Con buen pie
En las redacciones de los periódicos, los teletipos se agolpan hoy con una doble noticia unánime: jornada
electoral sin incidentes dignos de mención y con una afluencia de votantes no sensiblemente inferior, al
menos prima facie, a los índices considerados normales dentro de la abstención estructural.
La Constitución española acaba de echar a andar y, por todos los síntomas, con buen pie.
No olvidemos que el censo electoral sigue «hinchado», a causa de los aberrantes dobles e incluso
múltiples empadronamientos, en un 5 por 100 del censo nominal. Descontada esta cifra y, probablemente,
la que en detalle se nos enviará de algunas zonas del norte en las que el mal tiempo ha dificultado el voto,
los porcentajes de participación disponibles se orientan hacia una reconfortante asistencia masiva del
pueblo a este acto democrático.
Este dato es tanto más reconfortante cuanto que la campaña electoral se ha caracterizado por su tono gris
y escasamente atractivo, cargado con una abrumadora uniformidad de ofertas electorales, en las que todos
los líderes de todos los colores parecían empeñados en prometernos las mismas cosas casi con las mismas
palabras. Pues bien, la ordenada y masiva respuesta colectiva de los españoles a este bombardeo sin duda
tedioso indica que el nivel de civismo alcanzado en España es ya muy alto y que el elector vota teniendo
en cuenta el fondo de las cuestiones que se le plantean. A eso llamamos entrar con buen pie en los nuevos
tiempos.
Porque es el pueblo, en definitiva, el que, con su conducta, ha hecho bajar del limbo de las grandes leyes
a esta soñada Constitución que, desde hoy, se ha convertido en realidad práctica. La maquinaria
democrática ha funcionado a tope en una jornada memorable y esto es todo un aviso para quienes, aun
acogiéndose a los beneficios de la democracia, abrigan el deseo de acabar con ella.
En otro orden de cosas, pero íntimamente conectado con todo lo dicho, hay que mencionar el óptimo
resultado deja cobertura de seguridad desplegada por las Fuerzas de Orden Público y el Ejército, que ha
proporcionado al país unas vísperas electorales caracterizadas por una gran serenidad. Esto ha contribuido
decisivamente a que este ejemplar primero de marzo haya sido posible. Las Fuerzas de Seguridad del
Estado han estado en su puesto exacto: en tensión serena de alerta ante un posible acto contra democrático
que no ha tenido lugar, pero que, de haberse presentado, hubiera sido yugulado automáticamente.
A eso llamamos entrar con buen pie en el futuro.
Ahora se trata de gobernar. El país quiere exactamente lo que necesita: el fin de la, necesaria
constitucionalmente, pero confusa políticamente, etapa del «consenso», para entraren otra de auténtico
debate político en el que el poder ejecutivo necesitará tanto una mayoría real que lo avale como una
minoría que lo hostigue a fondo. Las cartas están echadas. Sólo queda esperar que, dentro de un mes, el
nuevo Parlamento se configure sobre esta base, para que el buen pie de esta jornada se prolongue sobre
los cruciales cuatro años.