ESPAÑA, 7 DÍAS
NOTAS BELIGERANTES
RATIFICACIÓN DEL >12 DE FEBRERO>
El discurso de Barcelona esta lleno de matización y de equilibrio. Es evidente que se ha ratificado la línea
política y pragmática del Gobierno. No lo es menos que el Presidente ha salido al paso tanto de los
ataques de los duros de la ortodoxia, como de algunos alardes funambulescos de intérpretes extramuros.
Donde más claramente aparece esta intención es en la referencia al «espíritu del 12 de febrero».
EL Presidente del Gobierno no ha defraudado las grandes expectaciones que se habían movilizado en
torno a su discurso ante los Consejos Provinciales y Locales del Movimiento de la región catalana. La
Prensa no oficial —el bastión más lealmente firme, más constante y generoso en su defensa del Gobierno
frente a las resonantes tarascadas recibidas— había creado un clima de atención nacional, sustentado
sobre las presunciones lógicas de que un primer viaje a Barcelona y una Asamblea de órganos colegiados
del Movimiento significaban ocasión propicia para un nuevo pronunciamiento político del Gobierno,
desde su más alta autoridad. También se echaba de ver su conveniencia, porque la resonancia, prestigio e
indiscutible legitimidad de alguno de los «contestadores» al 12 de febrero exigían la ratificación de los
postulados expuestos en aquella fecha, so pena de que se extendiera el difuso temor de que la esperanza
de aquella jornada hubiera perecido en el itinerario de recelos, temores, ironías gruesas o anatemas que
sobre ella se han cernido desde entonces. Era necesaria la ratificación. Y la ratificación se ha producido.
LAS ASOCIACIONES
Se ha producido en el terreno más comprometido, más contundente y menos sujeto a diásporas
interpretativas. En el terreno del anuncio de decisiones. Sencillamente, habrá asociaciones. Las habrá
porque —en palabras del Presidente— son «instrumento insustituible al servicio del propósito
participativo»; porque «el derecho de asociación se halla en el frontispicio de todo desarrollo
democrático»; porque sólo las asociaciones pueden vertebrar la «ordenada concurrencia de criterios»;
porque las asociaciones «deben completar eficazmente el esquema de la representación y la
participación»; porque sólo ellas pueden asegurar la «más expedita proyección política del pluralismo de
la vida social española»; porque son necesarias «pensando más en el mañana que en el presente»; porque
no hay «en política riesgos mayores que los del vacío, la atonía y la inhibición ciudadana»; porque hay
que «ordenar la diversidad de los pareceres políticos, con vistas a proporcionar a la Monarquía de mañana
la asistencia de las fuerzas sociales en el respeto y acatamiento al orden constitucional»; porque
«promover... las prudentes transformaciones que aconseja una realidad social renovada»... es... «el único
homenaje eficaz al espíritu de quienes alumbraron el Régimen».
El anuncio de las asociaciones fue la pieza nuclear de los treinta y dos minutos de discurso del Presidente
en Barcelona. Toda la exposición, cabe resumir, aparece contenida en torno al porqué, al cómo, al cuándo
y al dónde de tan esperada y diferida decisión.
EL CUANDO, EL COMO Y EL DONDE
Desenvolviendo lo que ya estaba claramente implícito en el discurso del 12 de febrero, Arias desveló la
única razón por la cual en aquel discurso se omitió la determinación de plazo para el estatuto regulador
del derecho de asociación. Se trata de respetar «las competencias de promoción y sugerencia» que, en este
tema, se reconocen al Consejo Nacional, de cuya «responsable opinión surgirá el enunciado estatuto». El
Gobierno remite la iniciativa, pues, al Consejo Nacional. Pero este respetuoso reconocimiento
constitucional no puede traducirse en una remisión «ad calendas». Sin atropellamientos urgentistas,
la voluntad del Gobierno parece enderezada a disponer de las asociaciones en plazo breve. De «pronta
respuesta» habló el Presidente en dos pasajes de su discurso. Y, citando a José Antonio, remacharía que
no se puede perder esa «partida con el tiempo» que es la política. No hay «indeterminación del propósito
ni voluntad de demorarlo».
Lógicamente, al respetar la facultad de iniciativa del Consejo Nacional, el discurso del Presidente no
podía, sin contradicción, adentrarse en el pormenor de cómo van a ser las asociaciones que se proponen.
Sin ningún alarde hermenéutico, hay, sin embargo, en el discurso dos referencias que parecen prestar base
a sendas reflexiones, si no sobre cómo han de ser, sí, al menos, sobre cómo parece que desearía el
Gobierno fuesen. De un lado, parece clara la necesidad de reconocer a las asociaciones fines electorales.
No se comprende de otra manera cómo éstas podrían «completar el esquema de la representación en el
marco de nuestra democracia», como el Presidente ha afirmado.
Por otra parte, hay un párrafo en el discurso de no fácil exégesis. Es éste: «Pero no creáis que con dicho
estatuto habremos resuelto toda la problemática asociativa. Importa advertir que el tema asociativo es una
materia pragmática y viva que debe ser promovida con equilibrio y firme sentido de la autoridad, en
busca de un progresivo establecimiento y perfeccionamiento. Es notorio que se está iniciando ese
proceso, que debe tener un paulatino reflejo en «la vida española».
El párrafo —insisto de no fácil comprensión en una primera lectura— parece apuntar el reconocimiento
de una experiencia históricamente acreditada: que, en la ordenación del pluralismo político, la realidad ha
ido siempre por delante de las normas. ¿Se trata, quizá, de advertir el carácter experimental o tentativo
que pudiera tener la futura ordenación normativa de las asociaciones? ¿Se trata de aceptar, «a priori», que
esta primera ordenación no puede pretender abarcar y perfilar suficientemente tan capital tema? ¿No hay
en ese párrafo —«es notorio que se está iniciando»— un acogimiento de las iniciativas germinales que —
bajo el amparo asociativo de la Delegación de Acción Política o de la Ley de Asociaciones de 1964—
vienen registrándose con manifiesta o tácita voluntad política?
Frente al amplio campo de constructivas interrogantes que puede suscitar ese párrafo, en lo que el
discurso ha sido meridiano y contundente es en la afirmación del Movimiento, como única cancha de
juego, ideológica e institucional, para la ordenación de la pluralidad.
EL MOVIMIENTO POSIBLE
Previamente, en el discurso del Presidente —y en el del ministro-secretario que lo precediera— se
contienen muchas aproximaciones fértiles para una cabal comprensión de ese Movimiento que ha de
cumplir, nada menos, que el generoso papel de enmarcar «la proyección política del pluralismo de la vida
social española».
El Movimiento es, primero, la comunión de los españoles; en el patrimonio doctrinal de la Constitución.
El Presidente señaló cómo las exigencias circunstanciales de otra hora, provocaron que no siempre tal
concepción se tradujera en la fisonomía de un Movimiento en el que predominaron «los perfiles de
encuadramiento». Luego, rechazaría tanto las críticas que, sin atender las exigencias de aquel tiempo, se
complacen en subrayar aquellos perfiles, como las pretensiones de mantenerlos en el presente.
El discurso abunda, después, con mayor énfasis y más rotundo acento de apertura en el concepto del
Movimiento comunión: «suma de personas, animadas por una común voluntad de respeto a las Leyes
Fundamentales y por el compartido afán de servir lealmente la continuidad perfectiva del Régimen en el
futuro», sin más requisitos esenciales que el amor a España y la voluntad de servicio a su pueblo.
Complementario de esta concepción, aparece el concepto de Movimiento, como «institución»
informadora del orden político. Concepto y definición que parecen apuntar principalmente a la suprema
instancia representativa colegiada del Movimiento: el Consejo Nacional.
Tales entendimientos suponen necesariamente el reconocimiento de la licitud de una diversidad de
actitudes e interpretaciones respecto a la común referencia a los Principios constitucionales. En apoyo de
esta tesis, el Presidente no sólo invocó la pluralidad de las fuerzas civiles concurrentes el 18 de julio, sino
que formuló otro prometedor reconocimiento: hay nuevas fuerzas en presencia, incluso impulsadas por
hombres que no conocieron la guerra, que «aparecen alentadas por un inequívoco sentido nacional».
Todas estas reflexiones —relecturas, más bien— del discurso barcelonés del presidente Arias, nos ponen
en la pista del quid más problemático del ilusionante propósito político diseñado por el Presidente. ¿Se
corresponde la realidad sociológica actual del Movimiento con este concepto? Aun cuando hayan
desaparecido los «perfiles encuadratorios» del Movimiento, ¿ha desaparecido igualmente en las mas
activas y notorias bases sociales del Movimiento la conciencia y talante de «encuadrados»? ¿Se
reconocen en estas bases la pluralidad de fuerzas nacionales concurrentes el 18 de julio y, sobre todo, esas
nuevas corrientes generadas por la «propia dinámica del Régimen y de la vida española»? Las respuestas,
con sincera pesadumbre, no pueden ser afirmativas.
Algo debe quedar por delante muy claro: la ilicitud de plantear el propósito asociativo con pretensiones
de sustitución o neoexclusivismo. Sumar y no restar. Tenía razón Utrera al salir al paso de «quienes
quieren excluirnos del futuro». Y el Presidente invitaría, con energía, a los hombres de los Consejos
catalanes del Movimiento a la «movilización asociativa».
Pero, ello sentado, saltan a la vista las hondas y agudas responsabilidades de difícil innovación que
recaen, ahora, sobre los quehaceres del Consejo Nacional; sobre los hombros de su vicepresidente y
ministro-secretario —al que no le falta generosidad para el empeño—; sobre los equipos nacionales y
provinciales de la Secretaría General.
Hace dos o tres años, la Delegación Nacional de Provincias editó un opúsculo en el que se demostraba
(???) la incompatibilidad insalvable de las Leyes Fundamentales con las asociaciones y cómo éstas
derivarían necesariamente en partidos políticos anticonstitucionales. El folleto fue redactado y utilizado
con fines de adoctrinamiento. ¿Cómo no temer la presente reacción de los «adoctrinados»? El recuento de
las interrupciones de los aplausos al discurso de Arias proporciona ya un «test» significativo. La mayor
parte de ellas se produjeron en aquellos párrafos del discurso de concepto —o de música— más cautelar,
y pasaron en silencio las más subidas invocaciones de apertura. Con otro auditorio, se hubieran invertido
los términos. El Consejo Nacional, que en junio dijo sí y en diciembre dijo no, se ve ahora emplazado a
una nueva respuesta afirmativa.
Tan azarosa peripecia nos obliga, otra vez, a subrayar la responsabilidad de Utrera y a reiterar la
esperanza en su capacidad para timonear una navegación política difícil donde las haya. Una navegación
para alcanzar este punto: como dijo el Presidente, la «vigencia y efectividad plenas» de la afirmación de
que Movimiento y Pueblo son una misma cosa.
¡OJO A LOS GLOSADORES!
El discurso de Barcelona está lleno de matización y de equilibrio. Es evidente que se ha ratificado la línea
política y pragmática del Gobierno. No lo es menos que el Presidente ha querido salir al paso, tanto de los
ataques de los duros de la ortodoxia, como de algunos alardes funambulescos de intérpretes extramuros.
Donde más claramente aparece esta intención es en la referencia al «espíritu del 12 de febrero». Este
espíritu, existe. No es, pues, una invención periodística ni se puede arremeter contra él con chuscadas de
calibre grueso. Tal espíritu responde al afán de proyectar sobre las necesidades del presente la voluntad
permanente del Régimen de servicio al país. Y el Presidente, concluye: «Cualquier otra especulación, por
exceso o por defecto, sobre el espíritu del 12 de febrero es totalmente gratuita. Mi subrayado quiere salir
al paso de un temor. Justamente porque es un discurso equilibrado, el texto de Barcelona es propicio para
que todos entremos a saco en él, con voluntad de parcial apropiación e interpretación «pro domo». Basta
con magnificar unos aspectos y difuminar otros. Las titulaciones y primeros tratamientos editoriales de la
Prensa suministran fundamento para este temor. Por el amor de Dios, no la emprendamos a
«discursazos»; razonemos según nuestras propias argumentaciones y no pretendamos arrimar el ascua del
Gobierno a la sardina de tirios o troyanos, pretendiendo interponer la autoridad de las palabras del
Presidente en favor de nuestras tesis particulares. Por seriedad, por escrúpulo intelectual y, lo que importa
más, por servir la causa de la convivencia nacional.
El momento es esperanzador. Que lo sea para todos, menos para la fauna —desgraciadamente nutrida y
con lucidos ejemplares a derecha e izquierda— del energumenismo nacional. Ante todo, evitemos dar
pretexto a esta tropa, interesada en demostrar, sea el desviacionismo liberalizante y desnaturalizador del
gobierno Arias, sea su impenitente identidad con todos los fascismos que en la historia han sido. Arias ha
intentado en Barcelona la difícil virtud del medio. Subrayémoslo así, sin lastrar el comentario con el
subjetivismo de nuestros deseos.
Gabriel Cisneros