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OPINIÓN
EL PAÍS, jueves 4 de junio de 1987
Sondea que algo queda
EL SONDEO electoral que hoy publica EL PAÍS coincide en sus grandes líneas con otros sondeos
conocidos, al pronosticar una pérdida de implantación del PSOE y la necesidad de los socialistas de llegar
a pactos poselectorales si quieren mantener el poder en muchas de las grandes ciudades y en la mayoría
de los Gobiernos autónomos. Realizada por la empresa especializada Demos-copia, a partir de una
muestra representativa de 11.000 personas, la encuesta recoge el estado de opinión del cuerpo electoral en
los días finales de mayo. Sus resultados aportan una base racional para el pronóstico, aunque no
constituyen en modo alguno una profecía sobre lo que hayan de arrojar las urnas. Sin embargo, la
experiencia acumulada a lo largo de los últimos años permite decir que las grandes tendencias que los
sondeos señalan se cumplen con rigor. En este caso, dichas grandes tendencias indican una disminución
de voto al PSOE y a AP; un aumento de los nacionalismos de centro derecha y de izquierda; y un
crecimiento sustancial del CDS, y en algunos casos de IU, que les coloca en posición privilegiada para
llevar a cabo pactos de gobierno en muchas alcaldías y autonomías. Naturalmente, el porcentaje de
electores que mantienen su indecisión hasta el último momento, la incidencia que el desarrollo de la
campaña pueda tener en el decantamiento de ese sector y otros factores aleatorios, empezando por la
meteorología de la jornada electoral, impiden otorgar categoría de dogma a estas predicciones. Entre los
factores que en teoría pueden influir en el resultado final figuraría también la propia difusión de
encuestas. Los especialistas señalan dos efectos potenciales principales.´ Por una parte, el conocimiento
del probable vencedor puede inclinar a sectores del electorado propensos a compartir el triunfo a acudir,
por así decirlo, en auxilio del ganador. Pero por otra, ese conocimiento puede tener un efecto movilizador
en sectores que en otras circunstancias se hubieran abstenido, o un efecto de rechazo que induciría a parte
del electorado a modificar el sentido de su voto. Resulta imposible adivinar en qué proporción cada uno
de esos efectos va a operar en esta ocasión. Por lo demás, entre las características peculiares de los
comicios del día 10 figura el hecho de que coincidan en la misma jornada, en la mayor parte de España,
tres elecciones simultáneas. Está por ver en qué medida la opción por un determinado alcalde, por
ejemplo, influye en el sentido del voto dado a las siglas del candidato correspondiente en las otras dos
elecciones. Y, sin embargo, los pronósticos están ahí, configurando la estrella ascendente de Adolfo
Suárez como el inminente peligro para la hegemonía absoluta del PSOE. La atención que la plana mayor
del partido socialista ha dedicado durante los últimos días al CDS indica que otras encuestas cuyos
resultados conoce el Gobierno—y sólo el Gobierno— apuntan en la misma dirección. Dicho sea de paso:
el hurto que se ha hecho a la opinión pública de los sondeos realizados con el dinero del contribuyente por
el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) pone de relieve el nulo respeto que a sus propias palabras
y a sus concretas promesas tiene el Gobierno socialista, que en este punto no tiene nada que echar en cara
a los anteriores equipos de la derecha. La difusión a última hora de la noche de ayer por la agencia oficial
Efe de un resumen de la última encuesta del propio Gobierno, en un inequívoco empeño de contrarrestar
los efectos desfavorables al PSOE de la publicación de sondeos por los periódicos y las emisoras
independientes, es, en esta situación, un hecho casi patético. La historia habla por sí misma de los vicios y
perniciosos hábitos que la acumulación de poder ha generado en las filas gubernamentales. Dichos
hábitos y vicios justificarían mejor que cualquier otra cosa el descenso socialista pronosticado en el
sondeo que publica hoy EL PAÍS. No es una disminución espectacular en número de votos. Pero sí lo
suficiente como para poner en peligro la mayoría absoluta de que han disfrutado —nunca mejor usado el
término— durante los últimos cuatro años en algunas de las principales ciudades del país (Madrid,
Sevilla, Valencia, Zaragoza, por ejemplo) y en varias comunidades autónomas (Madrid, Asturias, Aragón,
La Rioja, entre otras). Todo indica que el PSOE se ve abocado a pactar, bien con el CDS, bien con
Izquierda Unida, para mantenerse en el correspondiente Gobierno regional o para conservar la alcaldía.
En algunos casos, como el Ayuntamiento madrileño, el papel de arbitro de la situación que el sondeo
atribuye al partido de Suárez se vería reforzado por el hecho de que una combinación AP-CDS podría
sumar la mayoría absoluta, desplazando a los socialistas. Respecto a las elecciones europeas, el sondeo •
no revela variaciones significativas en relación a las otras dos elecciones del día 10. El retroceso del
PSOE es menor que en los comicios locales y regionales, y no se observa una desviación especial en el
caso de AP, lo que indicaría que la presencia de Fraga al frente de la candidatura no tiene mayor
influencia en el electorado tradicional de la derecha conservadora. El sondeo revela, en su conjunto, el
desgaste del partido del Gobierno, pero también la permanencia de una alternativa todavía cuarteada. Si
se confirma la necesidad en que se encontrarán los socialistas de llegar a acuerdos con otras fuerzas en
numerosas instituciones locales y autonómicas, eso constituirá en cualquier caso una modificación de
primer orden en el escenario político. No sólo éste se haría más dinámico, y la vida política, más animada,
menos aburrida y monocolor; sino que los efectos ulteriores de los pactos, sus eventuales reflejos en los
trabajos de las Cortes y la atribución de sectores de poder concreto a partidos que hoy están desalojados
de él anunciarían grandes —y todavía impredecibles— mutaciones en el seno de los partidos de cara a las
elecciones legislativas próximas. O sea, que los socialistas tienen motivos para estar nerviosos.