y una
hermana de Fraga, que es religiosa. Una comunidad de notables en pequeño a los que se unen los padres
Llanos y Díez Alegría. Car/os Jiménez de Parga, de gran parecido físico con él, le echa alguna mano en
su aventura política. La sangre puede más que las ideas.)
En medio del desbarajuste de la política, la abogacía, la imprevisible tarea de escritor de periódicos y de
libros, la cátedra, Jiménez de Parga muestra preocupación por su familia siete hijos y una mujer también
famosa por las letras, Elisa Lamas, con quienes se va cada fin se semana a una casa de recreo en Ametlla
de! Valles, a treinta kilómetros de Barcelona.
Y, a pesar de su vida continua en Cataluña, a sus cincuenta y tres años no ha perdido su acento granadino.
Y, a pesar de los disgustos de la política, conserva el optimismo y apuesta una vez más.
Manuel Jiménez de Parga, el hombre que derribó el sindicato vertical, fiel seguidor de Suárez
CUANDO LE ANUNCIARON QUE LE MATARÍAN...