PERSPECTIVAS OLIVARERAS NACIONALES
Teníamos puestas muchas esperanzas en el olivar. Las grandes lluvias otoñales y del comienzo del
invierno que tan gravemente afectaron a la sementera y al primer ciclo de los cultivos cerealistas, fueron
excepcionalmente favorables para el arbolado en general y para las plantas arbustivas. Mientras en marzo
y abril las perspectivas de las cosechas de verano ofrecían fuertes contrastes, las olivareras eran diáfanas
en términos generales. La mucha humedad acumulada en el subsuelo garantizaba la buena evolución del
olivo, a menos que se produjesen profundas alteraciones atmosféricas. Nos enfrentábamos, pues, con una
tercera campaña oleícola de producción normal consecutiva, es decir, sin el que parecía inevitable vacio
de la vecería. 1959-60 nos dio unos 450 millones de litros de aceite, y 1960-61, otros tantos. 1961-62
prometía una cosecha mayor aún. A finales de abril, los informes de Jaén, por ejemplo, decían que nunca
por esas fechas había presentado el olivar tan magnífico aspecto. Luego, la sequía de mayo, con sus
temperaturas de estío riguroso acompañadas de "aires solanos", alteró la situación. Y ya se oyen
lamentaciones entre los cultivadores jiennenses. "Las muestras se ven perfectamente, pero al mover las
ramas se desprenden algunas de aquéllas". Por fortuna el cambio de tiempo, con lluvias y descenso
térmico; ha corregido la situación—aunque no está clara todavía por lo que se reitere a Jaén, el coloso
olivarero—, en la mayor parte de la mitad occidental de Andalucía, Extremadura, La Mancha y Cataluña,
como zonas olivareras de mayor importancia, asi como en las reglones centrales, la Rioja y parte de
Aragón.
Concretamente: no se han producido todavía contratiempos tan graves como para suponer que se han
alterado profundamente las perspectivas generales oleícolas.