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TRIBUNA ABIERTA
SÁBADO 7-6-86
EL GOBIERNO Y EL RÉGIMEN
Por Julián MARÍAS
EL error mas grave que han cometido los socialistas desde su acceso al Poder ha sido la tendencia a
identificar su gobierno con el régimen, Por cierto, que ya advertí ese riesgo cuando llevaban muy poco
tiempo ejerciendo ef mando legislativo y ejecutivo antes de que intentaran, con considerable éxito,
invadir ei Judicial, que no debe nunca ser «mando».
Al ganar las elecciones en octubre de 1982 tuvieron fa impresión de que se había producido un cambio de
régimen. Esto podía explicarse por inexperiencia democrática, por haberse formado en un régimen
inmovilista, en e) cual todo el poder efectivo residía en su titular, y todo tó demás era mera delegación
revocable en cualquier momento y, por tanto, inoperante. Pero además se manifestaba un deseo latente de
que fuera así, de que la ocupación electoral de) poder público fuese la transformación decisiva de la
situación política de España.
Con esta preocupación, FUNDES organizó un coloquio con ei título «La nueva etapa de la Monarquía.
Un cambio en el marco permanente de la Constitución». (Puede verse un amplío resumen en el numero
10 de Cuenta y Razón, marzo-abril 1983). Quiero recordar algunas de las cosas que dije en la
presentación de ese coloquio. Se producen, sin duda, muchos cambios, pero si se dice «el cambio»
naturalmente aconteció a fines del año 1975, y de manera activa desde junio de 1976. Un cambio de
Gobierno y de mayoría parlamentaria es un cambio muy importante, pero de otra magnitud: es un cambio
dentro del gran cambio iniciado con el establecimiento de la Monarquía y con su constitución como
Monarquía parlamentaria. El cambio de 1962 es un cambio normal y periódico dentro de un régimen que
corno tal permanece. Ess régimen sí que significa un enorme cambio, después de muchos decenios en que
en España no había propiamente vida política. Había otras cosas: gobierno, gestión, pero no vida política.
La exigencia de continuidad es condición básica de toda política civilizada: hay que partir de donda se
estaba; ignorar la realidad, partir de cero, destruye la esencia misma de (a democracia. El cambio
democrático ha de tener voluntad tie integración, de completar lo que falta, porque toda acción humana,
y, por tanto, política, es incompleta, deficiente. Y hay que reducir lo partidista ai mínimo inevitable.
En España esa continuidad tiene un instrumento especialmente valioso que muchos países quisieran
poseer: la Corona. Por estar fura cíe la política, por encima de los partidos, puede permitir la variación de
manera mucho más amplia que cualquier otro sistema político. La función de fa Corona es ser el eje
inmóvil que hace posibles ios cambios, del mismo modo que el eje de una rueda, sin moverse, permite la
rotación, que puede ser vertiginosa, pero el eje permanece inmóvil y es !o que ia hace posible,
Mis preocupaciones de hace tres años se han confirmado mas aun de lo que era previsible. Hay la
tendencia a pensar, por parte de tos que nos gobiernan, que la historia data de octubre de 1982. Con
deslealtad para con la realidad, que es fo más respetable de este mundo, envuelven en un menosprecio
global los cinco o seis años anteriores —el período an que se ha gozado, más plena libertad en España
hasta donde llega ía memoria de los hoy vivientes-, deliberadamente confundidos con el largo tiempo en
que se careció de libertad política. Y de paso con falsedad e injusticia manifiestas, se desconoce el
enorme desarrollo económico y social en una época a te cual se pueden nacer -y siempre las hice— fas
más profundas objeciones políticas.
Hace pocos días un ministro descalificaba en la televisión todo el pasado anterior a fines de 1982, sin que
quedara ctaro si había algún límite en ei pretérito a esa repulsa general, que parecía extenderse a toda la
Historia de España.
Se dirá que esto es grotesco, pero la ignorancia histórica y la mala memoria de nuestros contemporáneos
puede hacer que circulen tales deformaciones de la realidad, que se implanten en las cabezas ideas cuya
falsedad no puede hacer más que confundir las cosas y llevar a tos más peligrosos encontronazos.
La identificación de un partido con el Estado es el núcleo dei totalitarismo. En la Alemania nazi y en la
Unión Soviética tas banderas de partido se convirtieron en las banderas nacionales. Si la ideología política
tiene alguna vinculación con esas actitudes, aunque sea en forma mitigada y diluida, el peligro es
evidente. Y lo aumenta el haberse formado en la España del régimen anterior, que sin llegar a aquellos
extremos mantuvo ei partido único y la acumulación en una persona de todos los poderes y magistraturas.
Ahora que se habla tanto de «herencias» hay que recordar ésta, muy inquietante, y que puede afectar a
todos los que, por su relativa juventud, no han conocido otra cosa y carecen de la experiencia de la
libertad.
Los que la hemos conocido y amado, y después perdido, hemos conservado durante cuarenta años su
nostalgia, que nos ha impulsado a obrar en consecuencia (algunos han resistido esos impulsos y han
aceptado la privación de libertad, pero creo que siempre con una dosis de mala conciencia). Conviene
recordar la alegría y el entusiasmo con que acogimos la recuperación, el renacimiento de la libertad, hace
un decenio. Y (a confianza que sentimos en que no se iba a perder más, porque existían los mecanismos
legales que distinguían pulcramente los poderes, establecían la absoluta legitimidad, dinástica y
democrática de la Monarquía, con sus funciones capitales de asegurar la unidad y permanencia de la
nación y regular las demás instituciones, moderando los cambios democráticos dé todo aquello que
corresponde a la política.
Esto es lo que tenemos, to que no debernos dejar que se deteriore o se nos arrebate. Es fundamental que
se mantengan claras todas ías distinciones que las esferas de poder, autoridad, iniciativa sean
escrupulosamente respetadas. Y ai decir esto no me refiero solamente a ia legisla-ción, sino todavía más a
su uso, al ejercicio de las funciones de gobierno, a ¡a argumentación política, a la manera de presentar fas
cosas, y, sobre todo, a las pretensiones cíe Jos que gobiernan o aspiran a gobernar.
Hay algunas gentes apresuradas o interesadas- que piden, hace ya tiempo, que se diga, como Ortega en
septiembre de 1931, «¡No es esto, no es estol» Que to digan si quiren, pero lo curioso es que piden que to
digan otros. Se pueden hacer muchas críticas a ia fase actual dé la política española, a la actuación def
Gobierno o de la que hasta ahora ha sido mayoría parlamentaria, se le pude decir «¡no!» del modo más
adecuado y eficaz, en las urnas, dentro de unas semanas—, pero ello no quiere decir, ní de lejos,
proclamar «¡no es estol» cuando se hable de la situación global de España.
Ese pequeño, circunstancial «no», que me parece justificado, adquiere su sentido verdadero -y positivo-
dentro de un gran «si» envolvente, que afecta a (a realidad política española desde lines de 1975. Nuestra
situación, en lo esencial, quiero decir la Monarquía parlamentaria, con su Constitución democrática, su
líbertad garantizada, sus posibilidades electorales siempre abiertas, con su compacta legitimidad social, su
estabilidad y permanencia, es excelente. Y es ella fa que nos permitirá rectificar los errores ocasionales,
saivar tos peligros, combatir civilizadamente y en concordia para que España siga aumentando su
libertad, su prosperidad, su prestigio. Basta con distinguir el gobierno, cualquier gobierno, del régimen.