Oyendo a Arias Navarro
Javier M. DE BEDOYA
SIEMPRE he sostenido que en lo que se refiere a la organización de la convivencia humana, la valoración
de los sistemas y de los dirigentes políticos debe de hacerse a través de una imparcial ponderación de sus
respectivos defectos, puesto que las cualidades o virtudes siempre estarán ahí, en el saldo final, ayudando,
por añadidura, a reforzar los posibles resultados positivos.
¿Acaso quiere esto decir que los defectos de los sistemas o de los hombres pueden producir resultados
positivamente apreciables? Respondo resueltamente que sí. Sólo quienes se ignoran a sí mismos,
desvalorizan o hipervalorizan los defectos de los demás, haciendo caso omiso de su presencia activa, y en
muchos aspectos positiva, en las personas o en los sistemas que se trata de juzgar. La manera más segura
de no equivocarse en la formulación de un juicio sobre políticos y sistemas es no cerrar los ojos a sus
defectos - que forzosamente tienen que tenerlos - y contabilizar éstos, por el contrario, con los ojos bien
abiertos.
Los defectos pueden originar consecuencias, directas o indirectas, de carácter positivo, al menos por
alguna de estas vías:
a) La comparativa, que establece diferencias con los defectos de los otros posibles dirigentes o sistemas,
dentro de la ley del mal menor.
b) La coordinadora, en relación con´ las circunstancias, las cuales pueden requerir hombres o
sistemas con determinados defectos mejor que con otros.
c) La diversificadora, que exige que en un político, en un equipo o en un sistema no coincidan defectos
de la misma índole y, en todo caso, no sean los mismos que los del ciudadano medio.
Viene todo esto a cuenta de que, oyendo el discurso de Arias Navarro en Barcelona, sus palabras y su
tono me han evidenciado algunos defectos suyos que considero muy afortunados para el país. No voy a
tratar ahora de hacer un estudio completo sobre su personalidad, que en estos momentos pudiera sonar a
halago u oportunismo. Desde mi barrera de sombra, sólo pretendo ser espectador espontáneo aludiendo a
tres defectos suyos que considero significativos:
1.º Falto de vocación para la profecía. En todo su discurso no hay un solo intento de dibujarnos
situaciones futuras ni de anuncio de acontecimientos en función de una moral. Los políticos suelen, con
frecuencia, juzgar a profetas cuando no saben afrontar el presente. El tratar de «iluminar» a los demás no
es lo mismo que obligarnos a pensar y meditar, por nuestra cuenta, ante hechos concretos.
2.º Poco imaginativo. No se ha presentado con el clásico repertorio de ofertas y más ofertas. Realista
hasta el máximo, Arias parece creer que existe ya un progreso en la coparticipación de las verdades y
datos escuetos que componen nuestro presente español.
3.º Ausencia de idolatría por las cargas del cargo. El deber político tiene unos límites impuestos por la
propia dignidad y por el número y calidad de los mimbres que se disponga para el cumplimiento de la
misión. Ya era hora de que percibiéramos - en el tono, en el gesto un no a ese «mundo admirable del
deber» tras del cual otros políticos se han profesionalizado muy a gusto para terminar en la clara
irresponsabilidad de dejarse ahogar por las ilusiones personales satisfechas.
A mi manera de ver, estas tres notas (unidas al paquete de cualidades), sitúan a Arias Navarro en el área
de juego de Canalejas. Maura incurría en la profecía muchas veces, con trémolos al estilo de Donoso
Cortés o Vázquez de Mella. Y Azaña llevaba un mundo literario en la cabeza. El siglo XX nos debía a los
españoles algo respecto a poder ver una «serena eficacia» campeando en un hombre civil a nivel de
jefatura de Gobierno.