l-XII-1982
ESPAÑA, YA LA QUINTA COLUMNA
La profecía
LO reveló Emilio Attard, en este mismo periódico, el año pasado. Pero envolvió la noticia —certísima—
en amabilidades crípticas y sólo los iniciados la captaron. Mientras me dispongo a escuchar el mensaje
filipense de investidura voy a explicarles, en román paladino, cómo un sector importante del populismo
franquista —encabezado personalmente por Adolfo Suárez— sucumbió en 1969 a una rutilante
profecía norteamericana, que se convirtió, desde entonces, en su ideal para el futuro. Y me reconforta
coincidir —sin acuerdo previo— con el maestro Emilio Romero en detectar elementos, efectivos y
talantes del populismo franquista en el origen, y seguramente en el ejercicio, de la nueva legitimidad
socialista. Por lo pronto, en la conjunción que sugerí ayer. En 1967, cuando Occidente vivía un
desbordamiento de prosperidad y no apuntaban ni asomos de crisis histórica, los futurólogos americanos
Hermán Kahn y Anthony Wiener, dei Hudson Institute, predijeron asombrosamente la crisis histórica
mundial de las años setenta. La profecía se publicó dos años después en España, con el título El año 2000,
por Revista de Occidente. Contiene, releída quince años después, otros aciertos enormes: la indefinición
en los asuntos políticos de los pueblos; la admisión de China en las Naciones Unidas; los bandazos del
sistema monetario internacional; el encastilla-miento del Mercado Común corno unión aduanera de signo
restrictivo; la exacerbación del proteccionismo agrario en Europa y Norteamérica; la crisis en la
integración política europea; el conflicto entre los Estados Unidos y Europa por la apertura económica de
Europa al Este, como hemos comprobado en el caso del gasoducto; la redefinición de enemistades por
parte de China; la victoria de la derecha radical en las elecciones norteamericanas; ¡a «incómoda
pacificación» en la guerra de Vietnam; el dramático incremento del paro en USA. Hay algún error como
el mantenimiento del precio ficticio del oro; pero queda compensado por el cúmulo de aciertos.
Abre entonces la profecía un capítulo europeo centrado en la España de la transición. En el año del
apogeo de Franco —que acababa de proponer la Ley Orgánica del Estado en un referéndum nada
democrático pero evidentemente popular y culminaba la etapa del desarrollo— los futurólogos
americanos fijaban con precisión la muerte de Franco, justo cuando uno de los políticos más inteligentes
de España, Pío Cabanillas, confesaba a sus amigos: «Dejaos de coñas. No se morirá nunca.» Diez años
antes del nacimiento de UCD anunciaban que sucedería a Franco «un débil Gobierno liberal» destinado al
fracaso. «A continuación —añaden— las crisis económicas ocasionan una serie de quiebras bancarias en
España. Se forma entonces una inesperada alianza entre los elementos de protesta —clases medias,
pequeños empresarios— y los trabajadores españoles, que tienen una gran tradición de acción anárquica y
sindicalista.» La nueva conjunción es precisamente la que derriba a la débil situación centrista; y «en esta
situación un grupo de intelectuales, fundamentalmente antiguos falangistas, publican un manifiesto en
que se echa la culpa de las dificultades económicas y de la actual impotencia de España y de Europa a la
capitulación del siglo XX frente a los valores burgueses y americanos. Se condena el espíritu burgués y
comercial. Se predica una reforraulación de las sociedades europeas que incorporará a todas las clases en
un movimiento de reforma y unidad europea de tipo austero y disciplinado. El manifiesto implica una
reinterpretación, de carácter muy romántico, de las tradiciones aristocráticas y caballerescas de Europa,
pero extendiéndolas a Las masas de una nueva Europa sin clases, añadiendo a lo anterior un programa de
administración tecnocrática de la economía nacional y de las empresas industriales, en el que se da un
gran relieve a las técnicas de dirección y proceso de datos. Desean un control racionalizado de la industria
por parte del Estado, una producción para las necesidades humanas más bien que para el beneficio,
desean cultivar y promover una sociedad 4in clases, que los ricos abandonen voluntariamente sus
privilegios».
«Este movimiento —sigue la profecía— consigue un gran triunfo en España y, llegado al poder, da
pruebas de un nivel de competencia en el gobierno y de energía desconocido en España durante todo este
siglo. La economía española todavía sufre las consecuencias de la depresión mundial, pero en España hay
un programa nacional digno e igualitario, con servicios sociales muy eficaces, una distribución
enormemente equitativa de los bienes, un patrocinio estatal de las artes y de las empresas intelectuales
que obtiene enormes éxitos. La doctrina romántica del régimen, reforzada por su programa humano y
social, sus realizaciones culturales y su gran éxito en la restauración de la moral nacional, tiene un
impacto enorme en toda Europa y constituye el núcleo de un movimiento paneuropeo.» Esta era la página
que tej^a delante Adolfo Suárez cuando dejó escapar aquello de Asombraremos al mundo.
Hasta aquí la profecía de 1967. Va a empezar ahora el discurso de Felipe González. O quizá simplemente
a continuar; a intentarlo de nuevo, con ía colaboración incondicional de los fracasados.
Ricardo DE LA CIERVA