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EL ALMENDRO, EL TRIGAL Y LA PRADERA
Tenía prisa el almendro por ostentar su portentosa floración, como alegre salude anticipado a la llegada
oficial de la primavera. Eran todavía los primeros dias de marzo en la baja y fría estepa cultivada de
Castilla la Nueva. Libaban las abejas, entre casi imperceptibles zumbidos musicales, en los cálices
resáceos que destilaban su néctar irisado por los rayos del sol.
El trigal, tupido y verde, da la réplica, como contraste, en el cuadro de la Naturaleza que empieza a
despertar a la vegetación de su sueño invernal.
Y como signo de vida activa en la campiña, el rebaño, bien pastoreado, ramonea en la pradera los
primeros brotes, jugosos y tiernos.
La hierba, el trigo y el árbol, Inundados de sol, querían purificarse con el agua de las nubes para poder
ofrendar al hombre abundantes cosechas de sus frutos latentes.
Y el agua ha llegado, puntualmente, pero con excesiva generosidad otra vez.— E. de P.