ELECCIONES GENERALES
MIÉRCOLES 11-6-86
Cuaderno de notas
MODOS DE HADLAR
De un modo que se acerca a lo taimado, el presidente del Gobierno expresa periódicamente durante la
campaña electoral, por supuesto con televisión en su ayuda, que la gran empresa de nuestra europeización
formal ocurrió bajo su mandato. No es que falte a la verdad. Es que no dice la verdad completa. Y cuando
alude al concurso que a esa empresa prestaron otras Administraciones, procura que tal reconocimiento
parezca más un fruto de su generosidad interpretativa que un dato sencillamente histórico. Europa se sitúa
en el eje de la gran hazaña felipista, como factor compensador de una política que pudo parecer ambigua
y que ambiguamente giró, según ellos mismos confesaron, en tomo a la gran cuestión de la OTAN. Sólo
le falta a Rinconete guiñar un ojo y proponerle a la audiencia: «¿A qué fuimos listos?»
Pero cuando Felipe se vuelve enteroecedor y muestra un tremendo desinterés de gran estadista es en los
momentos caracterizados por sus recomendaciones al electorado para que vote tranquilo, con
imparcialidad, sin dejarse influir excesivamente por los mensajes que le llegan, el suyo entre ellos.
Maravillosa fue su estimación de que Fraga podría gobernar y no pasaría nada. Jamás la prepotencia
revistió aspectos tan magnánimos. El presidente venía a reconocer en la práctica que, pues su política se
acerca no poco -en muchas facetas- a la de Coalición Popular, nada especial ocurriría porque Fraga
gobernase. Con lo cual invalida no poco la aseveración de Alfonso Guerra cuando sostiene que, con
cuatro años más de mandato felipista, a España no la conocerá ni la madre que la parió. Porque lo que
Guerra dice en tales momentos es que el cambio será total, será lo que hasta ahora no ha sido y no se
parecerá ni remotamente a las fórmulas que Coalición Popular fuese capaz de concebir.
Son otra vez las dos caras estudiadas de la misma efigie. Hace cuatro años, al descubrirse que e) 27-O
podría tener mayor amplitud e importancia de la oficialmente admitida, Felipe González dijo a las masas,
abriendo los brazos como el que manifiesta una evidencia: «No pasa na, no pasa na. Si nosotros lo
hacemos mal, dentro de cuatro años no nos votáis y ya está todo arreglado.»
Resignación democrática (¡estaría bueno to contrario!) que Alfonso Guerra complementaba con su
famosa promesa de que los errores se pagarían con el cargo. Precisamente me hubiese agradado re-
cordarle este episodio a don Alfonso en un programa de radío para el que fui invitado como formulador
de una pregunta. La pensé un poco. La redacté. Me la grabaron en la emisora. Y, al final, la pregunta, no
le fue ofrecida al vicepresidente, magníficamente tratado en todo el programa. |Y para eso le molestan a
uno, sin además darle ninguna explicaciónl
Y es que si se descuenta el caso de aquel diplomático que le hizo pronunciar al Rey, en Brasil, las mismas
palabras que antes, en otro lugar, había vertido el presidente González, no se sabe de un solo caso en que
la amenaza o advertencia se cumpliese. Es decir, que la excepción confirma la regla.
Si a esto se añade la verdadera cara del justiciero Guerra cuando avisa que «el que se mueva no sale en la
foto», tenemos perfeccionada la teoría del felipismo. O sea, «equivoqúense ustedes todo lo que quieran,
como me equivoco yo (aunque me corrijo, que es mi forma de dimisión moral); pero, nada de
indisciplinas. Nada de críticas internas. Ojo, que les echo al Guerra».
Así hablaba Felipe. En realidad.
Lorenzo CONTRERAS