ios cronistas de «El Alcázar»
1 diciembre 1982 / EL ALCAZAR
Un alto en el camino
Hace casi tres meses que acepté el apasionante reto de) artículo diario; durante este tiempo he venido
escribiendo mis impresiones sobre determinados temas, echando mano de la mavor sinceridad y de la má-
xima corrección cuando de hacer critica se trataba Evidentemente. cja-Tlo equí he exp-es-a-dc roza lo
político., aero no porque yo quiera penetra´ con mis opiniones en tal campo, sino porque éste está
circunscrito a todos los demás No es lo mismo hablar de cuestiones políticas — lo cual pertenece al
ámbito cultural— que practicar política. Con mis limitados recursos he intentado —y seguiré intentán-
dolo— hacer cultura en este espacie periodístico, no porque piense que poseo mucha y debo impartirla —
aunque como buen español soy vanidoso, tener tal ¡dea de mí mismo no sería vanidad, sería estupidez — ,
sino porque creo que los pocos conocimientos e ideas que uno tiene debe compartirlos con los demás
Estos artículos están hechos más con entusiasmo que con sapiencia, aunque, naturalmente, para
escribirlos he procurado basarme en el rigor documental a fin de no engañar el lector ni engañarme a mí
mismo. No obstante, cuanto hasta aquí he tratado, he procurado que tenga menos de docta conferencia
que de amena disgresión y, por consiguiente, lo someto a la consideración -y a la crítica del lector que me
dedica su atención.
He creído congeniarla hoy hacsi un alto en el camina y ss-cnoir un articulo que si fuera el primero sería el
prólogo de los hasta el momento publicados en estas páginas. La razón de esta parada es exponer lo que
con ellos me propongo, pues cuanto en esta vida se haga ha de tener una finalidad y debe nacer de una
inquietud
Mi actual inquietud procede ae la impresión qje tengo >Je que estamos en España dema-s ado entregados
a la aventura del presente, el cual no es más que un tiempo cero rodeado de abismos si desde él no se tien-
den los puentes que ¡o relacionan con los cimientos del pasado y las luces de! porvenir. El pasado es la
historia ya escrita y el futuro es la historia por escribir. La primera contiene grandezas y misenas sobre las
que conviene reflexiónar. pjes unas y otras son efectos de una causa generadora. La causa de la segunda
es el presente, del que inevitablemente depende y es consecuencia inmediata, el ervor de ahora mismo
puede crear un problema cuya solución tal vez requiera años. Se me ocurre, relacionado con esta
evidencia, un ejemplo ilustrativo, el cuai demuestra claramente la fascinación que e! efímero presente
(¿hay algo más corto que et «ahora»?) nos produce: el complicadísimo mecanismo para hacer factible una
reforma constitucional Ni la actual mayoría socialista en nuestras cámaras legislativas —la cual
difícilmente se alcanzará en otras elecciones— es suficiente para acometer aquélla >consulte 6 léele*"los
artículos 166, 157 y 168 denL3strg Ley de leyes) Es obvio que la Constitución no puede ser una especie
de juguete en manos del partido en el poder, por lo que sus posibles enmiendas deben estar sujetas a unas
determinadas reglas. Pero también es obvio que la sociedad, porgo por caso, del año 2035 —fecha er, la
que quienes liemos aprobado este texto constitucional estaremos criando malvas— se^á lad.calmante
distinta de la actual. Yo deseo de corazón que en tal momento perviva ia Constitución del 78, pues será ía
prueba de que en tal año. ya histórico, conseguimos los españoles encontrar et punto de equilibrio. Mas
veo claro que habrá de (legar un año fronterizo en el que la reforma constitucional será necesaria (el 2035.
o antes o después i. ¿Habrá posibilidad en ta, momento de superar la barrera legislativa que se opone a tan
previsible neces-dad? ¿No estaremos endosando a nuestros hijos, o a nuestros nietos, o a nuestros
biznietos, tan espinoso problema? Es éste un tema que someto al buen juicio de nuestros legisladores.
La obsesión por el presente corvierte a la historia en fárrago inútil y construye el futuro sobre el más
absoluto de los vacíos. No soy un investigador del pasado (¡qué más quisiera yo!), aunque intento leer con
provecho lo que muchos, que mucho saben, han escrito plasmándola aventura magnífica del hispano
transcurrir (¡cuántos libros se han escrito por cierto en estos últimos años desde la rencorosa subjetividad,
y cuánlos diarios parecerás se escriaen. con al oo-¡etivo de dividir e intoxicar, recurriendo para ello, si es
p so, al abyecto vicio de mer Este inveterado afán me he vado a asumir nuestra historia en la que, quienes
han s fueron —como diría Ortega ellos y cuscircunstancias y: que procede el momento en nos
encontramos.
t-fi inquietud se correré:.; •que perc.bo jna generaíi? despreocupación per la historia mediata —ya dije en
una sión que somos una nación amnésicos— y una alien descalificación de nuestro p do reciente. Ambas
tender producen incultura y la se> da, además, invita a la inso ndad y coarta generosas ac des. Parte, pues,
de lo que h el momento he escrito se reí a. pasado español. cbra nuestros mayores, al que permito
contemplar con am so respeto y del que se de ersalzar (todas Jas racione hacen) sus glorias y estudiar
fracasos para no extrapc errores. Con ello no pers sentar cátedra, sino srmpleme divulgar. Ya es bastante.
No obstante, mirando der siado hacia atrás corre une nesgo de convertirse en esta de sal. Por ello, mis
meditat nestambién se relacionan co actual y con el porvenir, sobr que emito unos deseos que
pongoampliamentecompc dos El anclaje al efímero «E ra» provoca, a su vez, ía s ción al «aquí». El
«a\\á» et futuro de lugar hacia el que obligación de caminar. De mi fleocupaciór írecuer menta mg-
iifeslada por las lernas relaciones español
EL ALCÁZAR / 1 diciembre 1 982
afectadas en este momento de esa citada miopía adverbial. Para hacer Estado es menester desarrollar
política de Estado, y ésta no se genera en el ámbito doméstico, sino en la internacional proyección. Hay
naciones que, especialmente comprimidas y privadas de marítimos horizontes, han de diseñar una política
exterior dependiente. No es ése el caso de España y la planetaria omnipresencia del mundo hispánico lo
demuestra. De !a historia hemos heredado un ámbito de reiación que, víctima de nuestra crisis decimonó-
nica, no ha encontrado aún el camino de su completa emancipación. Esos espacios geográficos, esos
pueblos que —como cantó Rubén Darío— creen en Jesucristo y hablan en español son nuestro «allí» y
nuestro «mañana» . A ellos nos une un sólido vínculo difícilmente yu-gulable, pues es inmaterial: es un
vínculo de sangre, de creencias y de palabras. Con ellos tenemos una deuda histórica para saldar la cual
hemos de poner a su disposición nuestros esfuerzos a fin de que encuentren el digno lugar que les
corresponde en el concierto de las naciones.
Porque cuando lo encuentren también España habrá encontrado el suyo. Escribo, pues, con la finalidad de
proclamar esta evidencia que a gritos nos convoca. Y con la de comunicarles a ustedes mis entusiasmos
entreteniéndoles si es posible.
Juan BATISTA