MIÉRCOLES 6-10-82
Señor director: A la vista de la llamada al voto a los ciudadanos, no estaña de más recordar un
artículo de la Constitución, el 66, cuyo número 1 define a las Cortes Generales como
representante del pueblo. Esta representación, evidentemente, comprende e( «arco político»
nacional, pero el balance de la última legislatura evidencia que muchos de nuestros
representantes han campado por sus respetos, generando en el país la perplejidad más
impresionante. De haberse prolongado unos meses ía agonía parlamentaria, hubiésemos
asistido a la victoria de un nuevo partido, con mayoría absoluta: El Mixto. Si al ciudadano medio
le preguntamos qué saca en claro del acontecer de ios padres de la patria, en esta fase previa
al depósito de su voto, dirá: No entiendo nada. Por eso, creo que, en esta nueva fase de la
democracia, pasando por fas urnas, hay que hablar claro. Nos sabemos de memoria que el
paro, la vivienda, el orden público, la cultura, son «prioridades». Pero nadie coge^esos toros
por sus cuernos y dice: «Mientras naya inseguridad física y fiscal, las inversiones,
especialmente en determinadas áreas de! Estado, irán de cráneo. Y, claro, viene la
descapitalización de las empresas, los expedientes de regulación de empleo, los de crisis, las
suspensiones de pagos, las quiebras, la gente en ia calle, la delincuencia juvenil, el sentimiento
de culpa general; y el Estado, endeudándose a ojos vistas, tiene que hacer de padre con hija
malcasada, lanzando los chorros de dinero para evitar el colapso.
En definitiva, debemos pedir a los elegibles una cosa muy sencilla: estrategias coyuntura-les
aparte, que quien postule la socialización del Estado, lo diga. Que quien sea un «erudito a la
violeta», burgués y egoistón, lo diga. Que guíen mezcle al Führer con Franco, lo diga. Porque
así, cuando las cosas vayan generando el ideal político anunciado, tos correligionarios estarán
ilusionados, y la oposición, al menos, serena y respetuosa, podrá serlo con puntos de
referencia claros y alcanzables.
Hace unos meses, contemplando un grupo de asistentes a un juicio «político», en las antípodas
de mis convicciones, sin embargo me conmovió una cosa: su autenticidad. Estaban allí, con
sus camaradas y simpatizantes, al menos, dos principios: no confundir, no renegar.
—Luis URIA IGLESIAS (Madrid).