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¿FAVORABLE MUTACIÓN DEL TIEMPO Y DEL CAMPO?
DÍAS DECISIVOS PARA LA COSECHA CEREALISTA
Esta panorámica obtenida el miércoles pasado en un paraje del término madrileño de Aljarvir, engañaría
al observador que no avanzara entre los que parecen tupidos cultivos. La realidad es otra: espiga corta de
cebada en plena granazón; y corta también, y empezando a granar, en el trigo, alto o achaparrado, según
parajes. Se nos muestra el cereal rey con tonalidad verde-claro que proclama la necesidad de riego
atmosférico. Dos semanas antes había promesa de buena cosecha. Cuando hace solamente tres días
contemplábamos, acongojados, aquellas perspectivas, el viento del Sahara, seco y abrasador, había
volatilizado un alto porcentaje de la producción prevista. Y como en esos campos de Madrid, en gran
parte del territorio peninsular.
Ése mismo era entonces el panorama general, mientras en Navarra, en Castilla la Vieja y en otras
reglones, se impetraba, en rogativas, el beneficio de la lluvia.
Si ésta llegaba perentoriamente, aún podía salvarse mucho de lo que estaba en grave peligro de perderse,
en particular el trigo, que se resistía a rendirse a las vaharadas agostadoras.
Regresábamos a Madrid impresionados por el estado del campo, aunque aquí y allá resaltaban los
preciosos majuelos de intenso verdor, que mostraban sus racimos entre los airosos penachos de hojas. V
los también sanos garbanzales, para los que el agua "sólo es necesaria al nacer y al cocer".
Era la hora del mediodía...
Algunos cúmulos de nubes densas se alzaban sobre las cumbres del Guadarrama. Seguíamos al minuto la
evolución de aquéllos, cuyas dimensiones crecían visiblemente. Hacía poco más de una hora que
habíamos expresado al alcalde de Da-ganzo nuestro anhelo de inmediatas precipitaciones líquidas. "¡Dios
les oiga y nos ayude!", contestó con voz velada por la emoción.
Acabábamos de recorrer, en su compañía, las zonas que recientemente fueron tratadas con herbicidas
selectivos para matar las malas hierbas. El éxito ha coronado el esfuerzo. La vegetación dañina yace,
reseca, sobre la tierra tersa y áspera por la sequía. "¡Ah, si hubiese llovido al terminar los tratamientos!"
Las dos de la tarde. Los núcleos de vapor, fundidos ya en una masa inmensa, habían remontado
ampliamente la cordillera central en toda su longitud. Y llegó hasta nosotros la luz lívida de un
relámpago, al que siguió el fragor del primer trueno que rodaba entre las infractuosidades de la cercana
sierra. ¡La tormenta!
Peco a poco fue cerrándose el firmamento, y sucediéndose los fenómenos de las descargas eléctricas para
abrir paso al parto de las nubes, esperado con ansiedad, entre oraciones.
A las cuatro de la tarde caían las primeras gotas que se transformaron pronta en breves lloviznas o en
fugaces aguaceros. ¿Ha sido ese un momento de mutación meteorológica y de transición de un estado de
desesperanza en el campo, a la gloria de la resurrección de la campiña? No podemos esperar a ver cómo
se resuelve esa conmoción atmosférica. Y, también esperanzados nosotros, en íntimo sentir con la gran
colectividad agraria, aplazamos la exposición de nuestras reflexiones previas a ese cambio del tiempo,
reflexiones que flotaban en un mar de pesimismo.
Quiera el Cielo que queden definitivamente silenciadas y sustituidas por más lisonjeras consideraciones.
Ha empezado a llover...
Elíseo DE PABLO