Sentido del humor
Antonio de Senillosa
El español tiene alma de agricultor, está hecho a las malas cosechas, pone buena cara al mal tiempo. Y,
pese a todas las desdichas, quiere divertirse. Aquí aburre la retórica, el énfasis, la ridicula seriedad que no
conduce a parte alguna. Ese constante «yo diría», «a nivel de», «en base a». Porque son los resultados lo
que debe ser serio y no el camino para llegar a ellos.
Algunos oradores, siempre trascendentalistas, van con un rollo aprendido que leen, malamente,
aburriendo hasta a las oveias. Se cuenta de un ministro franquista, todavía en política, que encargó a sus
colaboradores un discurso de media hora de duración. Cuando, indignado, les reprochó que su discurso
había durado una hora, el doble de lo solicitado, le respondieron «perdone, señor ministro, es que le
entregamos original y copia». Louis Abufalía, en cambio, es un divertido candidato del humor en los
Estados Unidos, se desprendió de seriedad y de vestimenta e invirtió sus 380 dólares ahorrados en un
cartel donde apareciía desnudo, con un solo texto: «Soy un candidato honesto. No tengo nada que
esconder.»
Ese sentido del humor, del que suelen carecer los políticos, es necesario incluso en los momentos más
dramáticos. El señor Malesherbes tropezó con una piedra cuando lo conducían a la guillotina. «Mal
presagio, debiera volverme en seguida a casa», exclamó. En el fondo, tener sentido del humor es ser
consciente de la relatividad de las cosas.