El recelo preelectoral, más fuerte que las convicciones
SEVILLA (Manuel Ferrand, corresponsal). A medida que se acerca el 28 electoral, transcurren
en progresión acelerada los mítines, las ruedas de Prensa, ios apretones de manos en calle
Sierpes y por los mercados, y las discusiones. En verdad, los que discuten, por lo menos de
política, no suelen ser los ciudadanos, sino los candidatos, y algunos dentro de su propio
partido.
Se diría que los necesarios fervores no acaban de prender en el pueblo soberano. Lo sé
porque, sin pretensión alguna de emular a los técnicos investigadores de la opinión pública,
hice algo así como una encuesta por mi cuenta. Un sondeo más bien modesto, a la buena de
Dios y para mi particular uso.
Anduve por la Alameda, por el mercadillo que cada jueves, desde hace siglos, se monta en la
calle de la Feria; por la Plaza Nueva, por la Universidad (con tos bedeles, porque aún no
habían empezado las ciases).
He ido anotando réplicas, he sumado, restado, dividido y clasificado a mi manera, y lo que
resulta, lo siento, ni es de fiar ni es presentable. Este es un pueblo, a lo que se ve, poco
propenso todayía —o poco propenso ya— a los entusiasmos políticos, y si yo les facilitara a
ustedes una selección de las frases más interesantes, por significativas, se darían cuenta de
ello¡ Pero no debo hacerlo, porque les descubriría demasiado a lo vivo que, bajo la frase
chusca, chispeante de ingenio o reciamente agresiva, se proclama una extendida desconfianza
hacia los políticos más señalados, y se les engloba en un denominador común, posiblemente
injusto y nada halagüeño. Y esto, convendrán conmigo, nada tiene de aleccionador ni de
ejemplar en vísperas electorales.
Podría achacarse esta actitud a una manera de ser, a la indiferencia colectiva, al fatalismo
atávico o a cualquier otra consabida zarandaja, pero que nadie se engañe. Yo pienso que la
causa está en la sufrida y pertinaz experiencia. Andalucía necesita de todo: trabajo, enseñanza,
obras públicas, estímulos contantes y sonantes y que se le haga justicia. Todo eso, con la
cautelosa ambigüedad y la monotonía de los discursos, se le promete desde todos los frentes
en estos días.
Y mientras esto dicen los indecisos, que de momento son tos más, la ciudad, repleta de
carteles con sonrisas y «slogans», sigue su ritmo sin que falten otros temas de comentario. Por
ejemplo, lo de la vieja Casa de la Moneda, monumento histórico que se pretende salvar de su
prolongada ruina, y de la nueva que se levantará a toda prisa en Sanlúcar la Mayor para
descongestionar la fábrica madrileña.